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8A La Prensa Panamá, miércoles 14 de mayo de 2025 curos rincones de la memoria, al tiempo que su legado, poco a poco, se desvanece en la neblina de los tiempos. No obstante, como toda novela, La ocarina de oro cuenta una historia que podría haber ocurrido, pero que no necesariamente ocurrió así. Por esta razón, en la introducción o nota del autor de la obra, menciono que, cuando eventualmente se esclarezcan los hechos sobre la desaparición del padre Gallego, la literatura plasmada en la novela deberá entenderse como un hecho fortuito. Lo dicho viene a colación ya que las autoridades forenses y periciales panameñas, ante el surgimiento de nuevas pistas —vinculadas a la reciente captura de Eugenio Magallón, uno de los militares condenados en 1993 por la desaparición de Héctor Gallego y quien se mantuvo prófugo por más de 30 años—, han iniciado una exhaustiva búsqueda de los posibles restos humanos del padre Gallego en los terrenos del Instituto Nacional de Agricultura (INA), en Divisa. De confirmarse el hallazgo en ese lugar, enhorabuena por los familiares. Y en lo personal, constituirá una sorprendente y agradable coincidencia literaria, debido a que, en su momento, como reEl presidente quemó las naves Protestas La expresión “quemar las naves” se atribuye originalmente al conquistador Hernán Cortés, a su llegada a las costas mexicanas en su primera incursión para conquistar el imperio de Tenochtitlán. Justo al arribar a las riberas mexicanas, se encontró con un motín por parte de sus propios hombres, quienes fueron juzgados en consejo de guerra por sublevación. Posteriormente, para evitar futuras situaciones similares, el conquistador tomó la determinación de quemar las naves que lo habían transportado, lo cual dejó a sus hombres sin más opción que avanzar tierra adentro con el fin de cumplir el objetivo por el cual habían sido enviados por la Corona española. En la conferencia habitual del jueves, el presidente de la República envió un mensaje claro respecto al tema de la Caja del Seguro Social y los acuerdos de entendimiento con los Estados Unidos: el gobierno ha quemado las naves y no hay vuelta atrás en estos asuntos. En nuestra opinión, el presidente no puede cerrar las puertas a cualquier diálogo que pueda darse con los manifestantes, con el fin de escuchar sus reclamos y valorar la posibilidad de atenderlos, ahora que atravesamos una crisis social con serios impactos económicos y que ya comienza a cobrar sus primeras víctimas, como el posible cierre de grandes empresas en la región de Bocas del Toro. Contrario a lo que han manifestado algunos voceros del gobierno, las protestas, lejos de disminuir, parecen intensificarse día tras día, producto de la incorporación de nuevos actores. Esto, a la larga, puede tener consecuencias nefastas para la economía nacional. Consideramos que, más que quemar las naves, el presidente debió mantenerlas a flote, en un esfuerzo por encontrar una salida que permita preservar la gobernabilidad y mejorar su imagen ante la opinión pública. Sostenemos que la reforma a la Ley de la Caja del Seguro Social era necesaria y que, si bien fue aprobada por la Asamblea Nacional, sancionada por el presidente y promulgada en Gaceta Oficial, no está escrita en piedra. Podría ser objeto de una reforma futura que incorpore recomendaciones técnicas y propuestas sensatas de los manifestantes, con el fin de garantizar la sostenibilidad financiera de la Caja del Seguro Social y asegurar las jubilaciones de los trabajadores. A pesar de que el mandatario ha dicho ser una persona de carácter fuerte y sin tonos grises, también sabemos que es un líder inteligente. Por ello, debe evaluar con sensatez los reclamos ciudadanos, dando viabilidad a aquellas propuestas que realmente puedan contribuir a resolver la crisis de la seguridad social, y descartando aquellas que son meramente ideológicas o carentes de fundamento. En este momento, no estamos en condiciones de quemar las naves. Al contrario, debemos mantenerlas a flote para conducirlas a buen puerto. Esa nave es, precisamente, el Estado panameño, del cual todos formamos parte. Corrupción y crimen: cuando el poder se convierte en mafia Delincuencia organizada titulares. Pero no pasa nada. Porque jueces, fiscales y medios de comunicación están atrapados en la misma telaraña. Y porque la sociedad, cansada y confundida, se ha resignado a la desmoralización. Como advirtió Hannah Arendt, el horror no siempre viene de monstruos: a veces basta con dejar de pensar, cumplir órdenes, callar, mirar hacia otro lado. Eso es lo que ocurre cuando la corrupción se vuelve cultura. Y el crimen organizado ya no se oculta. Firma decretos, dirige campañas, se disfraza de progreso. Ha dejado de ser un cuerpo extraño para convertirse en el corazón del modelo económico. Pero el verdadero drama no está solo en la élite corrupta. Está en el alma colectiva. Porque la corrupción necesita de una ciudadanía desarraigada, indiferente o resignada. Una ciudadanía que haya aprendido que lo importante no es ser honesto, sino no ser descubierto. Que lo que vale es el éxito, aunque venga de la trampa. Vivimos en una época donde triunfa el tener sobre el ser. Se valora más lo que se posee que lo que se es. Lo ético ha sido reemplazado por lo rentable; la integridad, por la apariencia. En este mundo, la sensibilidad es un estorbo, la introspección una pérdida de tiempo, la empatía una debilidad. Y en este vacío, la corrupción florece. Porque el alma desconectada de sí misma no puede resistir. Porque el miedo, el narcisismo y la desesperanza son terreno fértil para la impunidad. Erich Fromm ya lo decía: una sociedad que convierte al ser humano en mercancía no puede generar ciudadaJulia Regales ‘La ocarina de oro’ y el legado de Héctor Gallego Novela histórica En agosto de 2016, se celebró la XII Feria Internacional del Libro en Panamá, con Estados Unidos como país invitado y bajo el lema “Un libro, un viaje a la imaginación”. En aquella ocasión, tuve el honor de ser invitado por los organizadores del evento a presentar mi libro La ocarina de oro. Se trata de una novela histórica que tiene como punto de referencia central los hechos vinculados a la desaparición física del sacerdote colombiano Jesús Héctor Gallego, ocurrida durante la dictadura militar en Panamá en la década de 1970. Precisamente, están por cumplirse 54 años desde aquella noche del 9 de junio de 1971, cuando dos miembros de la Guardia Nacional capturaron al sacerdote, sin que hasta la fecha se haya esclarecido la ubicación de sus restos. A propósito de la novela, esta tiene el especial propósito de recrear literariamente, con la mayor fidelidad histórica posible, la singular personalidad y las vivencias más relevantes del padre Héctor, como un merecido homenaje a su fecunda y tesonera labor de amor, justicia y paz entre los campesinos de aquel humilde y recóndito poblado de Santa Fe de Veraguas. Un lugar que todavía conserva su recuerdo, acurrucado en los ossultado de mis propias investigaciones preliminares, decidí estructurar la novela sosteniendo la tesis de que los restos del padre Héctor se encontraban precisamente en los terrenos del INA en Divisa. En consecuencia, desarrollé la trama y el diseño final de la obra en torno a esta posibilidad, como podrán corroborar quienes ya han leído la novela, publicada en su primera edición en 2016. Especialmente ahora, en medio de los cruciales momentos de incertidumbre y desasosiego que vive nuestro país, la propia Iglesia católica y el mundo entero, a raíz de los variados escándalos políticos, económicos y morales que nos sacuden a diario, pienso que a todos nos viene bien recordar que existen puntos de luz o ejemplos de extraordinarias virtudes humanas en los cuales podemos apoyarnos e inspirarnos para mejorar nuestro imperfecto caminar como cristianos. Esto, a fin de aproximarnos a practicar una genuina misericordia, como la que ha demostrado el papa Francisco y, en su momento —guardadas las proporciones—, el padre Gallego. Lo que, sin duda, nos permitirá ser amigos, y no enemigos, de la cruz de Cristo. A los interesados en el tema, me permito recomendar respetuosamente la lectura de esta novela histórica, ya que, tal como en una ocasión dijera el célebre escritor lusitano José Saramago: “También es necesario conocer de los buenos sentimientos y de las buenas obras, para que estos no desaparezcan de nuestra memoria”. EL AUTOR es abogado. EL AUTOR es escritor y pintor. LA AUTORA es psicóloga y docente. IrvingDomínguez Bonilla nos con conciencia. Y sin conciencia, no hay límite. Por eso, la verdadera pregunta que deberíamos hacernos no es solo cómo erradicar la corrupción, sino qué tipo de humanidad queremos ser. Porque la salida no será solo legal ni institucional. Será también educativa, ética, íntima. Porque el cambio profundo empieza donde se forma la conciencia: en la casa, en la escuela, en la comunidad. La familia sigue siendo, en su mejor versión, el primer laboratorio moral. Allí donde se enseña a respetar, a no mentir, a pensar por uno mismo. Y dentro de ese núcleo, la figura de la mujer —como transmisora de vínculo y verdad— tiene un papel clave. No como mártir, sino como fuerza formadora. Junto a la familia, la escuela es el otro territorio decisivo. No una escuela que repita consignas, sino una que enseñe a pensar, a discernir, a sostener la dignidad incluso cuando nadie observa. Como dijo Paulo Freire: “La educación no cambia el mundo. Cambia a las personas que van a cambiar el mundo.” Y hoy, más que nunca, necesitamos a esas personas. El verdadero poder no es el que impone, sino el que sostiene. El que tiene alma. Y si queremos rescatar el sentido del poder, debemos empezar desde abajo: desde los jóvenes que se niegan a participar del abuso, desde los maestros que siembran preguntas, desde las madres que educan con claridad, desde los líderes que no negocian su conciencia. No se trata de idealismos. Se trata de sobrevivencia. Porque una sociedad sin alma solo puede avanzar hacia la barbarie. Y porque el verdadero cambio comienza cuando dejamos de preguntarnos solo en qué mundo vivimos… y empezamos a decidir qué humanidad estamos dispuestos a ser. La corrupción no es solo el gran robo que encabeza los titulares. Es también el gesto cotidiano de acomodarse en la sombra, el silencio cómplice ante la injusticia, la pequeña ventaja que se acepta como normal. Esa multiplicidad de rostros —unos discretos, otros monstruosos— la hace más peligrosa: se infiltra en lo íntimo y en lo estructural, hasta que se vuelve un sistema. En 2025, la corrupción ya no escandaliza: fatiga. Es ruido de fondo, parte del paisaje. Lo que antes fue una aberración ética hoy se asume como norma de supervivencia. “Así funciona todo.” “Si no lo hago yo, lo hará otro.” Estas frases han desplazado al viejo lenguaje del honor, del deber, de la dignidad. Pero lo que estamos presenciando va más allá del oportunismo o la negligencia: es la fusión entre la corrupción institucional y el crimen organizado. Ya no son redes marginales las que intentan infiltrarse en el poder: es el propio poder —empresarial, político, judicial— el que actúa como una red criminal. Con códigos de silencio, pactos entre mafias y estructuras jerárquicas que se confunden con las delictivas. Banqueros, diputados, ministros, jueces, líderes empresariales… muchos (no todos, pero sí demasiados) participan activamente en estas redes de lavado de dinero, evasión fiscal, tráfico de influencias y despojo. Y lo hacen sin consecuencias, porque también han comprado el sistema de justicia. Panamá y muchos países latinoamericanos repiten este patrón con escalofriante frecuencia. Se destapan escándalos, se nombran culpables, se hacen El autor recuerda la presentación de su novela ‘La ocarina de oro’ en la Feria Internacional del Libro de 2016, obra inspirada en el padre Héctor Gallego, cuya posible localización actual de restos coincide con su tesis literaria. Joaquín González J. Como advirtió Hannah Arendt, el horror no siempre viene de monstruos: a veces basta con dejar de pensar, cumplir órdenes, callar, mirar hacia otro lado. Eso es lo que ocurre cuando la corrupción se vuelve cultura. Opinión

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