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10A La Prensa Panamá, lunes 8 de septiembre de 2025 Contacto [email protected] Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión de La Prensa se expresa únicamente en el Hoy por Hoy. biernos, evitando el desborde de los ríos del devenir político-social de los países, y las “inundaciones” y daños que esto ocasiona. En las democracias menos desarrolladas, como la nuestra, tenemos instituciones débiles que típicamente son controladas desde una presidencia fuerte, desde grupos económicos privados o desde una asamblea que en los últimos tiempos no ha representado los intereses del pueblo, sino de algunos “políticos” quienes solo buscan enriquecerse, sirviéndose de los presupuestos del Estado, muchas veces de maneras burdas y evidentes. Por otra parte, con frecuencia en las democracias liberales más desarrolladas se utilizan métodos más sofisticados para el mismo fin, como, entre otros, el conocimiento previo de decisiones que afectan a los mercados de capitales, y permiten a los políticos obtener grandes ganancias, lo que la ley califica como un delito, aunque muy difícil de probar, salvo excesos o descuidos de los delincuentes. Sin embargo, el problema principal es el asalto a las instituciones, colocando personas que responden sólo al gobernante que desea convertirse en dictador. Esta distorsión ya la podemos ver en democracias supuestamente vacunadas contra esos males, y que en el pasado reciente fue algo que lograron los nazis, con resultados terribles para la humanidad. La historia es la maestra perfecta, si uno sabe leerla e interpretarla, y justo por eso es por lo que, en los desvíos de las democracias liberales, una de las cosas que esos gobernantes tratan de lograr es el “revisionismo”, que no es más que neLas colaboraciones para la sección de Opinión deben incluir la identificación del autor. Los artículos no deben exceder 650 palabras. No se publican colaboraciones que hayan aparecido en otros medios y La Prensa se reserva el derecho de seleccionar, editar y publicar. No devolvemos el material. Chiquita grande Lecciones Chiquita Brands retomará su operación en Panamá, y contratará a miles de personas, según un acuerdo alcanzado este viernes con el presidente José Raúl Mulino. Bien por el presidente, a quien reconocemos un final en extremo difícil de lograr, pero que será de frágil manejo futuro. El presidente, sin duda, está cumpliendo su determinación de rescatar el bienestar de la sociedad bocatoreña, pero lo que viene depende de importantes detalles: no solo de los aspectos económicos empresariales y laborales, sino también de la vida de la tierra y del desarrollo cultural de su población económicamente activa. Y es que los partidarios de quienes causaron la demolición de Bocas debieron saber por educación —antes de ser empleados por la empresa— que la producción de una bananera parte de un proceso biológico de gran riesgo y que su resultado final depende de elementos visibles e invisibles altamente sensitivos que no pueden interrumpirse ni separarse. Esto se aprende en primer grado. En este ámbito se lidian el ciclo de vida de los productos, la severa incidencia de la responsabilidad empresarial con el mercado, el almacenamiento, el transporte y los intereses de los intermediarios. En resumen, semejante dependencia no puede ponerse en manos de trabajadores desconocedores de la naturaleza de la empresa que supuestamente deben servir. Lo que sucedió en Chiquita tiene que ser expuesto exactamente como lo que fue: infracción voluntaria y consciente por los trabajadores de la ley y de sus deberes básicos, e imprudencia temeraria que dañó la operación a la que debían lealtad profesional. Los trabajadores de la empresa, en vez de ponderar las consecuencias de su acción, demostraron apego exclusivo a una dirigencia sindical política, notoriamente ajena a los intereses económicos, formativos y sociales comunes de sus afiliados. Así se produjo el daño monstruoso a una de las más importantes comunidades agrícolas del país. Dado el marco en que se dio el motín, si queremos cambiar el futuro de Bocas del Toro, es menester depurar las estructuras locales que dieron pie a que eso sucediera. No hay que buscar palabras bonitas para exponer esta urgencia. Se dice que el memorando de entendimiento entre el Gobierno de Panamá y Chiquita Brands, firmado el 29 de agosto en Brasilia, establece un modelo nuevo de operación, “que es más sostenible, moderno y eficiente”. No creo que existan muchas variedades de estos prototipos, por lo que supongo debe tratarse de contratos con otras empresas como unidades agrícolas externas independientes. Estas harían por cuenta propia los trabajos de reclutamiento de mano de obra, limpieza, siembra, cosecha y empaque bajo la supervisión de Chiquita. El modelo, de ser ese, funciona bien en muchos países, y sería estrategia adecuada para que renazca la producción y comercialización del más importante producto agrícola de exportación del país… siempre y cuando existan mecanismos de control, se dé la debida protección tanto a las empresas como a los trabajadores, y todos cumplan las nuevas reglas de operación. Una cosa que parece clara es que los trabajadores de nuestras bananeras no tuvieron, al abandonar sus labores, comprensión del papel que juegan en la salud económica y social de su provincia. Tal vez se consideran solo braceros que cumplen tareas por tiempo determinado, cuando deben sentirse orgullosos de ser, en todo sentido, impulsores asociados de un largo proceso de transformación de su propio pueblo. Para entender esto no necesitan programas de ciencia y tecnología, sino que se enamoren de la trascendencia de su responsabilidad en tan delicado y extenso conjunto de fases de la operación. La explotación agrícola es una acción económica que requiere devoción y, como señalamos antes, una integración rígida y justa de numerosos operadores económicos para obtener buenos resultados. Esto lo tienen que entender tanto los operadores como los jornaleros, por su propia conveniencia y la de nuestro país. Diplomacia o confrontación: ¿a cuál apostamos? Geopolítica “gran garrote” de Roosevelt en 1902. Nuestra realidad fue otra. Durante esos tres cuartos de siglo logramos separarnos de España, unirnos voluntariamente a Colombia, construir el primer ferrocarril transoceánico, ver renunciar a los franceses al proyecto canalero, asegurarnos con los Estados Unidos una segunda independencia y culminar las obras del canal en 1914, todo sin combates ni guerrillas. El rechazo del Senado colombiano al tratado Herrán-Hay reactivó el deseo de los istmeños de obtener nuestra independencia, y a los franceses la intención de recuperar parte de su fallida inversión. Al mismo tiempo, brindó a los Estados Unidos la oportunidad de aplicar los principios de la doctrina Monroe, arguyendo la posible intervención de potencias europeas en América. Así pudieron haberse anexado no solo los 700 km² colindantes al canal, sino todo el istmo de 75,517 km², como ocurrió en Cuba, Puerto Rico y República Dominicana. Entonces me pregunto: ¿qué hechizo utilizaron nuestros preclaros compatriotas para lograr protegernos de tantos deseos intervencionistas y, al final del siglo, beneficiarnos con el patrimonio y los frutos de la vía interoceánica? Aparte de que he llegado a pensar que Dios debe ser panameño, concluí que nuestros próceres fueron auténticos genios en tácticas de sobrevivencia geopolítica. Dirigentes como Amador Guerrero, Justo Arosemena, Eusebio Morales, Belisario Porras y Ricardo J. Alfaro, entre otros, resultaron ser maestros estrategas de la diplomacia internacional. A partir del rechazo colombiano al tratado Herrán-Hay, nuestros gobernantes entendieron que no era conveniente desafiar a quienes tienen la caRoberto Alfaro Estripeaut De la democracia y otros entuertos Instituciones Sin duda la democracia liberal, estándar de occidente, está pasando por un momento muy difícil, podríamos decir que crítico. En todas partes afloran los partidos extremistas, que logran convencer sobre todo a los jóvenes, quienes no han vivido los desastres del militarismo, la guerra y las dictaduras cruentas. Cabe entonces pensar en la debilidad inherente a la democracia liberal, y cómo esta pudiera compensarse. Por un lado, en los países de partido único, estos tratan de mantener la política dentro de un cauce y evitar los desvíos causantes de muchos problemas. No obstante, esto lo hacen con un gran costo social, especialmente para todos aquellos que difieren de la “línea oficial”, y, cuando el partido está al servicio de un líder, entonces muta rápidamente hacia una dictadura, abierta o disfrazada y, por tanto, resulta una opción muy peligrosa para un país. Por otro lado, en la democracia liberal, pareciera que, si no corregimos los defectos propios de esta, derivará pronto en partidos únicos o partidos extremistas. La pregunta es ¿por qué? En las democracias liberales más desarrolladas son las instituciones las encargadas de mantener en su cauce a los gogar hechos históricos o matizarlos de tal forma que faciliten la justificación de las acciones de los nuevos autócratas. Otra debilidad de la democracia liberal, más difícil de controlar sin las instituciones correspondientes, inexistentes o muy débiles en muchos países, es el advenimiento de líderes o partidos populistas. Estos generalmente se sitúan en los extremos del espectro político, y engañan a los incautos o a aquellos que se quieren dejar engañar, cansados de gobiernos que sienten que no les proveen condiciones para el desarrollo individual y colectivo. Hay países donde se declaran ilegales a los partidos extremistas, pero esto debiera controlarse mediante un tribunal especializado y con la anuencia de la asamblea, claro que lejos de un control por parte del ejecutivo o de partidos que quieran “eliminar la competencia”. Como remedio, aunque sea parcial, hay quienes consideran que solo deben poder votar las personas con cierto nivel de educación, cosa que tiene lógica pero que dispararía todas las alarmas de quienes defienden a toda costa a los “derechos humanos”. Todo lo anterior no pretende ser una solución a los graves problemas que vivimos; no obstante, son ideas abiertas a discusión y que sabemos que son difíciles de lograr, para lo cual hay que fortalecer o crear las instituciones que eviten esos desvíos que ponen a prueba nuestra democracia liberal. Opinión EL AUTOR El autor fue embajador ante las Naciones Unidas. EL AUTOR es ingeniero, informático y escritor. EL AUTOR fue ministro de Comercio e Industrias y embajador de Panamá tanto en Washington como en Italia. Ramón Morales Quijano pacidad y el poder para estrujarnos; que los ejércitos terminan reprimiendo a sus propios ciudadanos; que había que buscar aliados cuando nuestra soberanía peligraba, y que la neutralidad, como entendieron los suizos, es la mejor herramienta para evitar confrontaciones, e incluso para sacar provecho de ellas. Gracias a esas estrategias, logramos mantener por 122 años nuestra soberanía, democracia, neutralidad y buenas relaciones con las potencias. Lamentablemente, aún persisten amenazas de intervenciones externas y confrontaciones internas, causadas por dirigentes políticos, educadores, religiosos o ideólogos que, contrarios a las tácticas diplomáticas del pasado, promueven odios, envidias y enfrentamientos sin medir sus negativas consecuencias. Con medias verdades y fantasías arrastran a sus seguidores a utilizar la violencia y el vandalismo antes que la sensatez. Incluso satanizan memorandos de colaboración con potencias extranjeras, a pesar de los buenos resultados que históricamente hemos obtenido de ellos. Por otro lado, califican como sumisión o dictadura las acciones del nuevo gobierno por querer asegurar a las mayorías silenciosas una mejor salud pública, preservar los trabajos dignos de miles de panameños, intervenir la corrupción sindical, defender el derecho al libre tránsito, proteger la neutralidad del canal y promover la inversión extranjera. Entonces yo les pregunto: ante estas dos alternativas, ¿a cuál vamos a apostar? Cincuenta años antes de nuestra condicionada independencia de Colombia, el istmo de Panamá ya se encontraba preautorizado a ser intervenido militarmente, de acuerdo con el tratado Mallarino-Bidlack de 1846. De hecho, hasta 1903 los Estados Unidos habían intervenido en once ocasiones en territorio panameño. Dicho poder intervencionista fue reconfirmado en el tratado Herrán-Hay de 1901, que no llegó a ser aprobado por el Senado colombiano, pero que fue sustituido por el espurio tratado Hay-Bunau-Varilla de 1903. Hoy podremos ofender a cuantos próceres o mandatarios queramos, pero lo cierto es que desde que éramos ciudadanos colombianos, y luego como panameños, los Estados Unidos estuvieron hasta el año 2000 legalmente autorizados a intervenir en nuestro territorio. De hecho, lo hicieron en al menos otras diez ocasiones. Si escudriñamos nuestra historia republicana, resulta difícil entender cómo este pequeño e indefenso país de aldeas, casas de quincha y calles de barro, geopolíticamente estratégico, no fue anexado por alguna otra potencia expansionista del siglo XIX como Portugal, Inglaterra, Francia u Holanda. Tampoco sucumbimos a las múltiples acometidas colonialistas de la doctrina Monroe en 1823, del “destino manifiesto” de Polk en 1849 o de la política del Ramón Varela Morales Fundado en 1980 Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa Presidente fundador Roberto Eisenmann Jr. Director emérito Guillermo Sánchez Borbón † Gerente Comercial Sudy S. de Chassin Esta es una publicación de Corporación La Prensa, S.A. ©. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción, sin la autorización escrita de su titular. ISSN 2953-3252: La Prensa ISSN L 1605-069X: prensa.com en la edición de contenidos y mejorar la experiencia de lectura. Garantizamos que todo contenido publicado es creado y rigurosamente revisado por nuestro equipo editorial antes de su difusión. Utilizamos la IA como herramienta de apoyo para asegurar la precisión y calidad de la información que entregamos a nuestros lectores. 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