2019-12-01

_36 1 2 . 1 9 _zoom Y o aún no sabía qué pasaba. No era consciente de lo que era una guerra, jamás había escuchado la palabra invasión. Pero me tocó experimentarlas, sentirlas y temerles, para años después conocer su significado. Y de primera mano puedo asegurar que no hay ninguna palabra que se les acerque. Cada cierto tiempo se escuchaba un sonido parecido a un silbido y seguido un silencio frío. Era una bomba cayendo o era un avión eligiendo al azar quién iba a morir. Durante esos momentos mi madre nos apretaba con más fuerza. Quizás aferrándose a nosotros, en caso de que si llegase la muerte, no nos fuese a separar. Eran pequeños instantes en los que nadie hablaba, lloraba o se movía. Solo cerrabas los ojos y esperabas. Así de frágil se siente la vida. Con la explosión llegaban los gritos y el edificio entero se sacudía. Se sentían las paredes temblar y los vidrios de las ventanas chocaban entre sí de forma estridente. De vez en cuando llegaban uniformados panameños a golpear la puerta del apartamento tratando de entrar. Pantera, el perro negro y grande de un vecino, ladraba mientras que los militares golpeaban, y entre los gritos y demás ruidos estridentes, a esa edad lo único que se me ocurrió fue taparme los oídos con mis manos. “Varios militares panameños iban al edificio a quitarse el uniforme y vestirse de civil”, me contó mi madre tiempo después, suponiendo ella que aquella podría ser una estrategia para escapar de los gringos, de la muerte.

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