8A La Prensa Panamá, domingo 14 de diciembre de 2025 pre habrá viento favorable. A veces el mar se muestra en calma y permite avanzar con confianza; otras veces se embravece y exige coordinación, paciencia y resistencia. Muchos dudan de esa travesía y no creen en la posibilidad de un destino duradero. Incluso la propia familia puede cuestionar la marcha, relegando a uno a posiciones que no corresponden, aun cuando ese barco, entre dudas ajenas y silencios heredados, continúa avanzando, surcando aguas nuevas y sosteniendo su propio rumbo. En ese caminar se comprende también que no siempre se alcanza lo deseado, pero siempre se lucha con empeño por lograrlo. Los tiempos difíciles, ya sea por crisis económicas, por enfermedad o por situaciones colectivas como la pandemia, solo hicieron más visible esta verdad. Mientras algunas familias encontraron en la cercanía una oportunidad para fortalecerse, otras eligieron caminos distintos aun compartiendo el mismo espacio. No siempre fue falta de amor, sino la incapacidad de afrontar juntos el miedo, la incertidumbre y la necesidad de reinventarse como binomio. Permanecer no es resignarse ni tolerar lo inaceptable. Existen límites claros y el respeto es innegociable. Sin embargo, la madurez exige agotar los recursos antes de tomar decisiones finales: dialogar con honestidad, buscar apoyo, redistribuir cargas, corregir el rumbo y volver a mirarse como proyecto compartido antes de abandonar la travesía. Hoy preocupa ver que muchos jóvenes no agotan ese último recurso: saltan por la borda sin saber en qué aguas continuarán, aun cuando crecieron observando el ejemplo y la constancia de quienes sí completaLa soberanía no se delega: el poder constituyente es del pueblo Instituciones En el debate actual sobre la posible convocatoria a una Asamblea Constituyente originaria, conviene regresar a una verdad elemental que, sin embargo, parece estar ausente en ciertos círculos políticos y técnicos: el poder constituyente originario pertenece exclusivamente al pueblo. No es una afirmación retórica ni un principio abstracto; es el fundamento sobre el cual se erige toda legitimidad democrática. En un reciente texto titulado ¿De qué trata un proceso constituyente originario?, el jurista y exprocurador general de la Nación, Rigoberto González Montenegro, lo resume con precisión: “Mal se puede estar hablando del ejercicio del poder constituyente originario sin que el dueño de ese poder participe, sin que sea el dueño de ese poder el que decida y determine cómo quiere que se ejerza ese poder”. Estas palabras son un llamado de atención. Porque mientras se multiplican foros, mesas técnicas, propuestas de borradores y mecanismos de supuesta “alfabetización constitucional”, la gran ausente sigue siendo la participación real, directa y decisoria del pueblo. Se da por hecho que ciertos sectores —autoproclamados como ilustrados o portadores de una visión superior— están en condiciones de definir los pasos, las reglas, e incluso los contenidos de una nueva Carta Magna. Ese atajo no solo es políticamente peligroso, sino jurídicamente inviable. La historia constitucional de América Latina ofrece múltiples ejemplos de procesos constituyentes que nacen deslegitimados cuando son impulsados por élites sin mandato popular. Una constitución, para ser legítima y duradera, no puede nacer del escritorio de una minoría que asume, con soberbia, que sabe más o mejor que las mayorías. Como bien lo advierte González Montenegro, el primer paso ineludible debe ser la convocatoria amplia y plural a los grupos sociales y políticos representativos del pueblo, para acordar un pacto constituyente claro, transparente y vinculante. Cualquier documento redactado de espaldas al pueblo —incluso si se disfraza de técnica jurídica— está condenado al rechazo. Porque una constitución no se impone: se construye colectivamente. No puede emanar de una élite no elegida, sino que debe surgir de un proceso donde el titular del poder constituyente originario — el pueblo soberano— sea protagonista desde el inicio, definiendo tanto el camino como el destino. En este sentido, resulta urgente plantear una pregunta que aún no tiene respuesta oficial ni política: ¿cuándo se va a convocar a los actores sociales y políticos que representan de manera auténtica al pueblo panameño? Esa es la única vía democrática para iniciar un proceso constituyente genuino. Todo lo demás —por bien intencionado o sofisticado que parezca— será percibido como un intento de suplantación de la voluntad popular. El poder constituyente originario no se transfiere, no se delega y no se interpreta desde las alturas. Se ejerce. Y solo puede ejercerse de manera legítima cuando el pueblo decide ejercerlo. Narcisismo político y autoritarismo reactivo Riesgos para la democracia repliega: arremete. La frustración y los complejos: semillas de un autoritarismo reactivo Cuando la popularidad cae, el líder narcisista no reflexiona ni corrige: reacciona. Su naturaleza emocional lo empuja a endurecerse, a gobernar desde la inseguridad y a cerrar espacios de participación. La pérdida de apoyo social hiere su ego y desata un autoritarismo defensivo: • descalifica adversarios reales e imaginarios, • intimida a los medios, • reduce derechos gremiales, • concentra decisiones en círculos de confianza extrema, • y desmantela mecanismos de control estatal. No es un proyecto ideológico profundo. Es una respuesta visceral al miedo de perder poder. Un problema dual: inseguridad interior + poder sin límites La combinación entre inseguridad personal y concentración de poder produce líderes que no gobiernan desde la prudencia. Ven amenazas donde hay disenso legítimo y confunden vigilancia ciudadana con sabotaje. En democracias maduras, esta deriva se contiene. En democracias frágiles, avanza sin frenos y destruye lentamente el equilibrio institucional. Riesgos para el país Un liderazgo atrapado entre sus complejos y su necesidad compulsiva de control genera daños profundos: • debilitamiento de libertades civiles, • erosión de los contrapesos institucionales, • desaparición de sindicatos y gremios como actores democráticos, • autocensura generalizada, • caída de la gobernabilidad, • y pérdida de credibilidad internacional. El país termina gobernado por impulsos emocionales, no por políticas públicas. La posición de la sociedad: del hartazgo a la resistencia, y de allí a la oposición estructurada En una sociedad agotada, el ciclo suele avanzar del hartazgo a la resignación, y de allí a la resistencia. Pero conviene diferenFrancisco Sánchez Cárdenas Raíces que nos forman, decisiones que nos marcan Resiliencia La unión de dos personas no se mide cuando todo es sencillo, sino cuando la vida aprieta. En la calma cualquiera permanece; en la tormenta se revela quién está dispuesto a sostener y quién decide soltar. El compromiso verdadero se fortalece en cada amanecer y en cada anochecer, cuando hay estabilidad y cuando reina la incertidumbre, cuando el mar parece tranquilo y cuando las olas anuncian tempestad. Las pruebas no llegan solo en momentos extremos. Aparecen también cuando los orígenes son distintos, cuando las historias familiares no coinciden y las expectativas parecen avanzar por rumbos opuestos. Hay quienes crecieron en hogares donde no faltó nada y quienes se formaron en la sencillez del campo, en familias sostenidas por el trabajo de la tierra y el estudio como esperanza. Unirse desde esas diferencias no es fácil: implica aprender otros ritmos, derribar prejuicios y aceptar que el trayecto no será cómodo. Ahí comienza la verdadera travesía: no en la igualdad de condiciones, sino en la decisión de avanzar juntos. Hay decisiones que se toman con plena conciencia, como subir al mismo barco, alzar las velas y partir sabiendo que no siemron la ruta. Cuando la unión se ha trabajado con esfuerzo auténtico, llega también el tiempo de contemplar sus frutos. Ver a los hijos crecer con valores firmes, formarse con responsabilidad, ética y honradez, y avanzar profesionalmente con dignidad se convierte en la recompensa más profunda. En ese logro descansa la tranquilidad de haber sembrado bien y la esperanza de que lo aprendido siga su curso. Criarlos con humildad, respeto y nobleza, sabiendo que en el hogar existían prioridades más importantes que la vanidad, les enseñó que lo que no estaba al alcance no se exigía: se conquistaba con trabajo, con un esfuerzo adicional y con la conciencia de que alcanzar la mayoría de edad no otorgaba licencia para irrespetar ni para romper reglas establecidas con claridad. Desde ahí nace la confianza de que los nietos crecerán rodeados de sabiduría, guiados por el ejemplo, con conciencia, respeto y humanidad, prolongando un legado que no necesita alardes porque habla por sí mismo a través de vidas que se labran de manera compartida, con firmeza y compromiso. Que el barco familiar llegue a puerto seguro no es casualidad. Es el resultado de la constancia, del apoyo mutuo y del trabajo silencioso del hogar, de esas labores que sostienen la rutina y preservan el orden sin buscar aplausos, unidas al compromiso de mantenerse juntos. Solo así se deja, para quienes vienen detrás, una herencia con sentido, dignidad y esperanza. EL AUTOR es administrador industrial. LA AUTORA es educadora. EL AUTOR es médico. Gabriel J. Perea ciar: la resistencia no equivale a una oposición estructurada. Es una reacción espontánea frente al abuso, no un proyecto articulado de alternativa política. La dificultad aumenta cuando buena parte de la institucionalidad formal —congresos, cortes supremas, tribunales electorales, contralorías— aparece cooptada o intimidada, incapaz de ejercer su papel contralor. Cuando el poder captura a quienes deberían fiscalizarlo, la democracia queda en manos de los ciudadanos. Aun así, persisten fuerzas capaces de reequilibrar el sistema: • Partidos políticos, aún debilitados, pero con estructuras reactivables. • En este contexto, la democracia requiere nuevas organizaciones políticas. • Organizaciones civiles independientes, cada vez más respetadas por su integridad. • Colectivos ciudadanos y gremios profesionales, que emergen como canales de resistencia organizada. • Un sector juvenil decepcionado, dispuesto a romper la cultura del silencio que sostiene al autoritarismo reactivo. Medidas de corrección: reconstruir desde la ciudadanía En democracias incipientes, la corrección no vendrá desde arriba, sino desde una reorganización del tejido social, donde la ciudadanía deja de ser espectadora y se convierte en protagonista del reequilibrio democrático. Ese proceso requiere: • Transformar la resistencia en articulación, mediante plataformas cívicas y políticas con cohesión y propósito. • Deslegitimar la arbitrariedad, recuperando la narrativa pública y evitando normalizar el abuso. • Fortalecer alianzas intergeneracionales, uniendo a jóvenes, gremios, académicos y sectores productivos en un frente democrático común. • Restablecer la cultura de la vigilancia, empujando a las instituciones capturadas a rendir cuentas o exponiendo su inacción. • Exigir integridad electoral real, incluso cuando el árbitro esté debilitado; la presión pública es el principal antídoto. • Preparar el relevo, identificando liderazgos nuevos y creíbles que encarnen el antídoto al narcisismo retaliativo. La corrección democrática no surge por evolución natural, sino por determinación cívica. La resistencia es el punto de partida; la articulación política ciudadana en oposición estructurada, el camino; y el voto consciente, el golpe final contra la deriva autoritaria. Las democracias imperfectas tienen un punto débil: celebran elecciones, pero carecen de la cultura institucional que limita los abusos del poder. Cuando en ese escenario emerge un dirigente con rasgos de narcisismo político combinado con autoritarismo reactivo, la estabilidad del país comienza a erosionarse. No se trata de un problema de estilo, sino de una dualidad psicológica y política que lleva a la autosuficiencia, al miedo a perder el poder y a respuestas autoritarias que buscan proteger una imagen personal más que fortalecer el sistema democrático. Por este camino, el “líder” confunde dos palabras casi idénticas pero contrapuestas: presidencia y prescindencia. El narcisismo político: la autosuficiencia como máscara Desde la mitología griega, Narciso encarna al individuo enamorado de su propio reflejo, incapaz de ver el mundo más allá de sí mismo. En política, esa lógica se diluye en distintos matices según el espectro ideológico. Las ultraderechas tienden a atraer a líderes grandiosos que necesitan imponerse; las izquierdas autoritarias, a caudillos redentores que se creen indispensables; las derechas tradicionales, a figuras paternalistas que se asumen guías naturales. De estos matices hay múltiples ejemplos en nuestra América, mientras que los movimientos de centro democrático, gracias a instituciones más fuertes, moderan mejor estos impulsos. Pero entre todas las variantes, la más peligrosa para una democracia frágil es el narcisismo retaliativo: aquel que responde a cualquier crítica como una ofensa personal y emplea el poder para castigar, intimidar o neutralizar al que discrepa. Es el Narciso que, al sentirse herido, no se Evangelina Batista de Cortez
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