8A La Prensa Panamá, lunes 29 de septiembre de 2025 Contacto [email protected] Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión de La Prensa se expresa únicamente en el Hoy por Hoy. La diferencia entre un dictador, un monarca o un totalitario y el buenista autoritario es que este último te vende, mediante el poder de los sentimientos, que todo lo que hace y propone es para el bien común, que sus acciones son para beneficio de la sociedad y no por intereses personales. Pero si nos cuestionáramos esos argumentos, nos daríamos cuenta de que no hay ninguna diferencia entre todos ellos. Cada uno ha actuado y hecho lo que ha hecho porque el fin último era el bienestar de la sociedad: protegerla de los enemigos, de las ideas contrarias que “envenenan” la mente colectiva. Para el buenismo autoritario solo vale una idea: la de ellos. Sus capacidades no provienen ya del poder de la Iglesia o de Dios; ahora son otorgadas por la sociedad mediante el voto y la democracia. El voto, según ellos, los convierte en los hombres más capacitados y desinteresados, en contraposición al egoísmo y al individualismo que tanto “ha pervertido a Las colaboraciones para la sección de Opinión deben incluir la identificación del autor. Los artículos no deben exceder 650 palabras. No se publican colaboraciones que hayan aparecido en otros medios y La Prensa se reserva el derecho de seleccionar, editar y publicar. No devolvemos el material. Desprecio a la autodeterminación panameña Soberanía bajo ataque En días recientes, una comisión del Congreso de Estados Unidos ha convocado una nueva sesión centrada en la presunta “influencia maliciosa” del Partido Comunista Chino en el Canal de Panamá. El simple hecho de colocar bajo sospecha a nuestro país, sin pruebas concretas y sin darnos voz propia en ese foro, es un acto que hiere directamente nuestra dignidad como nación soberana. No es la primera vez que desde Washington se pone en tela de juicio la relación de Panamá con potencias extranjeras. Pero esta vez, el señalamiento se reviste de una condescendencia preocupante. Se nos retrata como un país sin criterio propio, incapaz de tomar decisiones soberanas y maduras sobre su infraestructura crítica y sus relaciones exteriores. Como si fuésemos un infante geopolítico que requiere la tutela de sus “mayores”. Panamá ha sido históricamente un punto de encuentro, de tránsito y de diálogo. Nuestro Canal, orgullo nacional y símbolo de ingeniería y esfuerzo humano, fue recuperado con lucha y determinación. Hoy, cuestionar desde el extranjero nuestra capacidad para administrarlo y protegerlo no solo es un agravio diplomático: es un menosprecio frontal a nuestra autodeterminación. Resulta inaceptable que, a pesar de las múltiples declaraciones oficiales en las que se ha reiterado que el Canal se maneja con estricta neutralidad, transparencia y en apego al interés nacional, estas afirmaciones sean ignoradas. Al parecer, la palabra del gobierno panameño carece de valor para quienes ya han decidido vernos como una ficha más en su tablero de confrontación global. Estamos presenciando un mundo que se reconfigura en torno a nuevas polaridades. La Guerra Fría ha dejado su legado y, aunque muchos creíamos superada aquella lógica binaria de “con nosotros o contra nosotros”, asistimos al renacer de un mundo bipolar. En esta nueva pugna, los países pequeños como el nuestro corren el riesgo de ser tratados como meros instrumentos de presión o de control, sin voz ni voto, sin matices ni soberanía efectiva. Pero Panamá no puede —ni debe— aceptar este rol subordinado. Nuestra política exterior debe ser clara, firme y activa. No basta con comunicados diplomáticos tibios. El país requiere una postura sólida que exija respeto a nuestras decisiones soberanas, sin importar desde qué polo del poder provengan las presiones. Aceptar pasivamente este tipo de narrativas es dejar que otros definan nuestra identidad y nuestro papel en el mundo. Si permitimos que se imponga la visión de que somos un territorio “influenciado” y no un Estado consciente de sus alianzas y decisiones, entonces habremos renunciado a la esencia misma de lo que significa ser una nación libre. Panamá no es una marioneta geopolítica. Es una república con historia, con voz, y con derechos internacionales que deben ser defendidos sin titubeos. En tiempos de posverdad, periodismo El derecho a saber vamente, en el área de responsabilidad del Comando Sur (…). El ataque ocurrió mientras los terroristas se encontraban en aguas internacionales transportando narcóticos ilegales con destino a Estados Unidos. El ataque resultó en la muerte de 11 terroristas en combate…” Como evidencia, Trump aportó un video de 29 segundos rotulado como “unclassified” (desclasificado) en el que se observa la destrucción de una lancha. El ministro de comunicación e información venezolano reaccionó inmediatamente a través de su canal en Telegram. Afirmó que se trataba de una noticia falsa y que el video había sido hecho con inteligencia artificial, según le había respondido el chatbot de Google. Expertos de agencias especializadas en desinformación no encontraron evidencia de que el material hubiese sido fabricado, pero tampoco pudieron determinar su origen. Periodistas venezolanos se abocaron a los hechos. ¿Qué tipo de embarcación era? ¿Cuántas personas transportaba? ¿Movilizaba drogas? ¿Pertenecía al Tren de Aragua (TDA)? ¿De dónde salió? ¿Hacia dónde iba? Con base en fuentes testimoniales, los periodistas Ronna Rísquez, autora del libro El Tren de Aragua: La banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina (Editorial Dahbar, 2023) y César Batiz, director del medio digital El Pitazo, informaron que la lancha había partido de San Juan de Unare, un pueblo del estado Sucre, con destino a Trinidad y Tobago, a través de una ruta común al contrabando, al tráfico de drogas, migrantes y armas. “A bordo iban 11 hombres: 8 de Unare y 3 de pueblos vecinos. Se trataba de un flipper, una lancha rápida de unos 12 Raisa Urribarri Contra el buenismo autoritario Mayorías vs. minorías Imaginemos una sociedad donde solo unos pocos son los que gobiernan e imponen sus formas de pensar a los demás; donde el actuar se justifica como las acciones más benevolentes y loables posibles; donde no importa si esas acciones afectan a una minoría: lo importante es que la mayoría salga beneficiada. Esas son las sociedades en las que nos encontramos viviendo hoy en día. Las democracias ilimitadas han sido utilizadas y deformadas para permitir, bajo la excusa del “bien común”, usar sus poderes por encima de los ciudadanos con la finalidad de hacer una vida más “feliz” y “próspera” para todos. Ya no se busca evitar que las mayorías pasen por encima de las minorías mediante las leyes y la justicia. Hoy por hoy, las democracias ilimitadas han terminado siendo buenismos autoritarios, donde desde una élite intelectual con “superioridad moral” y “mayores conocimientos” se dictamina y se ejerce, mediante el monopolio de la fuerza de los Estados, cómo debe vivir una sociedad para alcanzar el bienestar común (sea este el que defina esa misma mayoría). la sociedad”. Ahora son ellos quienes, con su moral y su desinterés, buscan mediante el Estado imponer las “buenas ideas”: aquellas que, como sociedad, permitirán el bienestar, la igualdad y acabarán con las injusticias que vivimos. Cualquiera que se atreva a contradecirlos o tener ideas contrarias al buenista autoritario es una amenaza para el bien común y la sociedad. Para el buenista, las nuevas ideas, la racionalidad y la verdad deben ser censuradas y calladas para siempre. Proteger a la sociedad de los “peligros del sentido común” justifica los medios para hacerlo. El buenista usa la democracia para venderle a los ciudadanos que ellos gobernarán y que se tomarán en cuenta sus ideas —incluidas las más irracionales e intolerantes—, donde no importa el sacrificio de unos pocos si al final esto produce un bienestar para la mayoría. Lamentablemente, el camino está forjado de buenas intenciones, y generalmente eso es lo que termina ocurriendo: venderse como salvadores, como forjadores de la paz y la prosperidad. Pero, por otro lado, usar el monopolio de la fuerza del Estado para imponer esas ideas termina socavando las instituciones y produce los efectos contrarios. Acabamos todos con un gobernante “benevolente” que justifica los peores actos en la justicia social y en sus buenas intenciones. Opinión EL AUTOR es máster en administración industrial. EL AUTOR es miembro de la Fundación Libertad. LA AUTORA es periodista e investigadora del Cieps. Gabriel J. Perea metros de largo por 2,5 de ancho, con 4 motores de 200 caballos de fuerza cada uno…”, informaron los reporteros. En la pequeña población desde donde partió la embarcación, “el ambiente es de luto”, afirmó Batiz. De acuerdo con los testimonios recabados en el lugar, el hecho sí ocurrió. Posteriormente, el ministro de interior venezolano dijo que el hecho sí había sucedido, pero calificó como mentira que la embarcación transportara drogas o perteneciera al TDA. Como ha dicho Patricia Pardo en un trabajo sobre periodismo y fuentes testimoniales, los testigos siempre van a ser las fuentes más fiables, son los que van a dar como resultado una noticia o reportaje mucho más coherente con la labor de una disciplina, como el periodismo, que busca contar la verdad. Ese, al menos, es el primer paso: Determinar los hechos y luego sí, como ha dicho el afamado editor Martin Baron, “mirar detrás de la cortina y debajo de la alfombra”. Las autoridades militares estadounidenses no han divulgado los detalles de esa operación, pero los secretarios de Estado y de Defensa (recientemente renombrado de Guerra) afirmaron que esta había sido solo la primera y que cabría esperar más. Y las ha habido. ¿De qué se trata realmente todo esto? En medio de las especulaciones sobre la supuesta vinculación de Maduro con grupos criminales, de la discusión sobre la legalidad del uso de fuerza letal contra civiles en aguas internacionales, y de los objetivos que perseguiría la Casa Blanca con la movilización de tropas en aguas caribeñas, legisladores estadounidenses buscan explicaciones. También los venezolanos y la comunidad internacional. A la ciudadanía le asiste el derecho a saber. Sin duda, el periodismo es hoy más importante que nunca. Se necesita nada más ni nada menos que para disipar la incertidumbre, fuente nutricia de la posverdad. A través de su cuenta en X, el pasado 7 de agosto la fiscal general de Estados Unidos anunció que Washington había aumentado a US$ 50 millones la recompensa por información que condujera al arresto de Nicolás Maduro. Una semana después, la Marina estadounidense confirmó el despliegue de una flota de guerra en aguas del Caribe con el objetivo de combatir el tráfico de drogas en la región. Como toda noticia, esta corrió como la pólvora. En tiempos digitales, sin embargo, la velocidad resulta extrema. Tanto que ni bien ponemos atención a una ya hemos saltado a la próxima sin detenernos a pensar si se corresponden con la verdad de los hechos, o si pudieran servir a intereses creados. A pesar del reciente auge de la verificación, desde siempre la tarea del periodismo ha sido esa: verificar los hechos para poder informar. Hace algunos días el CIEPS, junto a la Ciudad del Saber, realizó un coloquio sobre posverdad y posdemocracia. Allí nos referimos a la transformación del ecosistema informativo y al debilitamiento del periodismo, hoy más necesario que nunca. Veamos como ejemplo la noticia que, vinculada con las mencionadas, circuló el 2 de septiembre: la destrucción, en aguas internacionales, de una embarcación por parte del ejército de los Estados Unidos. Provino del presidente Donald Trump a través de Truth Social: “Esta mañana, siguiendo mis órdenes, las Fuerzas Militares de EE. UU. llevaron a cabo un ataque cinético contra narcoterroristas del Tren de Aragua, identificados positiLa diferencia entre un dictador, un monarca o un totalitario y el buenista autoritario es que este último te vende, mediante el poder de los sentimientos, que todo lo que hace y propone es para el bien común, que sus acciones son para beneficio de la sociedad y no por intereses personales. José Jauregui A pesar del reciente auge de la verificación, desde siempre la tarea del periodismo ha sido esa: verificar los hechos para poder informar. Fundado en 1980 Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa Presidente y Director Editorial (Encargado) Jorge Molina Mendoza Gerente Comercial Sudy S. de Chassin Subdirectora y Editora de la Unidad de Investigación Mónica Palm Subdirector Asociado Rolando Rodríguez B. Editora Digital Yolanda Sandoval Editor del Impreso Juan Luis Batista ISSN 2953-3252: La Prensa ISSN L 1605-069X: prensa.com Aviso sobre el uso de Inteligencia Artificial Este periódico emplea inteligencia artificial (IA) para asistir en la edición de contenidos y mejorar la experiencia de lectura. Garantizamos que todo contenido publicado es creado y rigurosamente revisado por nuestro equipo editorial antes de su difusión. Utilizamos la IA como herramienta de apoyo para asegurar la precisión y calidad de la información que entregamos a nuestros lectores. Esta es una publicación de Corporación La Prensa, S.A. ©. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción, sin la autorización escrita de su titular. Presidente fundador Roberto Eisenmann Jr. Director emérito Guillermo Sánchez Borbón
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