2019-12-01
_40 1 2 . 1 9 “L legamos a la terminal de buses que quedaba en la avenida B. Allí encontramos un bus que iba para Chitré (Herrera) con otras personas, pero en la avenida 4 de Julio una barricada estadounidense nos detuvo. El chofer nos recomendó buscar cualquier tela blanca que tuviéramos y que la sacáramos por la ventana, en tono de paz. Pero los soldados no bajaron las armas. Estoy segura de que si el bus no hubiese dado la vuelta, nos hubieran matado”, recuerda mi madre, que trabajaba de maestra y todavía le tiembla la voz cuando habla sobre el tema. Y esa es la última remembranza que tengo de aquel día: soldados apuntándonos dispuestos a matarnos con tal de llevar a cabo su “operación causa justa”. El resto de nuestra odisea la conozco por mi madre: “Regresamos a la terminal y volvimos a las calles en busca de una salida. Nos topamos con otras personas que buscaban escapar, y que más adelante nos cedieron un taxi que encontramos, porque yo cargaba tres niños. La poca familia que teníamos acá vivía cerca de cuarteles de policía (San Miguelito, Tinajitas) y el conductor me dijo que los cuarteles estaban siendo atacados por el ejército. Al final aceptó llevarnos a la casa de una sobrina en Villa Georgina, Milla 8. Nos cobró 5 dólares”. 30 años después, para los que estuvimos cerca de aquel suceso y logramos correr con mejor dicha que otros miles de panameños, la invasión sigue presente. Y mientras el país se va uniendo ante la proclama de “prohibido olvidar”, a veces quisiera, así fuese tan solo por un momento, poder hacerlo. _zoom
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