6A La Prensa Panamá, viernes 17 de octubre de 2025 Taboga y Paul Gauguin Joaquín González J. ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] CRÓNICA Durante la fiebre francesa del Canal, Paul Gauguin llegó a Panamá atraído por la promesa tropical de Taboga. Allí enfermó, pintó y descubrió fugazmente el paraíso que luego hallaría en Tahití. Fue a partir de la década de 1880, con la llegada de la Compañía del Canal Francés a Panamá y el establecimiento de muchas familias francesas en la isla de Taboga, cuando esta llegó a ser conocida en el mundo, y particularmente en Europa, como un lugar idílico y paradisíaco, de inconmensurable belleza, ideal para vivir o, en todo caso, para pasar una agradable temporada de vacaciones familiares. En efecto, el ingeniero francés Ferdinand de Lesseps, a cargo de los trabajos de construcción del Canal, decidió acondicionar la isla como centro de descanso y recreo para las familias de los altos dignatarios y trabajadores franceses. De ese modo, tras su retorno a Francia, al comentar entre sus amistades las maravillas naturales que habían encontrado en el trópico —y en especial en la Isla de las Flores—, se convertían, de hecho, en excelentes promotores turísticos. El 10 de abril de 1887, un año antes de que las obras dirigidas por Lesseps se interrumpieran y el sueño francés de unir el Atlántico con el Pacífico a través de un canal interoceánico resultara un fracaso, el célebre pintor francés Eugène Henri Paul Gauguin partió de Francia en el vapor Le Fortune, acompañado de su entrañable amigo y también pintor Charles Laval, con destino a Panamá. Ambos estaban motivados por las grandes expectativas generadas en torno al proyecto de construcción del Canal. Antes de partir, Gauguin escribió a su esposa Mette-Sophie la siguiente carta: Querida Mette: “Me voy con lo justo para el viaje y llegaré a América sin dinero. Lo que pienso hacer allí todavía no lo sé, pero lo que quiero es, sobre todo, huir de París, que es un desierto para un hombre pobre. Mi fama como artista crece a diario, pero mientras tanto a veces paso hasta tres días seguidos sin comer, lo cual destruye no solo mi salud sino también mi energía. Quiero recuperarla y me voy a Panamá a vivir como un salvaje. Me han hablado de una islita (Taboga) en el Pacífico, a una legua marina de Panamá. Está casi deshabitada, libre y fértil. Me llevo mis colores y mis pinceles, y me haré fuerte lejos de la gente. Seguiré sufriendo por la ausencia de mi familia, pero ya no viviré esta situación de mendicidad que me da asco. No temas por mi salud: allí el aire es muy sano, y para comer están los pescados y las frutas, que se obtienen a cambio de nada. Ojalá pudiera abrazarte antes de partir. Besos para todos. Paul (que aún te quiere)”. A su llegada a Panamá, a finales de abril de 1887, Gauguin y Laval recibieron la pronta aprobación de su solicitud para empezar a laborar en la Compañía Universal del Canal Interoceánico como obreros de la construcción. Se les notificó que debían presentarse ante el jefe de la III División del Canal del lado Pacífico, el joven ingeniero Philippe Bunau-Varilla, quien había llegado a Panamá en octubre de 1884, contratado por Lesseps para coordinar y dirigir el personal asignado a esa parte de la obra, mientras el propio Lesseps se encargaba del lado Atlántico. Aunque los trabajos de remoción de tierra estaban bastante adelantados en ambas vertientes, la principal dificultad de los ingenieros era lidiar con el macizo montañoso de Culebra, en la cordillera central del istmo. Ante la escasez de recursos económicos y el excesivo tiempo que demandaba este tramo, tanto Lesseps como los demás ingenieros comenzaron a preocuparse seriamente, considerando la posibilidad de abandonar la idea de construir un canal a nivel —como se había concebido originalmente— y reemplazarla por un canal con sistema de esclusas. Por si fuera poco, el ambiente de las selvas que rodeaban el área de las obras era particularmente insalubre. En ese momento, más de veintidós mil hombres habían sido víctimas del paludismo, la disentería y otras enfermedades tropicales. Para contrarrestar el grave problema de salud que afectaba a los trabajadores, la Compañía Universal estableció un hospital primero en Colón y otro en las faldas del cerro Ancón. Poco después, se vio obligada a habilitar otro en el Hotel Aspinwall de Taboga, para atender la creciente cantidad de enfermos. Todos ellos eran asistidos por un cuerpo médico y por las Hermanas de San Vicente de Paúl. Desde su llegada, Gauguin se sintió abrumado por el clima húmedo, los mosquitos y las duras condiciones de trabajo bajo el sol y la lluvia intermitente. En su primera semana de estancia en Panamá, enfermó gravemente de malaria y tuvo que ser trasladado al hospital de Taboga. De esta inusitada y poco entusiasta manera fue como Gauguin conoció la isla de sus sueños. Es de suponer que, durante su convalecencia, realizó algunos bocetos de los parajes de Taboga. Lo cierto es que, tan pronto recuperó su salud, tomó la decisión de abandonar el istmo para continuar su viaje en busca de nuevas aventuras. Se despidió de su amigo Laval, quien prefirió quedarse en Panamá. Finalmente, Gauguin se estableció en Tahití, donde, como sabemos, logró consolidar su arte y produjo la mayor parte de su extraordinaria y magistral obra pictórica, hoy cotizada en millones de dólares y exhibida en los más prestigiosos museos del mundo. ‘Cerca del mar II’ (óleo sobre lienzo), 1887. Archivo Hospital de Taboga. Cortesía Obra de Paul Gauguin Archivo Paul Gauguin. Archivo
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