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7A La Prensa Panamá, sábado 22 de noviembre de 2025 Vista aérea del cerro Sosa (cara Oeste): Vista aérea del puerto de Balboa, en la que se pueden apreciar las cicatrices en el cerro Sosa, producto de su servicio como cantera a partir de 1908 (septiembre de 1936. Fuente: National Archives at College Park Cerro Sosa: el ceniciento de Ancón Juan Posada López ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] IDENTIDAD PAISAJÍSTICA La historia de una colina que, por más de un siglo, ha sido sacrificada una y otra vez en nombre del progreso. El cerro Sosa es uno de los hitos geográficos más apreciados de la capital panameña, especialmente para los vecinos del corregimiento de Ancón. Sin embargo, su historia demuestra que este gigante de piedra y vegetación ha sido, una y otra vez, el eterno sacrificado cada vez que la ciudad o el país han necesitado desarrollar obras de infraestructura consideradas esenciales para el bien colectivo. Su primer gran riesgo ocurrió en 1905, cuando fue descartado como barrera de protección para la esclusa del Pacífico ante el potencial fuego de un barco enemigo, cuando esta se pensó colocar detrás del cerro. En ese momento, al mayor George W. Goethals, miembro de la Isthmian Canal Commission (asumió como ingeniero jefe en 1907), le pareció más prudente ubicar la esclusa en Miraflores, como finalmente ocurrió. Ese respiro duró poco. Para 1907, la ladera suroeste del cerro Sosa ya había sido identificada como el sitio idóneo para establecer una cantera destinada a suministrar roca triturada para las grandes obras del Canal. La cantera entró en operación a inicios de 1908 y rápidamente comenzó a producir enormes volúmenes de material que se trasladaban por ferrocarril hacia los puntos de construcción, incluyendo las esclusas de Miraflores y Pedro Miguel. En 1913 volvió a ser intervenido. Ese año comenzaron los trabajos de acondicionamiento del área donde se construirían los diques secos de Balboa, lo que implicó excavar unos 229,366 metros cúbicos de material en la ladera noroeste del cerro. Las rocas obtenidas no se desperdiciaron: se utilizaron como relleno para habilitar los nuevos talleres y el patio terminal del puerto. Una vez inaugurado el Canal, la cantera siguió siendo valiosa. En 1916 proporcionó roca de alta calidad para reforzar el rompeolas Este, en la bahía de Limón, en Colón. La dureza del material extraído en el cerro Sosa era reconocida como superior para fabricar bloques de concreto capaces de resistir el embate constante del mar del Norte. Pero esta actividad tuvo un alto costo humano: ese mismo año, el lunes 24 de enero de 1916, una explosión prematura de dinamita provocó la muerte de tres trabajadores de la nómina Plata (Silver Roll), un recordatorio del peligro que implicaba operar la cantera en aquellos tiempos. Aunque su uso disminuyó después, la evidencia fotográfica demuestra que la cantera nunca estuvo completamente inactiva. Imágenes de 1936 y 1943, compartidas en esta nota, muestran actividad intermitente. También existen publicaciones realizadas en The Panama Canal Spillway que registran labores en 1967 y 1969, especialmente para destacar la labor de los trabajadores que mantenían viva la operación. Pese a tantos golpes, el cerro también fue objeto de afecto y restauración por parte de la comunidad, ya que entre 1972 y 1976 ocurrieron varios esfuerzos significativos para reforestarlo. Estudiantes, maestros, científicos y ciudadanos comprometidos con la ecología de la antigua Zona del Canal se unieron para llevar a cabo uno de los proyectos de siembra más ambiciosos de la época: casi 30,000 semillas de teca y otras especies nativas — jaboncillo, roble, corotú, algarrobo, carate y cuipo— fueron lanzadas desde un helicóptero sobre el cerro Sosa. Al cerro le tocó enfrentar incendios que casi arrasaron con el esfuerzo de reforestación, pero nuevamente surgió la solidaridad: jóvenes Scouts de la Zona del Canal iniciaron un programa de irrigación selectiva para mantener vivas las plántulas sobrevivientes y prepararlas para la llegada de la estación lluviosa. Desconozco con certeza el año exacto en que dejó de funcionar la cantera, pero el cerro obtuvo un respiro crucial en 1997, cuando la Ley 21 lo designó como área verde urbana y patrimonio de la Autoridad del Canal de Panamá. Esa declaración lo colocó, al menos en teoría, bajo un régimen de protección que debería garantizar la preservación de su paisaje y su cobertura vegetal, convirtiéndolo en un pulmón natural para la ciudad. Sin embargo, la misma ley establece una excepción significativa: no prohíbe el desarrollo de infraestructura pública estratégica ni las obras declaradas de utilidad pública nacional. Esa disposición legal es la que ha permitido que nuevas intervenciones —como las relacionadas con el cuarto puente— vuelvan a afectar la integridad del cerro Sosa, pese a su condición de área verde protegida. Durante décadas, el cerro logró recuperarse de incendios, intervenciones y abandonos, llegando a mostrar una exuberante cobertura vegetal que se mantenía, hasta hace muy poco, en todo su perímetro. Hoy vuelven a verse cicatrices abiertas en su superficie, heridas que duelen a quienes lo consideran parte de la identidad paisajística de Ancón y de toda la ciudad. Y aunque comprendamos la necesidad de ciertas obras, es innegable que el cerro Sosa ha sido, históricamente, “el gran sacrificado de siempre” en nombre del progreso. Ahora toca esperar a que, una vez concluidos los trabajos actuales, el cerro pueda recuperar su verdor y vuelva a cumplir el propósito que la Ley 21 quiso otorgarle: ser un espacio para el disfrute de la naturaleza, la recreación ciudadana y el respiro ecológico de una urbe que continúa creciendo. Ante la usurpación del poder en 1830 por el audaz general santanero José Domingo Espinar –cuyo objetivo inicial era presionar al gobierno central mediante la separación de Panamá, con la esperanza de que Bolívar pudiera regresar a la presidencia de la república neogranadina–, las élites panameñas se le opusieron con determinación. Despreciaban a Espinar no solo por su color y origen social, sino también por su defensa del centralismo como sistema de gobierno, postura contraria a sus propios intereses. Estas élites anhelaban un Estado federal que permitiera a Panamá gozar de mayor autonomía y establecer políticas favorables al comercio transístmico. Su estrategia consistió en convencer al coronel Juan Eligio Alzuru de traicionar a su superior, quien lo había dejado al mando del istmo mientras él partía a someter la sublevación en Veraguas. Mediante un golpe de Estado, las tropas comandadas por Alzuru arrestaron a Espinar y lo exiliaron a Ecuador. Tras desaparecer la causa que había justificado la proclama independentista de 1830, Alzuru, con el respaldo de los empresarios istmeños, declaró oficialmente una segunda separación el 9 de julio de 1831. En ese acto, asumió el cargo de líder militar y nombró a José de Fábrega como el líder civil. En este segundo acto secesionista, también se declaró la intención de reintegrarse a la Nueva Granada (hoy Colombia), pero bajo la condición de que se adoptara un sistema federal. Este anhelo tenía sus raíces en la naturaleza mercantil y eminentemente transitista del istmo, determinado por su estrechez y su privilegiada posición geográfica, en contraste con la economía neogranadina, cuyo principal motor era la actividad agropecuaria. Incluso se llegó a plantear que, El desenlace de las separaciones de 1830 y 1831 VOCACIÓN TRANSITISTA de no obtener Panamá esos fueros, resultaría más lógico unirse a Ecuador, con quien mantenía un intercambio comercial mucho mayor que con el gobierno central. Bogotá reaccionó con vehemencia ante el acto separatista, nombrando nada menos que al destacado militar panameño Tomás Herrera como nuevo comandante general del Istmo para sofocar la sublevación. El entonces teniente coronel zarpó de inmediato con sus tropas desde el puerto de Cartagena rumbo a Panamá. Al enterarse de estos acontecimientos, Alzuru comenzó a gobernar de manera autoritaria y por decreto, arrogándose poderes absolutos. Sus acciones provocaron un creciente descontento e indignación entre quienes inicialmente lo habían apoyado. Como consecuencia, sus opositores sufrieron persecuciones, confiscación de bienes e incluso el exilio, como fue el caso de los próceres José de Fábrega, Mariano Arosemena y José Vallarino. Fábrega regresaría poco después, desembarcando con tropas por mar en el golfo de Montijo, en Veraguas. Mientras tanto, Tomás Herrera desembarcó su ejército en Portobelo, luego de que las tropas del gobierno sublevado le impidieran hacerlo en la desembocadura del río Chagres. Fábrega, por su parte, reclutó soldados en las tierras centrales para unirse a las fuerzas de Herrera. Juntos lograron derrotar al ejército separatista en las batallas de Bique y Arraiján, donde capturaron a Alzuru. Por órdenes de Bogotá, Alzuru y muchos de sus aliados fueron ejecutados. Así concluyeron los actos separatistas de 1830 y 1831. Aunque ambas proclamaciones contemplaban la reunificación bajo ciertas condiciones, quedó en evidencia el surgimiento de un paradigma fundamental para el futuro del istmo. Se elevó a la conciencia colectiva y social la enorme importancia geográfica de Panamá y su potencial para convertirse en el centro neurálgico de las rutas de transporte transístmico. A partir de entonces, crecieron las presiones políticas para liberarse de la miopía de la clase dominante en Bogotá, que gobernaba con políticas públicas orientadas a proteger su economía agrícola. En resumen, para desatar el pleno potencial de Panamá, resultaba esencial una mayor autonomía local respecto al gobierno central en Bogotá. De este modo, se garantizaría un tratamiento fiscal más justo y adaptado a la región, permitiendo encauzar su destino manifiesto hacia un enfoque pragmático y comercial. Iván Rogelio Robles ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] Planta central de mezcla y bacheo del cerro Sosa: Planta central de mezcla y bacheo del cerro Sosa y flota de mezcladoras (noviembre de 1943 Fuente: National Archives at College Park

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