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4A La Prensa Panamá, lunes 15 de septiembre de 2025 Panorama Tal Cual Mónica Palm [email protected] PARCE. En Colombia, el loco ha convocado a una cumbre entre el dream team y Camacho. Estos abogados litigantes son tan buenos que, antes de hacer cualquier cosa, deben sentarse primero con un diputado que en su vida estudió Derecho. Seguramente estarían viendo cómo aprovechan el virtual secuestro de la Comisión de Gobierno de la Asamblea para colar la revisión de la condena del “gurú” por blanqueo de capitales en el caso New Business. MAGNITUD.INC Ransom, el grupo que se atribuye el hackeo al MEF, dice que dispone de 1.5 terabytes de información. Para tener una idea, eso equivaldría a más de la mitad de lo que fue sustraído en su momento a la extinta firma Mossack Fonseca: 2.6 terabytes. Entonces, si lo que anunció INC Ransom es cierto, el MEF nos debe varios millones de explicaciones. Y si la información comprometida incluye datos personales (lo que es sumamente probable), alguien habría estado dejando de cumplir con las obligaciones que, por ley, tiene ante los dueños de esa información. MEZCLA. El 12 de septiembre, cierto abogado defensor de varias conspicuas figuras de casos de alto perfil festejaba alegremente su cumpleaños, y dicen que el alma de la fiesta era una conocida magistrada. ¿Qué hacía ella ahí? ¿Acaso estaba esperando que en la rumba también aparecieran los clientes del letrado? Así baila nuestra justicia. CULIBRITAS. Esta semana se abre el período de inscripción de las nóminas para la renovación de la directiva del Partido Panameñista, que será el 23 de noviembre. Hasta ahora, Willie Bermúdez y Carlos Raúl Piad (con Mireya Moscoso ejerciendo como jefa de campaña ad hoc) aspiran a reemplazar a José Blandón en la presidencia del colectivo. Y hablando de expresidentes panameñistas: si Varela le da su respaldo a alguno de los candidatos, será solamente en forma de apoyo moral, porque para esas fechas tendría que estar sentado en la sala del juicio del caso Odebrecht. GARRAFÓN. La Universidad Roberto Díaz Tapiero, hijo del excoronel Roberto Díaz Herrera. Anel Asprilla Roberto Díaz Tapiero, ‘El junior’: la infancia en el corazón del régimen de Noriega Eliana Morales Gil [email protected] HISTORIAS Roberto Díaz Tapiero tenía 15 años cuando los militares asaltaron su casa. Ese 27 de julio, más de 50 personas, familiares, guardaespaldas y aliados, se refugiaron en el cuarto de su padre mientras desde los techos disparaban las fuerzas leales a Noriega. Aquí narra la historia. El ruido de los helicópteros estremeció el amanecer del 27 de julio de 1987. Explosiones y ráfagas de armas marcaron el inicio de un asalto militar en la casa de Altos del Golf donde vivía el coronel Roberto Díaz Herrera, hasta hacía poco jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Panamá. Díaz Herrera había sido forzado a jubilarse por presiones del dictador Manuel Antonio Noriega, y semanas antes había decidido hablar con periodistas sobre el fraude electoral de 1984, el asesinato de Hugo Spadafora y otras tretas del régimen. Su casa se convirtió en un oasis de información, un punto de encuentro para dirigentes opositores, corresponsales extranjeros y antiguos adversarios, bajo la protección de unos pocos leales armados. Su hijo, Roberto Díaz Tapiero, tenía 15 años cuando los militares asaltaron su casa. Ese 27 de julio, más de 50 personas, familiares, guardaespaldas y aliados, se refugiaron en el cuarto de su padre mientras desde los techos disparaban las fuerzas leales a Noriega. “Veo con mis propios ojos cómo las balas abren huecos. El sol del amanecer se cuela por cada uno de ellos porque estaba amaneciendo y veo cómo el material de la madera comprimida cae, como si fuera nieve”, dice Díaz Tapiero. Entonces abraza a uno de sus hermanos. Piensa que va a morir. ‘El junior’ Durante el asalto, uno de los militares lo identificó como “el junior” y le propinó una golpiza. “Prefiero que me metan un tiro antes de que me maten a golpes”, pensó. “Ese incidente me marcó de por vida, hubo varios, pero este sobre todo”, añade. En efecto. Ese día definió un antes y un después en su adolescencia, en su relación con su padre y con la vida en general. Los guardaespaldas que los protegían, al mismo tiempo, reforzaban códigos de masculinidad extremos. “Un guardaespaldas me decía: ‘Los hombres no lloran’. Todo eso lo mantuve dentro por años. Guardé rencor, odio. Me estaba matando a mí mismo”, confiesa. “Por décadas he querido saber quién soy. Cada día busco redefinirme como persona”, dice una mañana de septiembre en la redacción de La Prensa. Después de ese episodio, él y algunos miembros de su familia se fueron a Venezuela y luego a Estados Unidos. Lo que aprendió en Suecia La vida lo llevó a Estocolmo, donde vivió dos años con su primera esposa. Se había casado muy joven y fue ella quien le pidió mudarse a Suecia. La experiencia lo sacudió. En Estados Unidos había pasado años rodeado de un ambiente latino que replicaba patrones conocidos: la rigidez del machismo y la marginación de las mujeres. Pero en Suecia le sorprendió, por ejemplo, ver a sus suegros levantarse cada sábado para limpiar la casa juntos. Ese gesto cotidiano lo desconcertó: “para mí fue un shock ver al papá compartir y hacer eso”, recuerda. Era la primera vez que advertía con claridad que existían otras formas de familia, más igualitarias, ajenas al mundo que había marcado su infancia. Esa nueva perspectiva, que desarmaba los códigos rígidos de su pasado, fue la que años después le daría las herramientas para enfrentar su historia de una manera distinta. Una carta al ‘tío Tony’ Su relación con el régimen fue ambigua. Noriega no era solo el dictador: hasta antes del asalto a su casa, para él era el “tío Tony”. Aunque dice que ‘lo veía muy poco’, sí fue un factor en su familia. Lo veía en ocasiones especiales, como cuando ascendió a general, en bodas o en reuniones donde siempre se imponía la solemnidad del uniforme y el peso del poder. La paradoja fue inevitable: quien alguna vez fue “el tío Tony” terminó siendo el verdugo, el mismo que mandó a irrumpir en su hogar. Ese contraste acompañó su vida, hasta que con el tiempo logró ponerle palabras a través del perdón. En los años en que Noriega cumplía condena en una cárcel de Miami, le envió una carta en la que le dijo que lo perdonaba. Era un manuscrito lleno de tachones y correcciones, que él interpreta como un reconocimiento silencioso del dolor y la necesidad de reconciliación. Sin embargo, ese gesto de perdón no borró lo vivido. Su infancia estuvo marcada por la cercanía al poder, la vigilancia constante y la ausencia de una vida familiar convencional. “Había un sentido de que en cualquier momento me podía pasar algo. Eso también marcó mi vida”, dice, evocando la rutina de los domingos por la tarde, cuando su padre llegaba uniformado a la casa. “Siempre estaba trabajando”, dice. “Lo que viví fue inusual, pero hay muchas personas que han vivido traumas mucho más fuertes. Les exhorto a buscar cómo sacar eso, cómo hablarlo”, añade. Manuel Antonio Noriega, jefe de las Fuerzas de Defensa de Panamá y gobernante de facto entre 1983 y 1989. Su régimen autoritario se caracterizó por la represión política, el fraude electoral y la violación sistemática de derechos humanos. La invasión de Estados Unidos a Panamá el 20 de diciembre de 1989, que dejo decenas de muertos y desaparecidos, derivó en su captura, juicio y condena a 40 años de prisión por narcotráfico. Murió en 2017. Los libros La experiencia le permitió reconstruir su narrativa personal años después. Crecer bajo la sombra del poder y la violencia no fue solo cuestión de supervivencia física; implicó procesar el miedo y la culpa, reflexionar sobre la infancia y la adolescencia interrumpidas. Esa búsqueda constante de su lugar en el mundo es lo que finalmente lo llevó a enfrentar y nombrar sus heridas. Ahora escribe libros infantiles. Ha escrito cinco. Uno de ellos se titula Mi orgullo panameño. También prepara otro con los recuerdos de su infancia y su vida en el corazón del régimen. La escritura se ha convertido en su forma de desarmar el pasado. Portada de La Prensa que recogió las declaraciones de Roberto Díaz Herrera. Captura de pantalla del documental La Cruzada Civilista Autónoma de los Pueblos Indígenas ha resultado una botella difícil de romper. Su rector, Demetrio Santamaría, fue designado de forma interina por dos años, pero se mantiene en el cargo (tres años y medio después), sin que a nadie se le ocurra todavía convocar a elecciones para decidir quién será su sucesor. ¿Qué hay que hacer para que eso ocurra? Y como es “autónoma”, nadie se puede meter. Si le rebajaran el salario a una cuarta parte, seguro que de una vez encuentra la fecha para hacer la elección. El 12 de agosto de 1983 Manuel Antonio Noriega asume el control total de las Fuerzas de Defensa . Archivo

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