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2A La Prensa Panamá, domingo 23 de febrero de 2025 Suscríbete www.prensa.com Síguenos twitter.com/prensacom Comenta facebook.com/prensacom Panorama La comunidad de Limón está muy cerca del río Indio. Alexander Arosemena ¿Cuánto cuesta un palo de mango? Eliana Morales Gil [email protected] RÍO INDIO Se irán con sus muebles, sus perros, sus gatos, sus gallinas y hasta con sus muertos. Toda el área será inundada. Se estima que hay 538 hogares, 1,714 personas: 53% son hombres, y 47% son mujeres. Limón es una pequeña comunidad que forma parte de un corregimiento con nombre de cuento de hadas: La Encantada. Se encuentra en el distrito de Chagres, Colón y queda a tres horas de la capital si se conduce con el tráfico a favor. Está rodeada de verdes colinas donde crecen los árboles a su antojo. Tiene una escuela, un cementerio, una capilla y decenas de casitas de madera dispersas entre el paisaje rural. Por la mañana, la neblina se desliza entre los matorrales y envuelve al pueblo en una nube etérea. Es un buen lugar para nacer, crecer y morir. A sus pies, el todopoderoso río Indio, que desde hace un tiempo está en el centro de las noticias porque un fallo de la Corte Suprema de Justicia declaró que forma parte de la cuenca hidrográfica del Canal de Panamá, y en consecuencia, se convirtió en una opción para construir un embalse que garantizará la disponibilidad de agua para el consumo humano y la ruta interoceánica. Eso implica que Limón y otras comunidades tendrán que desaparecer. Se las tragará el agua. Hombres, mujeres y niños tendrán que ser reubicados con su vida a cuestas. Se irán con sus muebles, sus perros, sus gatos, sus gallinas y hasta con sus muertos. Toda el área será inundada. De acuerdo con datos preliminares, en el área del reservorio, por ejemplo, hay 538 hogares, 1714 personas: el 53% son hombres, y el 47% son mujeres. Olegario se aferra a su tierra En Limón abunda la resistencia. Hay tristeza, impotencia y arraigo. Muchos de sus habitantes se aferra a sus raíces, a sus historias y a la tierra que les ha dado todo. “No a los reservorios”, dice un letrero colgado frente a la casa de Olegario Hernández, de 87 años. “Nos va a perjudicar (el embalse)”, afirma, para luego plantear y al mismo tiempo responder una pregunta: “¿A dónde? En lotes... No estamos acostumbrados a eso…”. Olegario vive de lo que le da la tierra. Cultiva maíz, yuca, arroz y plátano. “Nosotros no le damos problema a nadie. Ni al Gobierno, ni a nadie. Le pedimos una carretera, pero no la quieren hacer bien”, contó. Su familia venía de la parte baja del río Indio. Llegó a Limón en la década de 1960. Para entonces, la comunidad era una extensa cadena de montañas con el río Indio como Dios y ley. “Uno caminaba en caminitos estrechos”, cuenta Olegario, que para entonces tenía 25 años. Lo primero que hicieron cuando se asentaron en Limón fue construir una escuela. Fue un trabajo de hormiga: lento, meticuloso y paciente. De a poco, bloque a bloque. “Traíamos los materiales de allá abajo. Primero bajábamos en cayucos, después conseguimos un motor…”, narra. “¿A dónde vamos a conseguir una tierra como esta? No la hay. Yo lo he conversado… En Donoso hay montañas, pero nunca como estas”, afirma Olegario, parado frente a su vivienda a orillas de la carretera. Él recuerda el día que Ricaurte “Catín” Vásquez, el administrador de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), visitó Limón. “Hizo una reunión con nosotros y él propuso indemnizar. Nosotros le dijimos que no nos queríamos ir. Él (Ricaurte Vásquez) dijo que si el pueblo no estaba de acuerdo, esto (el embalse) no podía ir. Pero cuando llegó a Panamá dijo que toda la gente de Limón estaba de acuerdo, y eso salió publicado. Nosotros pensamos que tienen una estrategia muy sucia”, cuenta. La ACP aún no les ha dicho a cuánto ascendería una indemnización. Un día, agregó, les hicieron un censo. Entonces él le preguntó al muchacho que le tomó los datos: “¿Cuánto cuesta un palo de mango? ¿Cuánto cuesta un palo de naranjo? No me pudieron dar respuesta porque ellos no saben. Entonces, ¿qué clase de censadores son esos?”. Para Olegario, el asunto va más allá de números o cifras. Se trata de lo intangible, de lo que han sembrado, cuidado y amado por generaciones. El palo de mango no es solo un árbol; es raíz, es memoria, es parte de su historia. Y eso, ¿cómo se calcula? Olegario aprovecha para decir lo que opina del Canal. “El Canal significa bastante porque hay un ingreso, y yo lo entiendo, pero el ingreso es para los más bellacos. A nosotros no nos toca nada acá. De a malas han hecho esta carretera. Pero, ¿de ahí?... Qué va. Ellos no son gente que se esmera por el campesino. Mire que no hay un médico, en el centro de salud no hay una pastilla, no hay na’...”. Hilario y el río El río Indio queda a más o menos 500 metros de la casa de Olegario. Para llegar allá, hay que seguir la ruta de la carretera, avanzar hasta que se acaba el asfalto y luego transitar por un camino de tierra rojiza, rodeado de casas adornadas con flores en los portales y algunas fincas con ganado. Se desciende por una loma empinada que no está hecha para los carros. El día que La Prensa visitó la zona, sus aguas lucían turbias y marrones, producto de las repentinas lluvias de febrero. Los árboles crecen a orillas del cauce y lianas cuelgan desde las alturas. Hierba verde y densa en la orilla. Barro. A pocos pasos de las corrientes hay una pequeña casita con estructura de madera y techo de paja que sirve como sitio de espera. Allí, los lugareños abordan las canoas con motor que los transportan a los poblados del área. El río también sirve de frontera entre Colón y Coclé. Sentado en un banco de madera junto al río estaba Hilario Hernández, de 71 años. Esperaba “un motor” (canoa) para ir a Boca de Uracillo, un caserío que también será inundado, pero que no queda en Colón, sino en Coclé. A diferencia de Olegario, Hilario no se opone al reservorio, pero tiene sus condiciones. “Lo que queremos es que las cositas que nosotros tenemos nos las recompensen bien. Este asunto no solo será un beneficio para la gente del Canal, será un beneficio para la gente que toma agua”, dijo. Hilario vive en Colón, pero está unido a la cuenca del Canal porque tiene tierras en Boca de Uracillo. “Para nosotros, estas tierras significan mucho. Significan vida, sentimientos. Aquí nacimos, nos criamos, vivimos, y la tierra no soa ir? No queremos que nos reubiquen en la ciudad. No estamos acostumbrados a eso. Somos campesinos y estamos acostumbrados a vivir aquí”, dice. ‘No quiero salir de aquí’: María María Félix Hernández, de 52 años, lo dice sin titubeo: “No quiero salir de aquí…”. Ella no cree en los planes de la ACP. “Es una mentira. Es un engaño. Dicen las cosas y no las cumplen”, afirma. A María le preocupa que la saquen de su montaña y la lleven a una construcción de cemento y vidrio en la ciudad. Tiene miedo de que le quiten su vida sencilla, sus raíces. Habla la ACP Pero Ana María Antonio, especialista social de la oficina de Proyectos Hídricos del Canal de Panamá, asegura que se tendrá en cuenta a todos. Dice que los derechos de las personas serán restituidos y se les restablecerán sus medios de vida. Por estos días, realizan reuniones con la comunidad para informarles sobre lo que implica la iniciativa del Canal. Se les compensará por todos los bienes de las familias: vivienda, cultivos, fincas, entre otros. lo tiene un valor monetario, tiene un valor sentimental. Una persona que ha vivido toda su vida aquí se le hace difícil deshacerse de esto. Aquí están nuestros padres sepultados, nuestros hijos, nuestros familiares… Ya no están con nosotros, pero es importante saber que sus huesos están aquí”, narró. Hilario, junto a seis personas más, ese día se dirigía a una reunión convocada por la ACP para explicarles el proyecto. “Esas reuniones son importantes porque ellos necesitan saber que si las cosas se van a hacer, tienen que hacerlas bien hechas”. Un ronquido constante y vibrante alteró la calma de las aguas del río. Llegó una canoa. Cuatro hombres se bajaron de la embarcación y nuevos navegantes tomaron sus puestos. Uno de ellos, Hilario. Iba a una reunión para recibir información del proyecto. Uno de los que se bajó de la canoa fue Manuel, pero no quiso decir su apellido. Prefiere mantenerse en el anonimato. Transportaba unos sacos con café que vendería en la ciudad. “Estas tierras son la vida de nosotros. De aquí sacamos todo para comer. Vivimos tranquilos. No le pedimos nada a nadie. Esto (el embalse) nos va a perjudicar. ¿Para dónde nos vamos Para cruzar el río y transportarse a las comunicades cercanas utilizan canoas. Alexander Arosemena Olegario Hernández, de 87 años. cultiva arroz, plátano, yuca y maíz. Alexander Arosemena

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