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4B La Prensa Panamá, lunes 29 de septiembre de 2025 Cuadros pintados por el maestro José Rodríguez Acevedo (1907-1981) Tomada de Internet El maestro pintor, el general de Bolívar y el estudiante de antropología Stanley Heckadon Moreno ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] ARTE En 1969, mientras concluía su tesis en Bogotá, un joven antropólogo panameño fue invitado por el pintor José Rodríguez Acevedo a posar como modelo para un óleo histórico sobre el general Maza. Aquella experiencia, inesperada y fascinante, unió la investigación académica con el arte y la memoria de las guerras de independencia. A fines de 1969 regresé a Bogotá al terminar el trabajo de campo sobre los pescadores de las Islas de San Bernardo para la tesis en antropología de la Universidad de Los Andes. Había pasado meses al sol, canaleteando, buceando y entrevistando personas. Era hora de redactar la tesis. Tenía 25 años. Un día noté que una joven señora observaba a los estudiantes que salíamos como buscando un hijo. Al verme sonrió tímidamente. Dijo llamarse Carmen Hernández, asistente de un maestro pintor que deseaba conocerme. Tras pensarlo con cautela le seguí hasta la vuelta de la esquina, cerca a la estatua de La Pola. Era un amplio apartamento desde cuya terraza se apreciaba el cerro Monserrate. Nunca había entrado al estudio de un pintor. Amplio, repleto de potes de pinturas de diversos colores, brochas, cuadros terminados, a medio hacer y otros decorando las paredes. Era alto, distinguido y con cálida sonrisa. Me agradeció la visita. Era José Rodríguez Acevedo (1907-1981). Hollman Morales, en su escrito el Poeta de la Piel, publicado en la revista Cromos, de noviembre 17 de 2014, lo describe como: “…altivo, pedante y orgulloso y elitista selectivo fue Rodríguez Acevedo, hombre de soberbia elegancia, alto, gallardo, con peinado a lo Gardel, bufandas de seda, sibarita de tiempo completo, con refinados gustos gastronómicos, culto, gentleman, quien jamás creó una pintura por encargo ni le hizo antesala a nadie... vivía de las rentas heredadas y nunca tuvo necesidades económicas”. El maestro me habló de su vida, obras y viajes por Europa y por los sitios de las batallas de las guerras de Independencia. El Banco Popular, me dijo, le había encomendado un óleo sobre Hermógenes, uno de los generales de Simón Bolívar y requería alguien de mi edad, pelo rubio, ojos claros, contextura fuerte y bronceado. Le agradecí, pero le dije no podría ayudarle, pues mi tesis era prioritaria. Me invitó a almorzar con mucho vino y su chispeante conversa sobre sus topes con el obispo de Bogotá, quien mandó a cerrar una exhibición de sus cuadros de mujeres desnudas y sobre la plata que le debía el presidente de Colombia por una obra. Mostró sumo interés por mis años estudiantiles en California, México y las islas de San Bernardo que desconocía. Me preguntó qué sabía de Maza. Le dije que en mi Chiriquí natal era recordado por sus chistes vulgarísimos. El maestro me detalló las hazañas del general en los llanos orientales, el Magdalena, Santa Marta, Cartagena y Panamá y luego en Perú. Logró convencerme, pues nunca había hecho algo parecido. Un día a la semana iba al estudio. Carmen me colocaba un camisón blanco sin botones, abierto al cuello, mangas remangadas arriba de los codos y un cinturón de cuero de la que guindaba una espada envainada. El maestro me pedía pararme con arrogancia, como un general vencedor tras un violento combate, apretando duro la empuñadura de la espada para resaltar los tendones de los brazos. Le tomaba horas pintar cada detalle. Con paleta y brochas contenía la respiración y se me acercaba lentamente, clavando su mirada sobre el punto de piel deseaba pintar. Al alejarse exhalaba silbando para acometer el lienzo. Primero pintó las manos, el cuerpo y luego la cara. Luego los tres almorzábamos, veladas en extremo estimulantes, alivio al encerramiento de la tesis. Inicialmente poco me habló de la personalidad de Maza. Gradualmente me contó rasgos sobre su temperamento violento y hechos sangrientos durante las guerras de independencia. Guerra prolongada durante la cual, según el historiador Gonzalo Buenahora, “la tierra se convirtió en el tinglado de la muerte. Monarquistas y republicanos marcharon al ritmo vertiginoso de sus caudillos, bajo el imperio de una sola idea: el mutuo exterminio. Maza se ganaría el mote de “ángel exterminador”. Dicen por ahí que Maza fue un papanatas jactancioso, agresivo y vulgar; cruel e inhumano; un ebrio perenne de alcohol y de sangre, para quien lo único importante eran la venganza, la represalia y la retaliación. Un presuntuoso de la peor ralea. Pero también se piensa que es a hombres como él a quienes la patria debe su liberación. Impresionado por la barbarie del general, dije al maestro que no le serviría de modelo. Tras muchas conversaciones, me convenció: copiaría mi cuerpo, pero cambiaría detalles del rostro y de la mirada. Terminé la tesis y debí regresar a Panamá de apuro, pero a la antigua. Bajé por el Magdalena en un remolcador; de Cartagena fui a las islas de San Bernardo, luego a Tolú, y en Coveñas abordé una canoa hasta Narganá, donde una avioneta me llevó a la ciudad de Panamá. Me remordía no haberme despedido del maestro y de Carmen, ni haber visto el cuadro terminado. Recientemente, gracias a internet, pude apreciar su obra y mi participación en su cuadro sobre el general Maza. El general Hermógenes Maza en el río Magdalena. Cuadro de José Rodríguez Acevedo. Archivos de Stanley Heckadon Con Carmen Hernández, asistente del maestro José Rodríguez Aceve do. Archivos de Stanley Heckadon El maestro José Rodríguez Acevedo y su asistente Carmen Hernández en la terraza de su estudio en Bogotá. Archivos de Stanley Heckadon

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