8A La Prensa Panamá, viernes 7 de noviembre de 2025 el paso de los niños, y con conectividad real —terrestre y tecnológica—. Urge también equipar escuelas con energía en lugares donde no existe el cableado, pero sí la posibilidad de instalar paneles solares. No basta entregar tabletas si no hay red ni maestros capacitados. La escuela indígena debe ser un centro vivo de aprendizaje intercultural, no una isla de abandono estatal. El Estado ha promulgado leyes valiosas, pero de aplicación débil. La Ley 88 de 2010 reconoce las lenguas y alfabetos de los pueblos originarios, estableciendo la educación intercultural bilingüe como política nacional. La Ley 37 de 2016 obliga al consentimiento previo, libre e informado de los pueblos indígenas ante medidas que los afecten. Y la Ley 163 de 2020 impulsa programas sociales focalizados en mujeres y familias rurales. La exclusión sigue intacta. Las niñas ngäbe necesitan materiales bilingües, maestras preparadas y comunidades comprometidas. La alfabetización es aprender a existir en igualdad. Es urgente formar docentes especializados en educación indígena y tecnología, con dominio de la lengua ngäbere y herramientas digitales. La participación comunitaria debe ser eje: madres, líderes y jóvenes pueden co-crear contenidos y estrategias de retención escolar. El currículo debe vincular lengua, territorio, derechos y sostenibilidad. Rosa Iveth Montezuma, primera mujer ngäbe en ganar el certamen nacional de belleza y licenciada en Tecnología de Alimentos por la Unachi, es símbolo de dignidad, Respirar en la era del hipertexto: cómo habitarse a ritmo propio Salud mental bres de pantallas, gestión de notificaciones y pausas mentales. Estas prácticas son simples pero poderosas: reconocen que la calidad de nuestra atención se deteriora cuando todo compite por ella. “Si el teléfono es siempre tu compañero de cuarto, nunca estás solo… ni contigo mismo”, dice un joven participante de un programa de higiene digital. El teletrabajo, impulsado por la pandemia, intensificó este dilema. Si bien facilita la conciliación y reduce desplazamientos, también diluye los límites entre casa y oficina. Organismos internacionales reconocen que el derecho a la desconexión es una cuestión de salud mental: no es un lujo, es una necesidad vital. “Desconectar no es una cortesía, es un acto de supervivencia en la selva del correo electrónico a medianoche”, afirma una diseñadora gráfica de 29 años que trabaja desde su habitación. La educación tiene un papel esencial en este cambio cultural. No basta con prohibir dispositivos o culpar a las redes: necesitamos una pedagogía de la atención, que enseñe a convivir con la tecnología sin ser devorados por ella. Educar hoy es cultivar la capacidad de concentración, la empatía y el pensamiento crítico. Enseñar a distinguir entre ruido y sentido, a tolerar el silencio sin angustia y a sostener conversaciones que no caben en un tuit. Las escuelas y universidades deberían integrar talleres de bienestar mental y alfabetización digital. La cultura del “siempre conectados” requiere una educación emocional que ayude a los jóvenes a poner límites y reconocer las señales de saturación. No se trata de demonizar TikTok o Instagram, sino de desarrollar una conciencia crítica que permita usarlas sin ser usados. En medio del caos digital, las respuestas pueden parecer pequeñas, pero son microrevoluciones. Recuperar el tiempo sin función, ese rato en que no hacemos nada “productivo”, es un acto de resistencia. El ocio contemplativo es un músculo que se atrofia en la prisa, pero fortalece la creatividad y el bienestar. También podemos instaurar rituales de presencia: comer sin pantallas, caminar sin auriculares, hablar con alguien sin mirar el reloj. Practicar pequeños ayunos digitales —unas horas o un día sin dispositivos— ayuda a que la mente se reencuentre con su ritmo natural. Estas prácticas no deben vivirse como penitencias, sino como placeres: leer un libro sin prisa, cuidar una planta, jugar con un animal, escribir un diario a mano. El objetivo no es huir de la tecnología, sino crear espacios donde el alma pueda respirar. Julia Regales Las niñas ngäbe y la deuda ineludible Desigualdad En la comarca Ngäbe-Buglé, las niñas y jóvenes viven una doble exclusión: por ser mujeres e indígenas. El abandono estatal es una herida abierta que se mide en exclusión escolar, analfabetismo, pobreza estructural y muertes evitables. Los ríos crecidos que las fulminan cuando buscan educación formal simbolizan una vergonzosa deuda nacional. Más del 18% de los indígenas en edad escolar están fuera del sistema. El 60% de las deserciones registradas en el país ocurre en comunidades originarias. La pobreza multidimensional supera el 90%. Hogares con privaciones simultáneas: ingresos inferiores a dos dólares diarios, viviendas con piso de tierra y paredes frágiles, sin acceso estable a salud ni transporte. Las escuelas son ranchos improvisados o están aisladas, en terrenos donde los caseríos se hallan distantes. Cada año, niños mueren arrastrados por ríos al regresar de clases. Es una tragedia silenciosa, repetida, imperdonable. La infraestructura educativa sigue siendo la gran deuda. Urge una red adaptada y segura, con zarzos y puentes que permitan movilidad social y liderazgo femenino. Por su voz pública, su sensibilidad y su orgullo indígena, encarna el ejemplo de una nueva generación. Aymara Montero, niña aún, nos emociona con las teclas de su piano y representa al país fuera de nuestras fronteras. Muchos maestros rurales cruzan ríos, suben cerros y enseñan en aulas de penca y bambú, con un compromiso heroico que el Estado no puede seguir dejando solo. Son héroes que merecen nuestro respeto. Transformar la caridad en justicia. Educar a las niñas ngäbe es una acción impostergable y una obligación moral. No bastan las campañas ni las visitas oficiales: se requiere inversión estructural, voluntad política y una nueva ética pública que ponga la vida por encima del negocio. Panamá no ha firmado todavía el Convenio 169 de la OIT sobre pueblos indígenas y tribales. La resistencia oficial se explica por la desconfianza hacia el reclamo territorial y los yacimientos mineros. Esa firma sería el inicio de la reconciliación con una parte esencial de nuestra identidad. Apostar por las niñas y jóvenes de la comarca es un ejercicio de nación y un llamado urgente a construir puentes —físicos y humanos— que eviten muertes absurdas y abran caminos de futuro. Cada niña ngäbe que abandona la escuela o se la lleva el río nos disminuye a todos. Opinión EL AUTOR es filólogo y periodista. LA AUTORA es psicóloga y educadora. Sin embargo, la desaceleración no puede depender solo de la voluntad individual. De poco sirve que uno desconecte si su jefe espera respuestas a medianoche o si las políticas laborales premian la disponibilidad constante. La velocidad contemporánea no es solo un hábito: es una estructura social. Por eso, la desaceleración debe ser también un proyecto colectivo. Implica exigir normas que protejan el derecho a la desconexión, promover empresas que respeten la salud mental y demandar responsabilidad a las plataformas por los efectos de sus productos. Los movimientos sociales y sindicatos ya incorporan la desconexión digital en sus agendas. Y más allá de las leyes, la comunidad puede crear espacios offline: clubes de lectura, huertos urbanos, redes de apoyo mutuo. Compartir tiempo real es una forma de resistencia ante la cultura del desplazamiento continuo. Pertenezco a la generación que creció sin conocer siquiera los cables del módem y ahora navega en la fibra óptica. Soy psicóloga jungiana, pero también una mujer que envía stickers y ríe con un video de un gato bailando. Esta dualidad no es contradicción: es la cara humana de una era compleja. El humor rápido —ese sarcasmo que alivia los grupos de WhatsApp— puede ser un aliado frente a la saturación. Reírnos de nuestra dependencia digital nos permite tomar distancia y cuestionar lo que dábamos por inevitable. En medio de la ironía, no hay que perder la ternura: al otro lado de la pantalla hay personas con miedos, fragilidades y deseos de ser escuchadas. Mantener el sentido del humor es un acto de humanidad en tiempos de algoritmos omnipresentes. No hay fórmulas mágicas ni manuales universales. Habitarse a ritmo propio en la era del hipertexto significa reconocer que la velocidad tiene un costo y que la fatiga digital es un problema colectivo. Significa decir “no” a la cultura de la inmediatez y “sí” al silencio fértil. Las enfermedades mentales se han vuelto una pandemia silenciosa que exige atención y políticas públicas. Desacelerar no es retroceder: es crear espacio para la escucha y el cuidado. Respira. Mira a tu alrededor. Escucha a quien tienes al lado. Apaga la pantalla cuando necesites dormir. Defiende tu derecho a desconectar. Tal vez así logremos que el ritmo humano vuelva a marcar la melodía. Vivimos en un ballet frenético de notificaciones, correos y pantallas que no descansan. La sensación de estar encadenados al flujo infinito digital nos acompaña al despertar y nos despide antes de dormir. Ya no llamamos a nuestras madres porque un sticker basta; nuestro reloj biológico se rige por el sonido de los avisos y la ansiedad se mide por la cantidad de mensajes sin leer. En un mundo donde las plataformas venden nuestra atención al mejor postor, recordar que la vida tiene ritmos propios parece un acto revolucionario. Cada vez que un algoritmo sugiere qué sentir o a quién amar, se nos escapa un pedacito de autenticidad. ¿Qué significa habitarse cuando la casa es una pantalla y la intimidad se monetiza? ¿Cómo reencantar el presente sin desconectarse del mundo? El sociólogo Hartmut Rosa describió la aceleración social como un engranaje que nos obliga a correr solo para no caer. La tecnología acorta las distancias, el cambio social se acelera y el ritmo de vida se comprime. Avanzamos cada vez más rápido, pero sin profundidad. El tiempo se contrae y la experiencia se evapora. La velocidad se convierte en valor en sí misma, aunque nadie se pregunte cuál es el destino de un tren que nunca permite mirar por la ventana. Esta velocidad omnipresente se traduce en cuerpos exhaustos y mentes saturadas. Estudios recientes muestran que la sobreexposición al teléfono limita la memoria, agota la energía cerebral y multiplica el estrés. El neurocientífico Daniel Levitin advierte que la multitarea no nos hace más productivos: agota la glucosa del cerebro y provoca indecisión. La psicóloga Sherry Turkle, por su parte, señala que la conexión constante no nos acerca, sino que nos vacía emocionalmente. Así nace la fatiga digital, esa mezcla de irritabilidad, cansancio y desmotivación provocada por la exposición prolongada a pantallas. El problema no es la tecnología en sí, sino la falta de límites y la falsa idea de que nuestra atención es un recurso infinito. Promover la desconexión digital no significa renunciar a la tecnología, sino establecer fronteras saludables: horarios liRafael Candanedo Panamá vota por postergar el precio global al carbono OMI El viernes 17 de octubre de 2025 se perfilaba como un día histórico para el sector marítimo en su esfuerzo por limitar el calentamiento global. En la sede de la Organización Marítima Internacional (OMI) se proponía votar la primera regulación internacional que impondría un precio global al carbono sobre las emisiones del transporte marítimo, un paso sin precedentes hacia la internalización del costo climático en la industria. El transporte marítimo genera el 2.9% de las emisiones globales de CO2—unos 1,076 millones de toneladas anuales, según el Cuarto Estudio de Gases de Efecto Invernadero (GEI) de la OMI—, una huella mayor que la de países como Alemania. De no descarbonizarse, sus emisiones podrían aumentar entre 90% y 130% para 2050, contraviniendo el Acuerdo de París y su meta de 1.5 °C. Alcanzar el cero neto requiere innovación tecnológica —combustibles alternativos, eficiencia energética— y mecanismos económicos que reflejen el costo del carbono y apoyen a los países en desarrollo. Ese es el espíritu del marco propuesto. La OMI se rige por el principio de igualdad entre los Estados —un país, un voto—, aunque sus convenios y enmiendas solo entran en vigor cuando los ratifican naciones que representan al menos la mitad del tonelaje mundial, lo que otorga peso decisivo a registros como el de Panamá, segundo mayor del mundo. La OMI, además, está dirigida por un panameño, el secretario general Arsenio Domínguez. Pese al contexto favorable, la dinámica política desvió el rumbo de la propuesta. Estados Unidos, actor menor en este foro por el tamaño de su flota, presionó a los delegados calificando la medida como una “estafa verde”, según el presidente Donald Trump. Sin argumento técnico y mediante amenazas de represalias comerciales, publicadas días antes por el Departamento de Estado, logró sembrar la duda. La votación original sobre el marco de cero neto fue modificada para decidir su postergación por un año. Los países más comprometidos votaron en contra de la postergación (49); Panamá, sorpresivamente, a favor (57 países), y hubo 21 abstenciones. En política, un año puede parecer poco; para el planeta equivale a mil millones de toneladas adicionales de CO2, y en economía, a mayores costos de transición y pérdida de confianza en la inversión verde. Panamá perdió una oportunidad clave para consolidarse como referente en la descarbonización marítima. EL AUTOR es doctor en Economía Marítima y especialista en descarbonización. Gabriel Fuentes Lezcano Fundado en 1980 Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa Presidente y Director Editorial (Encargado) Jorge Molina Mendoza Gerente Comercial Sudy S. de Chassin Subdirectora y Editora de la Unidad de Investigación Mónica Palm Subdirector Asociado Rolando Rodríguez B. Editora Digital Yolanda Sandoval Editor del Impreso Juan Luis Batista ISSN 2953-3252: La Prensa ISSN L 1605-069X: prensa.com Aviso sobre el uso de Inteligencia Artificial Este periódico emplea inteligencia artificial (IA) para asistir en la edición de contenidos y mejorar la experiencia de lectura. Garantizamos que todo contenido publicado es creado y rigurosamente revisado por nuestro equipo editorial antes de su difusión. Utilizamos la IA como herramienta de apoyo para asegurar la precisión y calidad de la información que entregamos a nuestros lectores. Esta es una publicación de Corporación La Prensa, S.A. ©. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción, sin la autorización escrita de su titular. Presidente fundador Roberto Eisenmann Jr. Director emérito Guillermo Sánchez Borbón Contacto [email protected] Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión de La Prensa se expresa únicamente en el Hoy por Hoy. 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