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8A La Prensa Panamá, lunes 14 de julio de 2025 Estatua en honor del cacique Urracá en la entrada de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena en Santiago de Veraguas. Cortesía ¿Urracá o Quibián? Joaquín J. González ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] SIMBOLISMO NACIONAL El autor plantea que Quibián y Urracá fueron el mismo cacique veragüense, rechaza la versión oficial, y pide al Estado honrar nuestra historia indígena restituyendo el 12 de octubre como Día de la Raza. Afin de distraer un pco la mente del agobiante acontecer político nacional, me dispuse a releer la obra El cuarto viaje de Cristóbal Colón por los dominios del Quibián veragüense, del Dr. Diógenes Cedeño Cenci (q.e.p.d.). Se trata, más bien, de una separata del capítulo IV de su libro Cuarto viaje de Colón por la ruta de lastormentas. En ella, el autor se refiere de manera especial al encuentro de Colón con el valeroso cacique de la región de Veragua, denominado el Quibián. Me sorprendió y llamó poderosamente la atención la aseveración hecha por el Dr. Cedeño Cenci, cuando plantea en su obra (pág. 12) que “el Quibián y Urracá fueron dos caciques distintos”, de lo cual debe colegirse que estos personajes se enfrentaron a los españoles cada uno por su lado, en diferentes momentos y escenarios. Lamento mucho discrepar de esta afirmación tan categórica, ya que existen elementos suficientes que, a mi juicio, sustentan una nueva hipótesis: que Quibián y Urracá fueron uno solo. En favor de lo anterior, empiezo por citar a Fray Bartolomé de las Casas en su Historia de Indias, donde señala los mismos dominios territoriales —Cordillera de Chiriquí, Bocas del Toro y Veraguas—tantoparaelQuibián mencionado por Colón como para el Urracá que tradicionalmente conocemos. De ser cierto que se trata de dos personajes distintos, ¿cómo se explicaría que, siendo coetáneos, ambos ejercieran su extraordinario liderazgo sobre el mismo territorio sin unirse frente al enemigo común, en este caso, los españoles? En segundo lugar, según palabras del propio hermano de Cristóbal Colón, citadas en la misma obra de Cedeño Cenci, “los indígenas llamaban quibio a sus reyes” (pág. 13). Me parece comprensible admitir un posible error de los españoles al considerar Quibián como un nombre propio, en lugar de entender que los indígenas se referían, en lengua ngäbere, al cargo que ocupaba el jefe de la región. Además, sobre el origen del término Quibián, encontramos un aporte importante en la obra de Pastor Durán Espino, Por las sendas de nuestros antepasados, de donde extraemos esta cita: “Los españoles llegaron a Veragua y preguntaron por el cacique, quien se encontraba tomando una siesta. Los indios respondieron Kübién, palabra que en idioma ngäbere significa ‘duerme’. Fue así como los extranjeros anotaron incorrectamente que el cacique se llamaba Quibián”. Amientender,yprestando atención a esta acuciosa referencia de Pastor Durán, el cacique que dormía su siesta en aquel momento bien pudo haber sido Urracá. Es importante destacar también que Fray Bartolomé de las Casas, en su Historia de Indias, narra que los españoles al mando de Gaspar de Espinoza, en 1520, al arribar en busca de oro a las cercanías de Veragua, en el lugar que hoy se conoce como Montijo, reciben confirmación del cacique Cébaco de que el dueño y señor del oro de estas tierras era Urracá, conocido por ellos como el “Señor de la Sierra”. Ya antes, por referencia de las cartas de Colón a los Reyes de España (1503), Las Casas también había escrito que el denominado Quibián era conocido por los indígenas de Veragua como el “Señor de la Tierra”. Esta homonimia resulta, cuando menos, sorprendente si aceptáramos que se trata de personas distintas. Finalmente, consideremos otro hecho histórico extraído del tomo III de la Historia de Indias de Las Casas,dondeaparececopiosainformación sobre las luchas del caudillo de Veragua. Luego de la humillante derrota sufrida por Gaspar de Espinoza y Pedrarias a manos de Urracá en las llanuras de Coclé, el cacique formó en 1527 una poderosa confederación de pueblos indígenas contra los españoles, en el preámbulo del célebre enfrentamiento en Natá, que más tarde sería conocido como “la batalla de las razas”. A ese encuentro acudieron los grandes señores de Veragua: los caciques Trota, Ponca, Duraria, Guisia, Guaniagua, Tabor, Chiracona, Huisia, Esquegun, Bulabá, Raquegua, Musa, Sambú y Chocó. En ese momento, los conquistadores solo habían logrado derrotar y tener a su servicio a los caciques Cébaco, Mariato, Bericó, Natá y Nomé. No se menciona al Quibián en ningún lado, lo cual resulta inconsistente, dada la reconocida beligerancia que se atribuye a ambos líderes según la tesis de Cedeño Cenci. Pero bien, más allá de si se logra o no esclarecer lo planteado en este escrito, la ocasión me parece propicia para que el gobierno restituya este año el sentido raizal de la celebración del 12 de octubre como Día de la Raza, y comencemos, por ejemplo, por dejar de otorgar condecoraciones cuestionables a Balboa, quien en una de sus cartas a los Reyes de España (1513) se regodeaba de haber destazado a decenas de indígenas con su perro “Leoncico”. Sería oportuno que, en reemplazo de esa controversial distinción —así como la Asamblea tuvotiempoparadecretarelDíadel Almojábano— se desempolve el proyecto de ley que, años atrás, fue aprobado en segundo debate y que creaba la Condecoración Cacique Urracá. Esta consistía en una medalla de oro de 18 quilates, con un diámetro de seis centímetros, que se otorgaría cada 12 de octubre a personas defensoras de los derechos humanos de los pueblos originarios o a personalidades distinguidas que visiten el país. Lamentablemente —hay que decirlo— tuvo mejor suerte en su momento la idea de acuñar los “martinellis”, que vinieron a hacerle indigna compañía al centavo de “Urracá” en nuestros bolsillos. En los tiempos que vivimos, aunque lo dicho parezca de escasa o relativa importancia, estas son cosas que hay que hacer, señor presidente y señora ministra de Cultura, para beneficio y fortalecimiento de nuestra cultura raizal. Al menos son más importantes que pensar desde ahora en la organización de los próximos carnavales. Sobre todo, para que —como bien dijera el recordado escritor veragüense Carlos Francisco Changmarín (q.e.p.d.)— evitemos que otro Balboa en tiempos modernos vuelva a ajotar sus perros en conRobert Stewart, geólogo del Canal, realizó estudios para proyectos de empresas panameñas y del gobierno nacional. En diciembre de 1963 dirigía las perforaciones en La Yeguada, Veraguas, para la primera hidroeléctrica del país, cuando fue enviado al río Indio, en la selvática y lluviosa Costa Abajo de Colón, con el fin de explorar sitios para un embalse de agua que abasteciera las operaciones del Canal y generara electricidad. Antes de eso, comparto algunos pasajes de la expedición que en 1952 realizaron en el río Indio Alexander Wetmore y Watson Perrygo, ornitólogos del Instituto Smithsonian. Tras caminar por la playa desde la boca del Chagres, se instalaron en el caserío de río Indio. Era gente negra que se autodenominaba “naturales” o “playeros”, y que Luz Graciela Joly estudiaría en 1982 para su tesis de doctorado en antropología en la Universidad de La Florida. En sus exploraciones previas a Darién y Majé, los del Smithsonian comprobaron cuán duro era remontar un río a palanca y canalete. Así que en esta expedición trajeron un aparato que transformaría la vida de la gente de los ríos y costas: un motor fuera de borda. Era un Johnson de cinco caballos perteneciente al explorador polar, el almirante Richard E. Byrd, y su tanquecito de gasolina. Fue acarreado en jabas de mimbre por los cargadores costeños contratados por Wetmore. Perrygo recordaba las exploraciones por el Indio hasta su confluencia con el Chilar, y la diversidad de picaflores que parecía no tener fin. Un día subía la marea y una señora lavaba ropa en la boca del río, ayudada por su hijita, quien estaba con el agua a la cintura. De pronto se escuchó un grito. Corrieron y encontraron a la madre, que sostenía a su hija por la mano mientras gritaba y pedía ayuda: un tiburón la tenía agarrada por la pierna. La sacaron del agua, pero el pie lo tenía destrozado. Wetmore envió un mensajero a caballo hasta el caserío más cercano donde había un telégrafo. Un helicóptero militar estadounidense llevó a la niña al hospital. Le salvaron la vida, pero perdió la pierna. Se recuperó. Alguien le labró un cayuquito en el que solo cabía ella. María Asista vivía en extrema pobreza, pero subía y bajaba por el río canaleteando y cantando, como si fuese la criatura más feliz del mundo. Retomemos ahora una carta de Stewart a su esposa desde el río Indio, en diciembre de 1963. Anochecieron a la altura del caserío de Uracillo, donde un campesino los invitó a pasar la noche en su ran- El caserío de Terial en el río Indio, 1963 CUENCA CANALERA cho. “Le dije que guindaríamos nuestras hamacas afuera de su casa. En una hamaca se mecía un niño y dos troncos de balsa labrados servían de asientos. Eran los únicos muebles. En una esquina estaba el fogón de tres piedras, con unas astillas de leña echando humo y cocinando una paila de arroz. Arriba, a ambos lados del jorón, dormían sobre unos juncos. Era la cama común de la familia. La escalera era un tronco de balsa con escalones labrados. Guindamos nuestras hamacas bajo el jorón, amarrándolas a los postes y vigas de la casa. Cocinamos nuestra cena con una estufa Primus de querosén. Estufa de gas, y trabajaba muy bien. Para cerrar nuestra cena, saqué un paquete de popcorn que viene en su empaque de aluminio y, sin abrirlo, se cocina sobre la paila. Cuando el maíz comenzó a reventar, el paquete se infló. Corté con el machete la parte de arriba, tomé del popcorn y ofrecí el resto a los demás. El modo en que lo tomaron fue cómico: primero cogían un pedacito a la vez; luego, rápido, con la mano entera”. Al otro día caminaron hasta el río Terial, donde el Dr. Terry había reportado algo de carbón y los nativos dijeron que había más. Bajar el río es mejor que subirlo, salvo que bajaron de noche, en total oscuridad. Finalmente, llegaron a la boca del río, al pequeño caserío llamado Río Indio, donde desembarcaron ya de noche. Stewart regresó a La Yeguada, hidroeléctrica que sería inaugurada el 23 de septiembre de 1967. Una de mis grandes satisfacciones cuando me encargué del Instituto Nacional de Recursos Naturales Renovables (Inrenare) fue mejorar sus instalaciones en La Yeguada: reparar los puentes y caminos vía el programa de alimentos por trabajo, acelerar la reforestación con pino caribea, instalar el tendido eléctrico de alto voltaje desde la presa hasta la estación, trasladar desde la capital un moderno equipo de ebanistería y nombrar como jefe de proyecto al excelente ingeniero forestal Luis H. Pitty. Stanley Heckadon [email protected] José Góndola, Watson Perrygo y Aniceto Góndola en la expedición del Smithsonian a río Indio. Foto: Alexander Wetmore, tomada cerca a la boca del rio Chilar, Colón, marzo de 1952

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