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7A La Prensa Panamá, sábado 8 de noviembre de 2025 Panorama Oro por baratijas . Los primeros espejos en Panamá Joaquín González J. ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] RELATOS Aunque la idea de que los españoles trajeron espejos a América se repite como verdad establecida, la historia demuestra lo contrario: los primeros espejos modernos surgieron siglos después en Europa, mientras que en Panamá y Mesoamérica ya existían versiones ancestrales elaboradas con obsidiana y otros materiales rituales. Como todos sabemos, la llegada de los españoles a América en 1492 — lo que primero fue denominado “el descubrimiento de América” y, tiempo después, para corregir el desatino, se llamó “el encuentro de dos mundos”— marcó el inicio de la expansión y dominación española en el continente. Los cronistas españoles de la época recogieron numerosos y variados testimonios sobre el intercambio de baratijas por joyas de oro entre españoles y aborígenes. Entre las baratijas se incluían cuentas de vidrio de variados colores, broches y agujas. Resulta interesante apuntar que no pocos historiadores modernos han señalado en sus escritos que, entre las piezas de intercambio, también se encontraban pequeños espejos, los cuales —según se dice— eran muy apreciados por los mesoamericanos, quienes los consideraban objetos mágicos. Esta “aseveración histórica” se ha popularizado tanto con el paso del tiempo que, incluso hoy, cuando queremos referirnos a un negocio truculento, usamos la expresión “intercambiar oro por espejitos”. Tendríamos que concluir entonces que este fue el momento en que los primeros espejos llegaron a América y, por ende, a Panamá. No obstante, es necesario corregir esta apreciación histórica. No fue sino hasta el año 1650 cuando en Venecia se inició la fabricación de los primeros espejos modernos. Los artesanos venecianos de la isla de Murano eran condenados a muerte si osaban divulgar el secreto de su fabricación. Así comenzó a integrarse este singular elemento a la decoración de los interiores europeos como una pieza ornamental de lujo, altamente apreciada y accesible solo para la realeza por su elevado costo. Por cierto, los espejos venecianos eran tan codiciados entre la nobleza francesa que Luis XIV, en 1665, envió agentes secretos a Venecia para robar el secreto de su fabricación, cuyo monopolio mantenía aquella ciudad. El conflicto se conoció como “la guerra de los espejos”. Finalmente, Francia desarrolló su propia industria de espejos a partir de 1679, cuando inició la construcción de la famosa Galería de los Espejos en Versalles, completada en 1684. No fue sino muchos años más tarde, en 1835, cuando el químico alemán Justus von Liebig perfeccionó y popularizó la técnica para elaborar espejos a menor costo. Desde entonces, pasaron de ser objetos de lujo a objetos de uso cotidiano, como lo son hasta hoy. De lo anterior se colige que los españoles, a su llegada a América, no podían tener a su disposición este fabuloso y preciado objeto moderno —aún por inventar— como pieza de intercambio. Por ende, la afirmación hecha por algunos historiadores carece de veracidad y se convierte en un mito. Sin embargo, si bien no hay registros históricos específicos sobre el primer espejo como tal utilizado en la zona que hoy es Panamá, existen hallazgos de espejos antiguos hechos de obsidiana pulida que se remontan al Neolítico en regiones de Centroamérica, hace unos 8,000 años. Es muy probable, en consecuencia, que los primeros espejos en Panamá —al igual que en otras partes de la América precolombina— hayan sido fabricados con materiales locales como la obsidiana u otros tipos de vidrio volcánico pulido. Estos espejos primitivos, que datan de miles de años atrás, eran utilizados por las culturas indígenas para diversos propósitos, tanto prácticos como rituales. Por su parte, los espejos de metal —como el bronce— fueron desarrollados en el antiguo Egipto y Mesopotamia alrededor del año 3,000 a. C. Lo cierto es que, desde tiempos ancestrales, los espejos —sean antiguos o modernos— ocupan un lugar importante en la mitología y las supersticiones de muchos pueblos, incluyendo el nuestro. La imagen que se refleja en ellos se identifica, a menudo, en sesiones espiritistas, con el alma o el espíritu de la persona. De ahí surge, por ejemplo, la leyenda de que los vampiros, cuerpos sin alma, no se reflejan en el espejo. Aún hoy, en muchos pueblos del interior de nuestro país, cuando un moribundo está a punto de dejar este mundo, es común que se cubran los espejos de la casa por temor a que el alma del agonizante quede atrapada en ellos. El espejo se concibe, así, como una ventana al mundo de los espíritus, y esta creencia tan arraigada ha sido aprovechada incluso en la literatura. En el cuento de Blanca Nieves, por ejemplo, el espejo tiene la facultad de hablar y responde a las preguntas de la madrastra. J. R. R. Tolkien retoma esa tradición con su célebre espejo de Galadriel, capaz de mostrar el futuro. En Harry Potter y la piedra filosofal, J. K. Rowling introduce el espejo de Oesed (deseo leído al revés), que no refleja la imagen de quien lo contempla, sino sus deseos más profundos. También es notable el Espejo de la Sabiduría, descrito por Oscar Wilde en El pescador y su alma, donde se reflejan todas las cosas del cielo y de la tierra, excepto el rostro de quien se mira en él. Otro elemento importante a considerar es que los espejos han tenido un papel protagónico en algunas guerras antiguas. En el asedio de Siracusa por los romanos (214 a. C.), el sabio Arquímedes, utilizando grandes espejos cóncavos de metal pulido —conocidos como espejos ustorios—, concentró los rayos del sol y redirigió el haz de luz hacia las velas de los barcos enemigos, incendiándolos antes de que pudieran desembarcar. Esta arma legendaria se conoció más tarde como el Rayo de Arquímedes. Confío, finalmente, en que al menos alguna de estas consideraciones en torno al espejo —su origen y su significado a lo largo del tiempo— la recuerdes, amigo lector, la próxima vez que te mires en uno. Hasta pronto. Llegó el mes de la Patria, lleno de emociones palpables por el tricolor, los desfiles y las bandas. Es una fiesta que forma parte de nuestra identidad. Hay muchas formas de honrar a la patria, a nuestro gran Panamá. Algunas son magnánimas y otras más sencillas, como esta breve lectura, con la que recordaremos a personajes que contribuyeron a la construcción del país. En lo particular, uno de mis personajes favoritos es Belisario Porras Barahona, cuyo natalicio coincide con una fecha importante para la historia panameña: el 28 de noviembre de 1856. Heródoto, griego considerado el padre de la historia, la definía como la narración de hechos. Hoy, mejor entendida, la historia es la ciencia que estudia los eventos del pasado a través de metodologías que analizan el contexto social, político, económico, geográfico y psicológico del ser humano en su entorno. Y este personaje cubre todos esos contextos. Belisario Porras nació en Las Tablas, hijo del doctor Demetrio Porras Cavero, abogado colombiano y gobernador de esa región, y de Juana Barahona. Su madre murió cuando él tenía cuatro años, por lo que fue criado por su abuela, ya que su padre regresó a Colombia. Terminó la primaria en su pueblo natal y continuó sus estudios en Bogotá con la ayuda de su padre. Se graduó como abogado, obtuvo el doctorado en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Colombia, y se especializó en la Universidad de Lovaina, en Bélgica. Al finalizar su formación, regresó a Panamá. Aquí trabajó como periodista y se vinculó oficialmente al Partido Liberal. Recordemos que su padre fue político y que sus estudios seguían esa misma línea, por lo que su inclinación liberal resultaba lógica. Su viaje a Europa y su desarrollo intelectual reforzaron sus ideas liberales. Como panameño, además, sentía la opresión y el abandono de los conservadores que ostentaban el poder político en Colombia. Justamente la persecución política lo llevó al exilio en El Salvador y Nicaragua; en este último país trabajó como periodista y profesor, vinculado con los liberales nicaragüenses. Al iniciar la Guerra de los Mil Días —conflicto bélico entre conservadores y liberales de 1899 a 1902—, Porras fue designado como líder militar y político liberal en Panamá. Este hecho demuestra la relevancia que tenía en el istmo dentro del El país que levantó Belisario Porras PATRIA poder liberal colombiano. Es importante aclarar que Porras no tenía una visión separatista para Panamá; su liderazgo liberal estaba orientado a Colombia. En Nicaragua, con ayuda de José Santos Zelaya y del presidente ecuatoriano Eloy Alfaro, organizó un contingente con capacidad de combate para llegar a Panamá a bordo del Momotombo, desembarcando en Punta Burica. Una vez en Panamá, organizó su Estado Mayor, nombrando al general Emiliano Herrera como jefe de operaciones militares. Avanzaron con paso de vencedores hasta la ciudad, donde finalmente fueron derrotados por los conservadores en la Batalla del Puente de Calidonia. Una vez más, Porras fue exiliado. Una de las consecuencias de esa guerra para Colombia fue la separación de Panamá, concretada el 3 de noviembre de 1903. Aunque Porras nunca estuvo de acuerdo con dicha separación, sí manifestó su rechazo al Tratado Hay–Bunau-Varilla, al considerar que otorgaba demasiados privilegios a los Estados Unidos. Regresó a Panamá en 1904 y siguió siendo influyente por su ideología y trayectoria dentro del Partido Liberal. Finalmente fue elegido presidente de Panamá en tres períodos (entre 1912 y 1924). Le correspondieron momentos difíciles, como la Guerra de Coto, durante la cual incluso quiso —en remembranza de sus días de combatiente— dirigir la operación militar, algo incompatible con su posición de mandatario, quizá buscando la victoria que antes le había sido negada. A Porras se le reconoce la redacción de códigos nacionales, leyes e importantes avances en infraestructura, comunicaciones y economía. Fundó el Hospital Santo Tomás, nacionalizó la Lotería Nacional y promovió obras que modernizaron al país. Hoy, su nombre se recuerda en parques, escuelas, academias de policía y calles. Murió el 28 de agosto de 1942 en una clínica privada; irónicamente, no había camas disponibles en el Hospital Santo Tomás, a pesar de que en su época fue criticado porque aquel “elefante blanco” parecía una obra desmesurada. Honrar a Belisario Porras es reconocer a quien fue liberal antes y después: un hombre que creyó en la educación, el progreso y la soberanía nacional. Héctor Daniel De Sedas ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] Belisario Porras. Imagen de IA en 1665, envió agentes secre tos a Venecia para robar el se 1679, cuando inició la construc

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