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2B LaPrensa Panamá, lunes 28 de octubre de 2024 Economía & Negocios El laberinto de la panameñidad Valor razonable Carlos A. Araúz G. [email protected] El iluminado Octavio Paz, en su memorable Laberinto de la soledad, describe de manera mágica la intensidad de la esencia mexicana, inspirada en gloriosas revoluciones, sangre derramada y una arraigada devoción por la tradición. ¿Qué inspira a los panameños? Los últimos días han sido complejos para la panameñidad, que parece reflejarse en actitudes mezquinas por doquier: desde profesores indolentes que descuidan su labor de formar a la juventud para declarar la guerra a un proyecto de ley que ni siquiera ha sido presentado por el Ejecutivo, hasta diputados que cínicamente exigen el pago de los impuestos ciudadanos para tener más “chen chen”y así continuar con el despilfarro. Curiosamente, hace poco más de un año, James Robinson estuvo en Panamá. Este reconocido autor nos advirtió sobre el agotamiento de las ventajas comparativas del país, señalando que era momento de entender el Canal de Panamá como un eslabón logístico capaz de generar eficiencia auténtica y de servir como semilla para el “nearshoring.” Robinson, doctor en economía, nos exhortó a evitar convertirnos en uno de esos países que fallan a su gente por no atacar la desigualdad desde su raíz. Hace dos semanas, el autor fue galardonado con el premio Nobel de Economía, mientras nosotros optamos por no escucharle. Así andamos. Es amargo sentir la panameñidad en estos días, más aún en vísperas del trillado mes de la patria. Noviembre despierta en medio de una desconfianza a todo nivel, comenzando por figuras públicas que han revelado agendas ocultas de personajes oscuros que atentan contra la integridad del presupuesto de la nación. Las telarañas que se tejen impiden el crecimiento y acrecientan la desigualdad, asfixiándonos con proyectos de ley que evidencian la escasa congruencia entre lo que el país necesita, lo que su gente anhela y lo que hemos merecido durante veinte años de acomodos de la casta política tradicional. Las dianas traen un alto grado de desilusión, ya que los primeros cien días de la nueva administración pública no permitieron ajustar el presupuesto nacional a un esquema que impulse la inversión para crear empleo, en lugar de gastar para sostener más miseria. No hay acto que nos recuerde más nuestra humanidad imperfecta que el error. Pero en materia económica, la acumulación de desaciertos a lo largo del tiempo nos condena al fracaso, sin importar cuán buenas sean las intenciones. Panamá no ha acertado en la proyección de ingresos en los últimos dieciocho años. En otras palabras, en lugar de mejorar la administración de los recursos públicos, hemos optado por usar una tarjeta de crédito con un límite de $25 mil millones, creando así una falsa ilusión de éxito. Con ese juego evidentemente perdido, el equipo liderado por el ministro de Economía y Finanzas —hombre íntegro y ampliamente capaz—sucumbe en el ajedrez político que ensombrece la perspectiva del país, al premiar latifundios como la Unachi o a los habitantes temporales del palacio legislativo Justo Arosemena. Los esfuerzos de Felipe Chapman fueron nobles al intentar generar algo de ilusión para la mancillada panameñidad; sin embargo, quedaron cortos, ya que somos rehenes del laberinto que nos asfixia con los fondos del Canal que no llegarán al Fondo de Ahorro de Panamá, y secuestrados por la encrucijada que expone la intención de modificar el Código Fiscalmediante una ley de moratoria. No, no reina el amor fraternal. Resta a cada panameño aportar, luchar y conquistar su propia trinchera. EL AUTOR es economista.

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