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6A La Prensa Panamá, sábado 2 de agosto de 2025 Panorama Stanley Heckadon, de espaldas, atendiendo visita a la Dirección de Planificación de los caciques y dirigentes emberá de Darién previa a discusiones sobre la Constitución nacional de 1972. Archivos de Stanley Heckadon El comandante, el hombre del cinco porciento y el monaguillo Stanley Heckadon Moreno ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] En 1972, Stanley Heckadon interpeló a Omar Torrijos sobre la exclusión indígena en el plan nacional. Ridiculizado como “el hombre del cinco porciento”, lideró luego cambios censales que visibilizaron a los pueblos originarios en Panamá. Tras regresar a Panamá graduado en antropología en 1970, mi primer trabajo fue con la Dirección General para el Desarrollo de la Comunidad (Digedecom), a cargo de asuntos indígenas, junto con trabajadores comunales en Darién, San Blas, Veraguas, Chiriquí y Bocas del Toro. Con ellos recorrí las zonas más remotas, en piraguas, cayucos, a caballo y a pie, empapándome de los graves problemas de estas comunidades, incluyendo la prioridad de demarcar las comarcas, tema que me costó el empleo. Humberto Girón, sociólogo, me reclutó para la Comisión de Estudios Interdisciplinarios para el Desarrollo de la Nacionalidad (CEIDN), en la Dirección General de Planificación de la Presidencia de la República. Esta unidad había sido fundada por Hernán Porras, primer panameño graduado en antropología y autor del escrito Papel histórico de los grupos humanos en Panamá. La CEIDN había publicado La sociedad panameña: historia de su formación e integración, del historiador Alfredo Castillero Calvo; el Ensayo psico-social sobre el hombre panameño, del psicólogo Eric De León; y un estudio del economista Juan F. Scott y los geógrafos Ana Hernández de Pitti y Omar Jaén sobre la evolución de las estructuras agrarias y la reforma agraria. En 1972 preparábamos el Plan Nacional de Desarrollo cuando el ministro nos dijo: “Bueno, muchachos, vamos a la comandancia”. Desde el golpe de Estado de 1968, los militares mandaban el país desde el Cuartel Central, en la Avenida A. Tras esperar un buen rato, nos hicieron subir a la sala de reuniones del Estado Mayor; sentados estaban los jefes de Panamá, recuerdo a los coroneles Manuel A. Noriega, Rubén Darío Paredes y Florencio Flores. Fue la primera vez que vi al general Omar Torrijos. Deseoso de saber qué pensaba sobre los indígenas, me senté en primera fila frente a él. Eric De León, que estaba a mi lado, me preguntó si iba a interpelar al general y le dije que sí. Eric me respondió: “Si tú preguntas, yo pregunto”. Era egresado de Lovaina y colaborador del sacerdote Leon Mahon en San Miguelito con las familias migrantes, empleando el sistema de representantes por corregimientos. Tensas eran las relaciones entre la Iglesia y la Guardia Nacional, pues en 1971 había desaparecido el padre Héctor Gallegos. Detrás del Estado Mayor estaba Orejita Ruiz, un guardaespaldas temido. Habló el general: dijo ser hijo de maestros rurales; su padre colombiano, su madre de Veraguas. Contó que había estudiado en la Normal de Santiago, pero que el destino lo llevó a la milicia. Recién graduado en El Salvador, tuvo que reprimir a los muchachos alzados en cerro Tute, algo que lo marcó. Nos dijo: —Muchachos, ustedes son la crema y nata del gobierno revolucionario, y el plan de este gobierno lo van a hacer ustedes. Yo no soy hombre de letras… voy a compartir inquietudes que recojo al recorrer el país, para que ustedes, con sus palabras, las incluyan en ese plan. Torrijos me cayó bien. Habló sencillo y breve. Dijo que la Ciudad de Panamá crecía demasiado y que había que descentralizar el Estado; le preocupaban el Canal y la dependencia de la economía de tránsito. Al terminar preguntó: —Bueno, muchachos, ¿alguna pregunta? Silencio. Como nadie preguntaba, alcé la mano: —Gracias por explicarnos sus prioridades para el Plan Nacional de Desarrollo, general, pero usted no mencionó a los indígenas. Silencio. Me preguntó mi nombre y me dijo: —Dime, Stanley, ¿cuál es el porcentaje de la población indígena del país? —Según el censo de 1970, son el cinco porciento, pero el censo está mal; puede ser el doble —respondí. —¡Ah! Te contestaste tu pregunta —dijo Torrijos—. Tenemos que ocuparnos del 95% primero y después del cinco por ciento. Todos echaron a reír. Entonces pidió la palabra Eric, delgadito, bajito, parecía un monaguillo tímido. Se levantó, juntó los dedos como si rezara y, balanceándose con un pie adelante y otro atrás, dijo: —Como ustedes son los que mandan, y usted es el que manda, le pregunto, general: ¿cuándo va a permitir nuevamente los partidos políticos en Panamá? ¿Cuándo terminará la censura de prensa y radio? ¿Y cuándo la Guardia devolverá el poder a los civiles? Eso, en plena Comandancia y frente al Estado Mayor. Silencio total. El ministro gritó: —¡De León, cállate, siéntate! Aquí no estamos para esas vainas, no hagas esas preguntas. No cualquiera se atrevía entonces a hacer esas preguntas en la cueva del lobo. Pero Torrijos le dijo al ministro que se calmara y dejara que el muchacho hablara. Así fue. Lo del cinco porciento me molestó. En vacilón, mis compañeros me apodaron el hombre del cinco por ciento. Me dediqué a estudiar los censos del siglo XIX y XX. Descubrí que miles de indígenas, que durante los censos trabajaban en las bananeras, zonas cafetaleras y cañeras, en las tierras altas de Chiriquí o la Zona del Canal, quedaban por fuera. Con los antropólogos Francisco Herrera, Aníbal Pastor y el abogado Fredy Blanco organizamos, junto con la Dirección de Estadística y Censo, talleres que cambiarían la forma de censar a estos pueblos. Los resultados se reflejarían a partir del censo de 1990, que mostró la verdadera contribución de los indígenas a la población de Panamá. Sentado sobre un muro, Omar Torrijos fuma un habano. A la derecha, Eric de León. A la izquierda, Stanley Heckadon. Trabajadores comunales y voluntarios de la sección de asuntos indígenas de la Digedecom. Escuela de Agricultura, Divisa, 1972.

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