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7A LaPrensa Panamá, domingo 14 de abril de 2024 Opinión Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión deLa Prensase expresa únicamente en el Hoy por Hoy. La opinión de Hilde Encuentre las diferencias Comparaciones Néstor Sosa [email protected] Una de las ventajas de haber vivido y trabajado en varios países es que uno adquiere una perspectiva desapegada y curiosa sobre las diferencias entre ellos. Es casi como resolver ese juego de “encuentra las diferencias”, donde uno miraba dos dibujos similares en el periódico y tenía que encontrar los detalles que diferían entre ellos. Hace ya cinco años que vine a los Estados Unidos y dejé Panamá. Aunque una buena parte de este período ha sido extraordinaria e inusual debido a la pandemia, creo que empiezo a apreciar más claramente la diversidad entre los dos lugares, lógicamente, filtrada por mis sesgos cognitivos y particularidades. Una de las primeras observaciones es la importancia y confiabilidad del sistema de correos. Aquí, casi todos los documentos, encomiendas y productos se envían y reciben utilizando el correo. Igual te mandan un cheque de miles de dólares como si recibes una citación a juicio. Y te llega a tiempo y entregado en la puerta de tu casa o en el buzón que tienes en el portal. Otro aspecto que me llamó mucho la atención es la falta de reglas, o más bien el exceso de reglas al que estaba acostumbrado en Panamá. Aquí, por ejemplo, los manipuladores de alimentos no usan gorro o protector de cabello, puedes conducir tu auto sin camisa, y en casi ningún lugar he visto prohibiciones sobre la vestimenta. Recuerdo muchos lugares en Panamá con el letrero: “no se permite blusa de tirantes o entrar con chanclas”. Por estos lares, la gente se viste como quiere, camisetas, crocs, chanclas, pantalones cortos, lo que venga. Mientras pagues la cuenta, todo es permitido. Durante la pandemia, las reglas eran muy flexibles y, por supuesto, no se limitó el acceso de la gente a lugares abiertos ni a las playas. En Panamá, como empleado público, estaba acostumbrado a los decretos y resoluciones de las autoridades. Aquí veo muy poco de eso. En el hospital donde trabajo, se implementó el uso de la mascarilla y todas las reglas de control de infecciones con un correo electrónico enviado a los empleados, y de igual manera, con otro correo electrónico se eliminaron todas las medidas cuando dejaron de ser necesarias o imprescindibles. Siento como si en Panamá las autoridades se vieran compelidas a prohibir muchas cosas. Aquí se valora mucho más la libertad individual, para bien o para mal. En el hospital, casi nadie habla de política. A cinco años de haber empezado, no sé a ciencia cierta quién apoya a Trump, quién es demócrata, o cuál es la ideología o afinidad política de la mayoría de mis colegas médicos. Hay como un compromiso tácito de que el hospital no es el lugar para discutir esas cosas. No se considera ético o adecuado tocar esos temas y punto. Otra diferencia es que hablar mal de otras personas en su ausencia no es aceptado. Pueden imaginarse pasar todo un día sin hablar de política o chismear un poquito. Nadie pregunta, por ejemplo: “¿tú crees que él es republicano?”o “¿Vieron con quién salió John de la oficina?” ¡Qué aburridos! Donde trabajo, hay un esfuerzo consciente por entrenar a la gente sobre cómo ofrecer crítica constructiva. Se nos capacita en cómo conducir conversaciones difíciles o críticas, resolución de conflictos y cómo ser respetuosos de la diversidad de opiniones, apariencia, orientación sexual, religión, etcétera. Imagino que esta es una reacción a un pasado (y no tan pasado) de racismo y discriminación. Pero me llama la atención que, al igual que aprendemos sobre una enfermedad o aspectos científicos de la profesión, nos “entrenan”formalmente en cómo ser más civilizados. Yo pensaba que eso era solamente en el Kindergarten . La gente en general es muy reservada. No conozco a mis vecinos. Los veo, les saludo de lejos. Quizás hemos intercambiado un par de palabras. Puede que viva enfrente o al lado de un asesino en serie y no lo sepa. Pero, por otro lado, la gente es sumamente cortés. Si pasas cerca de alguien, dicen “excuse me”; si lo rozas levemente, “I am sorry”, y no es raro que se detengan para dejarte pasar si están en un pasillo o escalera estrecha. En las calles y avenidas abundan los altos de cuatro esquinas, donde el primer auto que llega a la intersección tiene el derecho de paso y los demás se detienen. ¡Es como una coreografía perfecta sin haberla practicado! Nadie bloquea las intersecciones que tienen semáforos, incluso si tienes la luz verde, esperas a tener espacio al otro lado de la calle para avanzar. No sé dónde ni cómo les enseñaron a hacer eso; en mi Panamá, si tienes la verde, sigues, aunque trances toda la avenida. ¿Y pueden creer que aquí la gente no usa la bocina del auto para expresar sus sentimientos? Son esencialmente mudos al volante, inexpresivos. Creo que he escuchado dos bocinazos en cinco años: uno lo di yo recién llegado, y el otro cuando se activó la alarma de un auto en el estacionamiento. El barrio donde vivo es sumamente silencioso también. Llevo cinco años esperando la primera fiesta con reguetón de mis vecinos, o la acérrima gritería de una disputa matrimonial y…nada. Esto es como un cementerio. Al principio no podía dormir con tanto silencio y esperaba un portazo o el pitido de un taxista para conciliar el sueño. Ya me he acostumbrado a la quietud, y debo confesar que hasta me gusta. Solo se escucha a veces el ladrido distante de los perros y el canto de los pajaritos por las mañanas. Pero, a decir verdad, quisiera de vez en cuando poder despertarme con el grito de un vendedor ambulante ofreciendo “bollo, bollo preñado, bollo”, y sentir, especialmente en invierno, el calor de mis amigos y familiares, aunque vengan a visitarme pitando ruidosamente para avisar que han llegado. EL AUTOR es médico Vivir y trabajar en diferentes países proporciona una visión desapegada y curiosa de las disparidades entre culturas y sociedades. Derrotar a los monstruos Democracia Betty Brannan Jaén [email protected] En teoría, las elecciones democráticas sirven para que un pueblo elija sus gobernantes y exprese sus aspiraciones, principios y prioridades. Lamentablemente, las elecciones del próximo mes en Panamá no cumplirán con esos objetivos, porque tenemos un sistema electoral disfuncional y antidemocrático que frustra la voluntad del pueblo en vez de respe tarla. En primer lugar, el sistema tiende a producir presidentes cuyas candidaturas fueron rechazadas por la gran mayoría de los votantes. Cuando un candidato “gana”la presidencia con solo el 33% de los votos (como hizo Cortizo) o el 39% (como hizo Varela), lo que tenemos es un mandatario que asume el poder sin el apoyo de su pueblo. Si queremos un sistema genuinamente democrático y representativo, tenemos que reformar la Constitución para instituir la segunda vuelta. Segundo, el sistema carece de legitimidad porque fue diseñado por la dictadura en beneficio del partido de la dictadura, el Partido Revolucionario (PRD). Carlos Guevara Mann ha expuesto esto con claridad devastadora en varias columnas recientes en La Estrella (13 y 24 de marzo). Guevara Mann explica que tenemos un “sistema electoral sesgado, antidemocrático y fraudulento” que ha otorgado al PRD un dominio político sobre el país, dominio que no se fundamenta en recibir la mayoría absoluta de los votos, sino en un sistema que entroniza al PRD a nivel de Asamblea, alcaldías y representantes, aunque solo reciba un tercio de los votos. En 2019, por ejemplo, explica Guevara Mann, el PRD recibió el 30% de la votación para diputados en todo el país pero consiguió 37 de las 71 curules en la Asamblea, es decir, el 52% de la cámara. Recibió el 32% de la votación para alcaldes pero se llevó 38 de 81 alcaldías, es decir, el 47%. Lo mismo ocurrió con los representantes. Si queremos tener un país genuinamente democrático y representativo, tenemos que reformar laConstituciónpara corregir también esto. Creo que todos vemos claramente que la Asamblea, bajo el dominio inalterable del PRD, es una cueva de maleantes que controla totalmente la política del país. En los debates presidenciales, los candidatos aseguran que harán toda clase de maravillas cuando sean presidentes, como si una varita mágica viniera con la banda presidencial. La triste realidad, sin embargo, es que podrán hacer muy poco sin la anuencia de la Asamblea, donde, a mi entender, absolutamente todo tiene su precio en balboas, donde la corrupción es dinástica y donde no hay la más remota posibilidad de corregir los abusos o sacar a los corruptos. Si queremos una democracia más funcional y representativa, también tenemos que corregir esto. Los candidatos presidenciales saben todo lo anterior pero no lo dicen en voz alta. ¿Por qué no lo hacen? Porque todos están jugando su rol en el “show ”político que se nos está presentando. Con su varita mágica, prometen, prometen y prometen sin diagnosticar con claridad y valentía lo que está podrido en nuestro sistema y lo que se requerirá para corregirlo y enderezarlo. Ninguno tiene la valentía o la visión de hablar de derechos humanos, del militarismo galopante, de las graves fallas en el sistema de justicia y de lo que realmente hay que reformar en la Constitución. Sin embargo, hay entre ellos quienes hablan elogiosamente de Bukele, un autócrata peligrosísimo que de ninguna manera puede ser modelo para Panamá. Esto me asusta. Pero más me espanta que Martinelli vuelva al poder a través de su títere Mulino o que el PRD siga en la presidencia gracias a alguna sorpresa de último minuto, como se rumora al momento de escribir esto. Así como en las elecciones de este año en Estados Unidos, donde considero que lo más importante es derrotar a Trump, veo que en estas elecciones panameñas lo más importante es derrotar a Martinelli y al PRD. Queda poco tiempo para unirnos tras el candidato en mejor posición para hacerlo. Lo primordial, entonces, es derrotar a los monstruos. Pero comprendamos lo disfuncional de nuestro sistema, porque una reforma constitucional profunda es una tarea urgente. LA AUTORA es periodista Es imperativo abordar los desafíos centrales al tiempo que tomamos conciencia de las limitaciones de nuestro sistema y la importancia de llevar a cabo una reforma constitucional integral. Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión deLa Prensase expresa únicamente en el Hoy por Hoy. [email protected] Las colaboraciones para la sección de Opinión deben incluir la identificación del autor. Los artículos no deben exceder 500 palabras. No se publican colaboraciones que hayan aparecido en otros medios y La Prensase reserva el derecho de seleccionar, editar y publicar. No devolvemos el material. 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