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6A La Prensa Panamá, domingo 11 de mayo de 2025 Dos langosteros sostienen el mero que arponeó Sergio, quien aparece al centro con sudadera gris, en El Islote. Der. Cuando las lanchas de compradores de Cartagena llegaban a El Islote remolcaban los cayucos de los pescadores hasta los arrecifes o bajos que rodeaban las islas de San Bernardo. Al fondo, El Islote, comunidad donde hice el trabajo de campo para mi tesis en antropología. Foto/Stanley Heckadon Moreno, 1969 Estanislao y la zarda del arrecife Stanley Heckadon Moreno ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] DE CORALES Y TIBURONES Un joven antropólogo panameño narra su llegada a El Islote en 1968, donde enfrentó desafíos sociales, laborales y marinos, incluida una zarda que lo despojó de prestigio y lo convirtió en leyenda local. En el Chiriquí de mi infancia, buena parte de las vacaciones escolares giraban en torno a los ríos. El mío era el Chiriquí Viejo, donde aprendí a nadar, bucear y pescar. Debo saltar a 1968, cuando la Universidad de los Andes, en Bogotá, me aceptó como estudiante de antropología transferido desde la Universidad de California. Aprovechaba las vacaciones y los cierres de clases por protestas para viajar a dedo y en bus por Colombia. Así fui a dar a Tolú y, en un bote, a El Islote, único caserío de las islas de San Bernardo. Decidí que allí haría mi tesis de grado. Como mi pequeño préstamo del Ifarhu no cubría el trabajo de campo, debí costearlo pescando con arpón. Pero una cosa es bucear en charcos de río y otra muy distinta mar afuera. En El Islote, muchos de los hombres viejos habían sido marineros en las canoas que comerciaban con la “Costa del Indio”, las islas de San Blas. Los pescadores adultos pescaban a cordel y cazaban tortugas marinas; los jóvenes eran langosteros. Pero ningún curso de metodología de campo me preparó para la súbita pérdida de prestigio ante la comunidad, justo al iniciar mis estudios. Como no podían pronunciar mi nombre, me apodaron Estanislao. El día que desembarqué, una multitud apareció cargando a un joven que se había dado un hachazo en el pie. ¡Al verme, alguien gritó: “¡Ahí viene el doctor!”!, pues en Colombia se suele llamar doctor a quien ha pisado una universidad. Al ver la sangre del herido, casi me desmayo, y me acusaron de ser un doctor de mentira. Mi segunda pérdida de distinción fue por culpa de una zarda. Un gran evento era la llegada de las lanchas compradoras de pescado desde Cartagena. Traían dinero, hielo para las neveras, artículos para las tiendas, encargos y uno que otro pasajero. A diario salía en cayuco a pescar con los langosteros hasta los bajos o arrecifes que rodeaban el archipiélago, cuya ubicación era vital para orientarse de día y en las noches más oscuras y tormentosas. Bajos con nombres como Caribana, Blanco, Picúa, Monteras, Medio, Minalta, Palmar, Paloma y Sotavento. El ritual del zarpe era el siguiente: primero, los buzos y el capitán discutían a cuál arrecife iríamos a pescar. Luego, la lancha remolcaba la larga ˜la de cayucos. Yo iba en el cayuco de Sergio, buzo dominicano, capaz de sumergirse a gran profundidad y con certero tino para disparar su arpón Arbalette. Él y yo éramos los únicos con arpones submarinos. Fue mi maestro. Ese día, la lancha nos remolcó hasta el bajo más distante, mar afuera. Desde allí no se veía El Islote, ni ninguna de las islas ni la tierra ˜rme. La lancha nos dejó y partió diciendo que nos recogería por la tarde. Ese arrecife tenía entre 8 y 10 brazas de profundidad, y aún más en ciertos puntos. El agua cristalina dejaba apreciar los corales y los peces. Alegres, nos echamos al agua. Los langosteros a sus langostas, con máscaras y cuchillos. Sergio y yo, a arponear. Cuando él se sumergía, yo le cuidaba las espaldas y viceversa. Pronto aparecieron los tiburones de arrecife, atraídos por el sonido metálico de los arpones, la sangre de los pescados y los tacos de dinamita usados por algunos pescadores. Subía desde lo hondo cuando noté una sombra que cruzó veloz a ras del fondo de arena blanca. Ascendí lento, girando contra reloj. La sombra comenzó a ascender hasta quedar a pocas brazas de mis chapaletas, y pude apreciar su gran tamaño y sus manchas negras. Recordé a mi abuela Josefa, que no se bañaba en el mar sino sentada en la arena, echándose agua con una totuma, por el trauma de una Semana Santa en las playas de La Barqueta, cuando una tintorera con pintas negras devoró a su hermano. Era un tiburón tigre. Pronto su cabeza y la mía quedaron a la misma altura, distantes a una braza. Me miraba con sus fríos ojos, abriendo y cerrando las mandíbulas, con sus carrilejas de dientes triangulares. Era tres veces más grande que yo. Pensé que me atacaría. Despacio, coloqué la punta del arpón a pocas cuartas de su cabeza y debatía si le disparaba al ojo o no. Si la hería, me arrastraría, y tendría que soltar el arpón, quedando indefenso. En eso se escuchó el sonido de un taco de dinamita, y el animal me dejó solo. Salí disparado a la super˜cie y, encaramándome en el cayuco, grité: “¡Muchachos, sálganse del agua, que hay un tiburón grandísimo!”. El boga de mi cayuco, como de 12 años y desnudo, se tiró al piso muerto de risa y, a todo pulmón, decía: “¡Oigan, a Estanislao lo correteó una zarda!”. De los otros botes sonaron carcajadas. De regreso, todos me pedían detalles de mi tope con el tiburón. En El Islote, el cuento de la zarda que correteó a Estanislao fue muy celebrado. Como quedé como un pendejo, me propuse que, en adelante, ninguna zarda me corretearía. Así fue. EFE. ISLAMABAD, INDIA El primer ministro paquistaní, Shehbaz Sharif, se dirige a la nación tras el acuerdo de alto el fuego entre Pakistán e India. EFE Pakistán acusa a India de lanzar misiles que impactaron en su propio territorio GUERRA El Ejército de Pakistán acusó ayer a la India de haber disparado misiles que impactaron dentro de su propio territorio y de lanzar ataques con drones y misiles contra zonas de Afganistán, lo que —según Islamabad— “está empujando a toda la región hacia la guerra”. Se trata de una de las escaladas militares más graves entre las dos potencias nucleares en las últimas décadas. Durante una rueda de prensa celebrada en Rawalpindi, el director general del servicio de medios del Ejército paquistaní, el teniente general Ahmed Sharif, dijo que “hace poco, la India disparó seis misiles balísticos desde Udhampur, uno de los cuales impactó en la ciudad y cinco más cayeron en la zona de Amritsar, en el Punjab indio”. El alto mando cali˜có el incidente como un “acontecimiento impactante” y una “provocación de primer orden”, alegando que la India habría comenzado a utilizar armamento de largo alcance contra su propia población por razones aún no aclaradas. Sharif denunció que las Fuerzas Armadas indias habían intensi˜cado sus operaciones transfronterizas con el lanzamiento de misiles y ataques con drones contra el territorio de Afganistán, en un contexto regional ya de por sí tenso. “La India está empujando a toda la región hacia una guerra abierta, ignorando deliberadamente las consecuencias humanitarias y estratégicas que esto implica”, añadió el general. Hastaelmomento,elGobierno de facto de los talibanes en Afganistán no ha con- ˜rmado ni desmentido los supuestos ataques indios, lo que aumenta la incertidumbre sobre la magnitud y el impacto real de las acciones denunciadas por Pakistán. Afganistán comparte una extensa y porosa frontera con Pakistán, a lo largo de la cual se han registrado varios episodios de violencia en los últimos años, muchos de ellos protagonizados por grupos insurgentes. Sin embargo, Islamabad sostiene que en los últimos días los ataques con misiles y drones provienen del Ejército indio. De acuerdo con el general Sharif, el más reciente de estos ataques ocurrió la madrugada del sábado, cuando “la India disparó misiles aire-tierra contra bases aéreas paquistaníes en Nur Khan, Mureed y Shorkot”. Pese a esto, aseguró que “todas las instalaciones militares de Pakistán están a salvo y operativas”. Este anuncio se da luego de que el Ejército paquistaní reconociera haber realizado ataques de represalia contra objetivos indios, incluidos complejos militares estratégicos. Una de las bases más relevantes que habría sido blanco de estos ataques es la de Udhampur, situada en la región disputada de Cachemira bajo administración india. Además, a˜rmó que el aeródromo de Pathankot, en el estado indio de Punjab, fue “completamente destruido” por un misil de precisión. La tensión entre India y Pakistán ha venido en aumento desde principios de año, alimentada por escaramuzas fronterizas en Cachemira y por acusaciones mutuas de interferencia en asuntos internos. Sin embargo, los últimos episodios marcan un cambio cualitativo en la confrontación al incluir ataques de largo alcance.Ambos países poseen arsenales nucleares y mantienen una rivalidad histórica desde su independencia del Imperio Británico en 1947. El con›icto por la región de Cachemira ha sido el detonante de tres guerras entre ambas naciones, y el actual nivel de hostilidades recuerda a la Guerra de Kargil en 1999, el último gran enfrentamiento entre los dos Estados después de que se declararan potencias nucleares en 1998. Analistas regionales han advertido que un mal cálculo o una escalada no contenida podría desembocar en un con›icto abierto con consecuencias imprevisibles. La comunidad internacional, hasta ahora en silencio, podría verse obligada a intervenir diplomáticamente para evitar un enfrentamiento a gran escala.

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