8A La Prensa Panamá, lunes 17 de noviembre de 2025 Contacto [email protected] Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión de La Prensa se expresa únicamente en el Hoy por Hoy. rién para llegar a Estados Unidos. Mientras tanto, jóvenes estadounidenses que nunca han conocido la escasez votan entusiastamente por las mismas políticas que destruyeron a Cuba, Venezuela y Nicaragua, por dar solo algunos ejemplos. El problema tiene varios niveles. Primero, la educación. En las universidades estadounidenses ya no se enseña economía básica: se enseña “justicia social” y teoría crítica. Los estudiantes salen sin entender conceptos fundamentales como escasez, incentivos o costos de oportunidad. Segundo, la distancia. Para un joven en Brooklyn, Venezuela está tan lejos como Marte. Tal vez no conocen refugiados venezolanos, no han escuchado sus historias ni entienden que esas políticas “progresistas” son exactamente las que Chávez implementó hace 25 años. Pero hay algo más profundo aquí. Los jóvenes estadounidenses no están votando por el socialismo porque aman a Marx; están votando porque sienten que el capitalismo los ha traicionado. Ven costos de vivienda estratosféricos, deudas estudiantiles abrumadoras, trabajos precarios. Y cuando llega un político prometiendo “arreglar” todo esto con programas gubernamentales, suena atractivo. El problema es que no entienden que muchos de esos problemas que atribuyen al “capitalismo” son producto de intervenciones gubernamentales. Los costos de vivienda en Nueva York son altos precisamente por regulaciones de zonificación restrictivas. Las deudas estudiantiles existen porque el gobierno garantizó préstamos, permitiendo a las universidades inflar precios sin consecuencias. El sistema de salud es caro porque está plagado de regulaciones que limitan la competenLas colaboraciones para la sección de Opinión deben incluir la identificación del autor. Los artículos no deben exceder 650 palabras. No se publican colaboraciones que hayan aparecido en otros medios y La Prensa se reserva el derecho de seleccionar, editar y publicar. No devolvemos el material. ¿En qué piensan los corruptos? Responsabilidad Por un error muy común al confundir habilidad con inteligencia, se piensa que ser habilidoso es ser inteligente. Pero no es así. Una persona habilidosa es aquella que tiene destreza para hacer algo (lícito o no), de forma más mecánica que racional. Los corruptos son habilidosos para lo malo, pero no necesariamente inteligentes. Sin embargo, a muchas personas les gusta creer lo contrario, por una distorsión cognitivo-afectiva. Y, al final, terminan recurriendo al arquetipo de Robin Hood, es decir, “el buen malhechor”. A ciertos corruptos, sobre todo principiantes, les gusta pensar que no son corruptos, sino suertudos, genios, favorecidos por la providencia y, eventualmente, “víctimas sociales”. Esto sigue una estructura racional similar al silogismo: Dios castiga a los malos y premia a los buenos; Dios me premió; entonces soy bueno. Lo cual ocurre frecuentemente en lugares donde el sistema legal es inoperante o funciona como incubadora de corruptos. Existen muchas razones por las cuales a ciertas personas malas les va bien, pero ninguna de ellas convierte a los maleantes en ungidos. Los delitos no se lavan: se pagan. El corrupto primerizo tiende a pensar que puede “limpiarlos” suavizando, aunque sea parcialmente, su conciencia. No crea que “en el fondo son buenas personas” solo porque los ve haciendo obras de caridad, ofreciendo donativos, etc., como si al hacer el bien compensaran todo el mal previo. En realidad, eso no funciona así. Cada cosa que existe se sostiene en un orden preestablecido que, dicho sea de paso, le permite seguir existiendo. Si un corrupto afecta ese orden apropiándose indebidamente de bienes, servicios, dinero o personas, ese orden será restablecido tarde o temprano, de una u otra forma, directa o indirectamente, a toda costa y por encima del mismo corrupto o incluso de sus allegados. Esto lo sabían las religiones ancestrales, que iniciaron la práctica de la penitencia asociada al arrepentimiento para poder “expiar la culpa”, dado que el verdadero arrepentimiento solo surge después de asumir la responsabilidad del hecho y de sus consecuencias. Entiéndase: ni de boca ni, mucho menos, de chequera. A los principiantes de corrupto no les agrada saber a cuánta gente y de qué manera afectan con sus delitos, porque intuyen que la culpa va en proporción a la calidad y a la cantidad de personas perjudicadas por su ilícito. Y, a medida que se asciende en niveles de responsabilidad, proporcionalmente será la afectación que recibirá el corrupto al restablecerse el orden natural de las cosas. Por otro lado, conforme crece y se desarrolla, el ser humano establece un contrato implícito pero primordial con su propia vida, haciéndose responsable de todo lo que haga o deje de hacer para poder sobrevivir al entorno, a la sociedad y a sí mismo. Sobre ese primer contrato —que define al ser humano como persona— se levantan los demás contratos sociales: matrimonio, empleo, etc. Si el primer contrato falla, es seguro que los otros fallarán proporcionalmente tarde o temprano. Dicho de otra forma, una persona íntegra no puede ser “buena” en ciertos entornos y muy “mala” en otros, porque, en esencia, lo malo siempre termina mezclándose y opacando a lo bueno. En resumen, saber en qué piensan los corruptos no es complicado: piensan en su beneficio y en el de sus allegados. Sin embargo, ¿cómo hacer para que piensen en los otros? Tal vez solo cuando “los otros” se atrevan a recordarles lo que realmente son. El poder que decidirá el siglo XXI La batalla por el mar ranía debe proyectarse más allá del estrecho de Taiwán y el mar de la China Meridional. La vieja disputa entre tierra y mar reaparece con nitidez. Rusia, China e Irán encarnan la lógica telurocrática: fronteras fortificadas, control autoritario y expansión territorial. Frente a ellas, Estados Unidos y sus aliados reivindican la talasocracia: libertad de navegación, cooperación internacional y un orden basado en reglas compartidas. Atenas, el Reino Unido y luego Estados Unidos demostraron que el poder marítimo genera riqueza sin conquistar territorios. Las potencias continentales, en cambio, terminan esclavas del militarismo autoritario que ellas mismas provocan. La expansión marítima británica del siglo XIX, sustentada en la industria y el comercio, convirtió al Reino Unido en “banquero del mundo”, mientras sus rivales se empobrecían en guerras terrestres. Tras 1945, Estados Unidos heredó esa doctrina: mantener los mares abiertos garantizó siete décadas de crecimiento y estabilidad. Pero hoy su liderazgo vacila. La tentación del repliegue —expresada en el aislacionismo del “America First”— amenaza con transformar a la principal potencia marítima en un imperio continental más, dominado por el miedo y la desconfianza. En este retorno a los viejos patrones geopolíticos, el dilema es claro: si Washington renuncia a su vocación marítima, el orden global que construyó se disolverá. China ha comprendido la lección del mar, pero a su manera. Mientras proclama su respeto al multilateralismo, expande una red de puertos, préstamos y dependencias que configuran una nueva ruta imperial. Su “Franja y la Ruta” no busca conquistar con ejércitos, sino someter con deudas. Los comerciantes panameños han sido criptoaliados para los leoninos contratos del dragón asiático que avasallan al pueblo. Rusia complementa esa estrategia con guerras híbridas, desinformación y coerción energética. Ambas potencias desafían el principio esencial del orden marítimo: José González Rivera Cantos de sirena Educación crítica ¿En serio nos sorprende que los jóvenes estadounidenses menores de 30 años voten por candidatos socialistas, cuando el sistema educativo de ese país ha fracasado sistemáticamente en enseñar la historia económica real? Mientras nosotros, en América Latina, vivimos las consecuencias directas del socialismo —venezolanos cruzando el Darién, nicaragüenses huyendo de Ortega, cubanos arriesgando sus vidas en balsas—, los jóvenes en Estados Unidos tienen el lujo de romantizar un sistema que nunca han experimentado. Para ellos, el socialismo no es la cola de cuatro horas para comprar papel higiénico en Caracas; es un hashtag progresista en Instagram. Y para muestra un botón: Zohran Mamdani, recién electo alcalde socialista (“democratic socialist”, como para suavizar una palabra tóxica para los oídos de muchos) de Nueva York, promueve “vivienda garantizada” y “transporte público gratuito”. ¿Dónde hemos escuchado estas promesas antes? Ah sí, en los gobiernos latinoamericanos a nuestro alrededor que terminaron destruyendo sus economías. Pero claro, esta vez será diferente, ¿verdad? La ironía es brutal. Millones de latinoamericanos arriesgan todo —sus familias, sus vidas— para escapar del socialismo vía el Dacia. No es capitalismo: es capitalismo de compinches mezclado con intervencionismo estatal. Aquí está la tragedia: la generación que más necesita entender las lecciones del socialismo es la que menos acceso tiene a ellas. Mientras los sobrevivientes del socialismo intentan advertirles, los jóvenes estadounidenses están siendo educados por profesores “progres” que extrañan la era de los disturbios estudiantiles de la llamada Generación del 68. Jóvenes estudiantes, hoy líderes intelectuales en la academia, que protagonizaron las violentas protestas callejeras en París ese año y que, desde su privilegio universitario, romantizaron ideologías revolucionarias sin comprender, y que aún no quieren admitir su equivocación sobre las realidades brutales del socialismo. La solución no es fácil, pero empieza con educacióneconómicareal—noteoríacrítica disfrazada de economía—. Los jóvenes necesitan entender que la prosperidad viene de la libertad económica, no de la planificación central. Necesitan escuchar directamente a los venezolanos, cubanos y nicaragüenses. Necesitan aprender que, cuando el gobierno promete “arreglar” todos tus problemas, el precio suele ser tu libertad y tu prosperidad. Porque la próxima vez que un político prometa “vivienda garantizada” y “transporte gratuito”, alguien debería preguntarle: ¿como Venezuela?, ¿como Cuba?, ¿como Nicaragua? La historia ya nos ha dado las respuestas. El problema es que a muchos jóvenes estadounidenses esos profes progres nunca les enseñaron la dura verdad, sino más bien cantos de sirena. Opinión EL AUTOR es escritor. EL AUTOR es director de la Fundación Libertad. EL AUTOR es médico sub especialista. Víctor Paz que la prosperidad común nace de la confianza y de las reglas compartidas. Según la “trampa de Tucídides”, el conflicto entre una potencia ascendente y otra establecida suele ser inevitable. Atenas desafió a Esparta; hoy China desafía a Estados Unidos. Pero el riesgo para Washington no está solo en Pekín. Está en sí mismo: en la pérdida de propósito, en la nostalgia imperial, en el desprecio hacia las instituciones que garantizan la cooperación. Si el país que defendió la libertad de los mares opta por encerrarse tras sus fronteras, el sistema que dio estabilidad al planeta colapsará desde dentro. Los mares son la arteria de la economía mundial: por ellos circula el 90 % del comercio y el 99 % de las comunicaciones digitales. Si ese flujo se interrumpe, el resultado será inflación, escasez y conflicto. Sin embargo, la superpotencia que debería proteger esa red global se repliega sobre sí misma. Al imponer aranceles a sus aliados y paralizar los organismos multilaterales, Estados Unidos erosiona su propia legitimidad. China y Rusia, en cambio, avanzan en la fragmentación del sistema. La invasión de Ucrania no solo violó la soberanía de un país, sino que golpeó la idea misma de un orden basado en normas. Taiwán es el siguiente eslabón de esa prueba. Cada paso que Occidente retrocede, Pekín lo traduce en poder. La advertencia de Pericles antes de la caída de Atenas resuena hoy en Washington: “Temo más a nuestros errores que a los planes del enemigo.” Si Estados Unidos olvida que su fuerza no proviene de conquistar territorios, sino de conectar océanos, el siglo XXI podría ver el fin del orden marítimo que sostuvo la prosperidad global. China, en cambio, cree asistir al cumplimiento de una dialéctica histórica: el ascenso de Oriente y el ocaso de Occidente. Pero el verdadero desenlace dependerá de quién entienda mejor la lección del mar. Las potencias continentales construyen muros; las marítimas, puentes. El futuro —y la libertad del mundo— pertenecerán a quien conserve la visión de que el poder no se imponen: se atrae. El orden mundial actual nació de dos fechas memorables: 1945 y 1989. La primera marcó el nacimiento de la arquitectura institucional posterior a la Segunda Guerra Mundial — las Naciones Unidas y los organismos de Bretton Woods— bajo el liderazgo indiscutido de Washington. La segunda selló la victoria de Occidente tras la caída del Muro de Berlín y el colapso soviético, consolidando una hegemonía liberal que pareció definitiva. Sin embargo, el siglo XXI ha demostrado que aquel orden ya no responde al equilibrio real del poder global. China Popular, convertida en potencia económica y militar, exige una reconfiguración del sistema internacional, proclamándose defensora de un “nuevo orden más justo” frente a la dominación occidental. La historia del poder mundial se escribe en los mapas. Dos visiones antagónicas lo dividen desde la antigüedad: la del poder continental, que confía en la fuerza territorial y el control político, y la del poder marítimo, que se apoya en el comercio, la interdependencia y la apertura. Desde Alfred T. Mahan, los estrategas estadounidenses entendieron que dominar los mares equivalía a dominar la prosperidad. Hoy, esa tesis vuelve a probarse en la rivalidad entre China y Estados Unidos. El pensamiento estratégico chino ha evolucionado desde Mao, que concibió una “muralla marítima” defensiva, hasta Xi Jinping, quien impulsa una flota global con bases en el extranjero y una doctrina de “poder marítimo fuerte”. El objetivo ya no es solo proteger sus costas, sino controlar los mares adyacentes y extender su influencia hasta África y América Latina. Pekín considera que la seguridad nacional empieza en el mar y que su sobeSurse Pierpoint Fundado en 1980 Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa Presidente fundador Roberto Eisenmann Jr. Director emérito Guillermo Sánchez Borbón † Gerente Comercial Sudy S. de Chassin Esta es una publicación de Corporación La Prensa, S.A. ©. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción, sin la autorización escrita de su titular. ISSN 2953-3252: La Prensa ISSN L 1605-069X: prensa.com en la edición de contenidos y mejorar la experiencia de lectura. 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