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9A La Prensa Panamá, jueves 18 de diciembre de 2025 Contacto [email protected] Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión de La Prensa se expresa únicamente en el Hoy por Hoy. y normaliza el conflicto de intereses bajo la apariencia de actividades privadas. El caso que ilustra al sistema En medio del debate nacional sobre la corrupción, ha emergido recientemente un caso que, sin necesidad de nombres propios, condensa con precisión los rasgos de la corrupción estructural en Panamá. Se trata de una figura con trayectoria política visible, vinculada a investigaciones por el manejo de recursos públicos y beneficiada durante años por el entramado de relaciones que ofrece el poder institucional. Lo relevante no es la persona, sino el patrón: acceso privilegiado al Estado, redes de intermediación, utilización del entorno familiar y una defensa política que se activa incluso antes de cualquier pronunciamiento judicial. El despliegue mediático asociado a este tipo de situaciones busca desplazar el debate desde los hechos hacia la victimización, la confusión deliberada y la relativización de la responsabilidad institucional. Este episodio confirma que la corrupción estructural no opera en abstracto. Se manifiesta en casos concretos que revelan cómo el sistema protege a quienes han aprendido a moverse dentro de sus márgenes, activando mecanismos de autoprotección política y comunicacional. Defensa oficiosa y despliegue mediático Cuando estas estructuras se ven expuestas, surge casi de inmediato una defensa oficiosa desde el entorno político, independientemente del signo partidario. Antes de que las instancias judiciales se pronuncien, se activa un despliegue mediático organizado destinado a controlar el relato público. Vocerías sincroniLas colaboraciones para la sección de Opinión deben incluir la identificación del autor. Los artículos no deben exceder 650 palabras. No se publican colaboraciones que hayan aparecido en otros medios y La Prensa se reserva el derecho de seleccionar, editar y publicar. No devolvemos el material. Mina, ¿sí o no? Pregunta sencilla, respuesta compleja Debate falta de integridad, factores que podrían ocultar deliberadamente el impacto ambiental real, como algunos piensan que ya está ocurriendo. Otros argumentos de este grupo fueron que, aun si los fondos ingresaran a las arcas del Estado, una parte importante de las ganancias quedaría en bolsillos privados y que el beneficio social sería mínimo en comparación con el daño potencial al ecosistema. Uno de los participantes señaló que no podía fijar una posición hasta que todas las cartas y garantías estuvieran sobre la mesa, y añadió que, si esos elementos no quedaban claros y debidamente asegurados, su postura sería que la mina no debía reabrirse. Cuatro de los asistentes apoyaban la idea de “abrir para cerrar”, condicionando su respaldo a que la mayor parte de los ingresos quedara en el país y que la operación estuviera sometida a supervisión y controles estrictos, a cargo de organismos independientes y competentes. Hablaron de plazos de entre siete, diez y doce años de operación. Aunque reconocieron que estos periodos no tenían una base científica sólida, explicaron que su lógica partía de la premisa de que,siendoeldañoambientalinevitable,limitar el tiempo de explotación permitiría acotarlo, obtener beneficios económicos y financiar el cierre y la rehabilitación ecológica del área. Los ocho restantes opinaron que la mina debíaexplotarsecomorecursonaturalhastasu agotamiento, bajo las mismas condiciones sobre el destino de los ingresos y el tipo de supervisión propuestas por el grupo de “abrir para cerrar”. Sin embargo, consideraron que clausurar la operación a mediano plazo sería irrealista e impráctico, pues implicaría invertir para reactivar la mina, formar técnicos y crear empleos que luego desaparecerían, además de desaprovechar recursos valiosos para el desarrollo nacional. En el debate inevitable, a quienes se oponían a la reapertura se les preguntó qué proponían, dado que “el hueco no podía quedar así”. La resLeo Marchosky Entre la impunidad y el poder: radiografía de la corrupción estructural Poder político La corrupción en Panamá no puede entenderse como una suma de escándalos individualesnicomoladesviaciónéticade determinados funcionarios. Su persistencia revela un fenómeno más profundo: una corrupción estructural incrustada en el funcionamiento del sistema político, administrativo y partidario. No se trata únicamente de personas, sino de prácticas normalizadas, redes de poder y ventajas institucionales que convierten lo público en un recurso privado. Uno de los ejes centrales de esta corrupción estructural es la fusión entre Estado, partido político y mercado. En lugar de operar como esferas diferenciadas, estas dimensiones se superponen. El acceso al cargo público se traduce en acceso privilegiado a contratos y decisiones administrativas; la organización política funciona como plataforma de intermediación;ydeterminadossectoreseconómicosdependenmásdesucercaníaalpoder que de su competitividad real. En este entramado emergen redes de intermediarios que fragmentan la responsabilidad y reducen el riesgo penal. En su forma más reciente, estas redes incorporan a familiares y círculos íntimos como operadores visibles de empresas, fundaciones o consultorías. El parentesco actúa como un escudo informal que dificulta la trazabilidad del beneficio final zadas, opiniones favorables sin sustento técnico y silencios estratégicos sustituyen el análisis riguroso de los hechos. Este fenómeno no busca esclarecer responsabilidades,sinoadministrarlacrisis.Altrasladar el juicio al terreno mediático, el relato reemplaza a la prueba y la opinión sustituye al debido proceso. La consecuencia es una erosión progresiva de la confianza ciudadana en las instituciones de control y en la justiciamisma. Ventajas institucionales y autoprotección del poder El núcleo de la corrupción estructural en Panamá reside en el uso sistemático de ventajas políticas e institucionales. El acceso anticipado a información, la influencia en nombramientos, la administración selectiva de la norma y la cercanía con los órganos de control generan una desigualdad estructural ante la ley. El daño más profundo no es solo patrimonial, sino democrático. Cuando ciertas élites pueden blindarse mediante el aparato institucional y mediático, la corrupción deja de ser una anomalía para convertirse en un método de gobierno. Desmontar esta realidad exige algo más que sanciones individuales. Requiere cuestionar y desmontar las ventajas institucionales que hacen rentable, discreta y persistente la corrupción. Mientras el poder pueda protegerse a sí mismo, la impunidad seguirá siendo parte del sistema. Opinión EL AUTOR es analista y especialista en ciencias sociales. EL AUTOR es médico especialista y máster en administración de negocios. puesta general fue: “recuperar la riqueza natural mediante la reforestación”. La siguiente pregunta fue inmediata: ¿cómo y con qué fondos? Aquí surgieron nuevas discusiones, ya que se exigieron propuestas más concretas. Las respuestas giraron en torno a expresiones como: “que devuelvan lo robado”, “eso es un deber del gobierno; ellos nos metieron en esto, que vean de dónde sacan la plata”, “debe haber alguna forma”, “que la mina pague el daño” o “no sé, pero alguien debe saber cómo”. La réplica hacia quienes apoyaban la reapertura no tardó en llegar. Citando nuevamente el problema de la basura y la contaminación de los ríos, se les preguntó qué les hacía pensar que, en el caso de la mina, el resultado sería distinto y no un desastre mayor. Además, respecto a la propuesta de “abrir para cerrar”, se cuestionó quién garantizaría que en el futuro no ocurriera un “madrugonazo” que extendiera el período de operación. El planteamiento se condensó en una interrogante central: ¿quién y cómo garantizará la supervisión, los controles y el cumplimiento de los compromisos? Debo decir que, en este punto específico, tanto quienes estaban a favor como quienes estaban en contra coincidieron en algo: por nuestra historia y por los ejemplos conocidos, existe un escepticismo justificado. No hacer nada no es una opción. Y si este breve ejercicio refleja, aunque sea parcialmente, el pensamiento del resto del país, el gobierno y todos los panameños enfrentamos un desafío descomunal: alcanzar un consenso. No hay duda de que Panamá necesita una postura clara, un rumbo definido y un compromiso real con su futuro. Mina, ¿sí o no? ¿Y tú, qué piensas? Hace unos días asistí a una cena con 12 personas,ademásdemí.Pocodespués estuve en otra reunión con ocho más. Todos eran profesionales universitarios, de distintas corrientes políticas, con diversos niveles socioeconómicos y, sin excepción, panameños. Durante la primera cena surgió, entre otros temas, el de la mina: una preocupación común ante la necesidad de tomar una decisión oportuna. Aproveché la ocasión para hacer algo parecido a un focus group, con el propósito de conocer sus posiciones e indagar las razones detrás de ellas. En la segunda reunión, con base en la experiencia anterior, fui yo quien llevó el tema a la mesa e hice exactamente lo mismo, procurando en ambos casos que el debate se concentrara en la exposición de posturas más que en la confrontación personal. Esto, al final, no resultó tan difícil, aunque en algunos momentos las discusiones se tornaron acaloradas. Estos fueron los resultados del ejercicio. Siete de las veinte personas se manifestaron completamente en contra de la reapertura y explotación de la mina. Las razones principales fueron dos: el daño ambiental y la total desconfianza en la capacidad de los gobiernos —presentes y futuros— para garantizar una gestión limpia e íntegra. Mencionaron la incapacidad comprobada del Estado en otras áreas de la administración pública, como el manejo de la basura y la contaminación, además de la corrupción y la Rogelio Mata Grau El país de los adultos improvisados Valores En medio del ruido público sobre inseguridad, corrupción y frustraciones sociales, siempre aparece alguien preguntándose, con tono casi científico, cómo se hacen los delincuentes en Panamá, como si fueran criaturas que brotan de un laboratorio secreto. Pero la fórmula no está escondida: es pública, repetida y casi institucionalizada. Basta combinar hogares emocionalmente ausentes, padres improvisados, expectativas infladas por redes sociales y la fascinación por los “derrochadores de lujos” que un día aparecieron en una Lexus y al siguiente en un reportaje policial. El mensaje que muchos jóvenes reciben es simple y directo: la vaina es fácil. Conoce a un maleante, te ponen a vivir, te suben a un niveleconómicoimposibledealcanzarcon salario honesto, y ¡boom! Te conviertes en espuma de cerveza: subes rápido, sabes que no durará, pero mientras dure… fotito para Instagram. Lo que resulta difícil de creer es que muchos analicen la conducta juvenil como si todo este fenómeno surgiera de la nada. No: la faltadelímitesemocionales,laausenciade propósito, la idea de que el éxito se mide por lo que enseñas en redes y no por lo que construyes, todo eso se cocina desde la infancia. Y cuando los medios de comunicación y las redes sociales celebran al que “se hizo”, sin preguntar cómo, los jóvenes entienden perfectamente el mensaje. Hasta aquí, el deterioro avanza casi con elegancia. Pero la verdadera historia —la que rara vez se cuenta— es que esta receta puede romperse. Todo empieza mucho antes, en los que todavía se ensucian el uniforme jugando, coleccionan stickers y todavía creen que el mundo es un lugar básicamente bueno. Si queremos dejar de fabricar delincuentes, tenemos que centrarnos en ellos con la misma seriedad con la que un panameño cuida su puesto en la fila del súper. Niños que entienden más de lo que parece y que aprenden, sobre todo, de lo que observan: no de nuestras declaraciones solemnes, sino de nuestras conductas diarias, incluso esas que creemos que nadie nota. Por eso resulta fundamental enseñarles amor, honestidad y también esa salud emocional que no se improvisa. Una salud que se cultiva cuando los adultos recuerdan que la mente de un niño es un jardín capaz de florecer si se cuida, o de cerrarse si se descuida. A veces basta con reconocer que los pequeños no son extensiones de nuestras frustraciones ni cajas de resonancia para las tensiones de la vida adulta; basta con suavizar ciertas palabras, contener ciertos impulsos, ajustar ciertas sombras que dejamos caer sin querer. Los niños —nuestro verdadero tesoro nacional, aunque no figure así en ningún presupuesto— no necesitan discursos perfectos, sino ejemplos vividos. Y si ellos crecen viendo coherencia, respeto y humanidad, harán lo mismo. Si crecen viendo lo contrario, también. La esperanza del país no reside en un plan gubernamental brillante ni en una reforma queprometerecomenzartododesdecero. Reside en crear generaciones que no tengan que deshacer los daños acumulados, porque fueron criadas en un entorno emocional sano y ético. Generaciones capaces de corregir el rumbo no con retórica, sino con una manera distinta de habitar el mundo. El futuro mejora cuando los adultos nos flexibilizamos, conversamos más con los jóvenes y aceptamos una verdad humilde: muchas veces son los niños quienes nos muestran el camino que fingimos conocer. EL AUTOR es abogado y analista de temas sociales y culturales. Tomás Sucre Ulloa Fundado en 1980 Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa Presidente fundador Roberto Eisenmann Jr. Director emérito Guillermo Sánchez Borbón † Gerente Comercial Sudy S. de Chassin Esta es una publicación de Corporación La Prensa, S.A. ©. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción, sin la autorización escrita de su titular. ISSN 2953-3252: La Prensa ISSN L 1605-069X: prensa.com en la edición de contenidos y mejorar la experiencia de lectura. Garantizamos que todo contenido publicado es creado y rigurosamente revisado por nuestro equipo editorial antes de su difusión. 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