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10A LaPrensa Panamá, lunes 28 de octubre de 2024 Opinión Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión deLa Prensase expresa únicamente en el Hoy por Hoy. Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión deLa Prensase expresa únicamente en el Hoy por Hoy. [email protected] Las colaboraciones para la sección de Opinión deben incluir la identificación del autor. Los artículos no deben exceder 650 palabras. No se publican colaboraciones que hayan aparecido en otros medios y La Prensase reserva el derecho de seleccionar, editar y publicar. No devolvemos el material. Fundado en 1980 Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa Presidente fundador Roberto Eisenmann Jr. Director emérito Guillermo Sánchez Borbón † Presidente Ejecutiva y Directora Editorial Annette Planells Gerente Comercial Sudy S. de Chassin Esta es una publicación de Corporación La Prensa, S.A. ©. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción, sin la autorización escrita de su titular. ISSN 2953-3252: La Prensa ISSN L 1605-069X: prensa.com Aviso sobre el uso de Inteligencia Artificial Este periódico emplea inteligencia artificial (IA) para asistir en la edición de contenidos y mejorar la experiencia de lectura. Garantizamos que todo contenido publicado es creado y rigurosamente revisado por nuestro equipo editorial antes de su difusión. Utilizamos la IA como herramienta de apoyo para asegurar la precisión y calidad de la información que entregamos a nuestros lectores. Subdirectora y Editora de la Unidad de Investigación Mónica Palm Editora Digital Yolanda Sandoval Editor del Impreso Juan Luis Batista ¿Por qué ganaron el Nobel de Economía? Neoinstitucionalismo Sergio García Rendón [email protected] En algún momento todos nos hemos preguntado por qué hay países más ricos que otros. Recientemente Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson fueron galardonados con el Premio Nobel de Economía, “por estudios sobre cómo se forman las instituciones y cómo afectan a la prosperidad ”, un intento de responder a esa pregunta desde una perspectiva teórica llamada neoinstitucionalismo. A grandes rasgos el neoinstitucionalismo argumenta que los sujetos tienden a responder a la ausencia de información y la incertidumbre con acuerdos, formales o informales, que procuran que la gente se comporte de cierta forma. Entonces las acciones de las personas que tratamos de entender en las ciencias sociales no se toman en el vacío, sino que se hacen dentro de ese marco de acuerdos, reglas de juego, a las que esta teoría llama instituciones. Estas instituciones en cuestión generan incentivos, recompensas o castigos, que se supone que deberían reforzar el comportamiento de todos. Un ejemplo de ellos es que a día de hoy la mayoría de las personas se quitan el sombrero cuando entran a una iglesia, porque saben que es lo que los otros esperan de ellos y porque saben que en caso de no hacerlo puede haber una sanción social. Que esta perspectiva teórica sea galardonada con el conocido premio no es algo nuevo, pues ya otros autores como Ronald Coasse (1991), Douglass North y Robert Fogel (1993) y Elinor Ostrom y Oliver Williamson (2009) lo habían ganado gracias a estudios basados en esta postura. Pero lo que Acemoglu, Johnson y Robinson tienen de novedoso es que en sus libros y artículos procuran una comprobación histórica del cómo la situación actual de los países deriva del sendero institucional que desarrollaron. Un ejemplo es su libroPor qué fracasan los países, donde los autores estudian cómo las colonias tomaron rumbos distintos en términos institucionales y por lo tanto sembraron las semillas de su futuro desarrollo económico. Su argumento principal es que los colonos y las élites locales se inclinaron por un determinado tipo de instituciones debido a la densidad poblacional y a la tasa de mortalidad del lugar. En ciertos lugares lo hicieron por instituciones de tipo extractivo, que restringieran a un pequeño grupo los recursos políticos y económicos; mientras que en otros lugares desarrollaron instituciones inclusivas, que dieran garantías similares a la población y garantizaran mayor competencia por los recursos. De esa forma aquellos países con alta densidad poblacional y altas tasas de mortalidad consolidaron una élite que concentró los recursos políticos y económicos, usó al resto de la población en instituciones como el latifundio, y que sostuvo reglas de juego que favorecieron su permanencia en el poder, ahondando con ello la desigualdad. En cambio en los países donde había poca densidad poblacional y bajas tasas de mortalidad se favorecieron circunstancias más igualitarias y reglas de juego que defendieron los derechos de propiedad de todos. Como consecuencia de esto, los primeros países, con instituciones extractivas, dependieron más de sus recursos naturales y de la mano de obra barata, lo que enriqueció a una élite cada vez más poderosa, que bloqueó los desarrollos industriales o tecnológicos que pudieran representar competencia. En cambio, el segundo grupo de países, con instituciones inclusivas, fomentó un escenario de libre competencia y menor desigualdad en los puntos de partida, permitiendo una mejor incorporación de los avances industriales y tecnológicos. Son varias las críticas a la perspectiva de los autores. Para comenzar, sus ejercicios son tan de largo alcance histórico que siempre puede ser puesta en discusión la veracidad o pertinencia de los datos históricos que usan para comprobar sus premisas. Otra posible crítica es que las instituciones son producto de distintas condiciones políticas, económicas y/o geográficas, lo que en última instancia significaría que estas instituciones solo transmiten los efectos de esas condiciones originales, dejando de ser así la causa original de los resultados. En tercer lugar, algunos economistas consideran que el trato dado por los autores a los casos de Estados Unidos y China no es acertado. El primer país convivió por un buen tiempo con la esclavitud y la segregación racial, a la vez que el segundo país se ha desarrollado económicamente manteniendo instituciones extractivas y una élite cerrada. Finalmente, autores como Adam Przeworski señalan que son errados estos intentos de encontrar una causa única que explique los resultados históricos. Estos ejercicios que persiguen la primacía de una variable sobre otra, como en la tradición marxista clásica, ignoran que la historia es el resultado complejo de la interacción de circunstancias iniciales, instituciones y múltiples contingencias adicionales. Con todo, y a pesar de los argumentos en contra, es posible resaltar ideas útiles de la perspectiva de Acemoglu, Johnson y Robinson. Una primera idea que nos sirve es que muchos problemas actuales no se resuelven de manera sencilla, con fórmulas mágicas o buena voluntad, ya que están arraigados en la estructura institucional, formal o informal, que históricamente ha sido favorecida en un lugar. Este puede ser el caso de fenómenos como el clientelismo o la corrupción, que requieren abordajes complejos que respondan a que por décadas e incluso más hayan sido la forma de hacer las cosas. Además de esto, es elogiable que en la discusión económica se reconozcan aspectos como los efectos negativos que tiene la desigualdad social en la prosperidad, o que el desempeño económico no se puede entender sin la calidad de los arreglos políticos y sociales que se alcancen entre los miembros de la sociedad. No todo es el cálculo de la oferta y la demanda de bienes y servicios, y no es sostenible una economía robusta que se base en una sociedad que no está funcionando bien para la mayoría de sus miembros. A grandes rasgos el neoinstitucionalismo argumenta que los sujetos tienden a responder a la ausencia de información y la incertidumbre con acuerdos, formales o informales, que procuran que la gente se comporte de cierta forma. EL AUTOR es politólogo e investigador del CIEPS. ¿A dónde van nuestros niños? Violencia Larissa Augusto [email protected] No importa la edad que puedan tener los hijos, siempre serán niños ante los ojos de sus padres. Así los ven los ojos de cada madre, pero hay un temor latente que está cada día adentrándose en el corazón de todos. ¿Qué está pasando con la juventud? ¿Quiénes o qué hay detrás de cada suceso que sacude a la sociedad? No puedo imaginar el sentimiento de desesperación de aquella madre que ha perdido un hijo y que en la soledad de su días se pregunta si ese hijo o hija regresará a su lado con vida. La forma violenta en la que se ha encontrado a nuestros niños y jóvenes nos deja saber que hay odio y fuerza bruta en el trato que reciben, qué monstruo está cazando a nuestros jóvenes, qué está pasando en la base de la sociedad, que es la familia, ya que en algunos casos unos escapan, otros son arrancados de su seno familiar, pero lo que mas me preocupa es la falta de empatía que existe cuando los casos son revelados, los comentarios que hieren a esos padres que guardan esperanza. ¿Qué podemos hacer para cuidar a nuestros niños? Si bien es cierto no podemos mantenerlos en una caja de cristal, tendremos que fomentar más la supervisión, adentrarnos más en el círculo de amigos de nuestros hijos e investigar, recurrir a otros padres cuando salen y mantener el contacto…estas son algunas ideas que nos permitirán ser ese anillo de seguridad. La policía hace rondas, hace su trabajo, pero los hijos son nuestra prioridad, debemos cuidarlos y ser ese primer frente para que en la medida de nuestras posibilidades los casos disminuyan. Orientemos a nuestros hijos, algunas veces el enemigo está en el propio entorno y se disfraza de amigo, hay muchas cosas que en el sistema han fallado, eso es cierto, unamos fuerza y levantemos la voz para cambiar lo que se pueda y que en el futuro haya casos que puedan tener un desenlace distinto a los que en estos últimos días nos han destrozado el corazón. No es momento de buscar culpables; considero que apostar más a la prevención podría ser más efectivo. Podríamos implementar planes de apoyo en las escuelas, en grupos de la Iglesia e incluso en las comunidades, y estar atentos en estos grupos cuando veamos a nuestros jóvenes en la calle, cuidándolos como si fueran nuestros propios hijos. Ante esta ola de inseguridad, tendremos que cuidarnos entre todos, ya que es imposible exigir un policía en cada esquina. Sin embargo, en el ámbito institucional, es necesario corregir la falta de celeridad en el proceso de denuncias. En fin, queda una gran tarea por delante. LA AUTORA es ciudadana Sobre las pruebas PISA Educación Georgios Vassilopoulos [email protected] La cuestionable decisión de la ministra de educación de retirar la participación de Panamá de las pruebas PISA ha puesto en evidencia la anticuada visión institucional de la educación panameña. A medida que el resto de países del globo apuestan por una evaluación imparcial y acreditada, dirigida a evidenciar las falencias educativas y el margen de mejora correspondiente, la ministra decide echar para atrás los avances hechos en años recientes en materia de evaluación académica y monitoreo institucional. En sus palabras, el aporte de 2 millones de dólares destinados a la infraestructura técnica de la prueba representa un desperdicio de recursos que bien puede ser utilizado en otros proyectos. Esta afirmación siembra incertidumbre, en vista del traslado de partida presupuestaria por la suma de varios millones de dólares del Ministerio de Educación (Meduca) a Cancillería para que el país hiciese su aporte anual a las Naciones Unidas. En apenas 100 días de gestión, pareciera que sobra el dinero, pero falta la voluntad. Es digno de condena que la educación panameña lleva años atravesando un agonizante proceso de decadencia a pesar del exponencial crecimiento económico que el país ha venido experimentando durante las últimas dos décadas. La ausencia de una voluntad política real, que vaya más allá de los discursos de campaña, ha posicionado año tras año a Panamá como uno los países peor calificados de las pruebas en cuestión. Por mucho que esto represente un motivo de bochorno nacional, de poco sirve tapar la verdad o querer alejarnos de aquellos instrumentos de medición que nos llaman a dimensionar el alcance de nuestras deficiencias. Después de todo, la golpeada institucionalidad educativa no es secreto a la ciudadanía panameña; lo vemos en el extremo deterioro en el que se encuentran nuestras escuelas públicas e infraestructura, lo comprobamos en los escándalos de la Universidad Autónoma de Chiriquí y el Instituto para la Formación y Aprovechamiento de Recursos Humanos, y lo vivimos en nuestros propios bolsillos con el sacrificio que hacen miles de familias que matriculan a sus hijos en instituciones privadas con tal de asegurar mejores oportunidades educativas para sus acudidos. La triste realidad de uno de los países más ricos y estables de la región, que no ha sabido invertir en el mayor compromiso de todo estado: equipar a su población de herramientas educativas en un mundo cada vez más competitivo y exigente. El argumento a favor para retirarnos de la pruebas PISA es que ya sabemos el mal estado en el que se encuentra la educación y que no aporta en nada seguir comprobándolo. La réplica aquí es bastante sencilla: la única razón por la cual contamos con la información para hacer ese diagnóstico es por participar en mediciones como las que nos plantea PISA. Es decir, el resultado de las pruebas es valioso en sí mismo independientemente del resultado pues nos permite conocer nuestra situación en el marco de estándares internacionales. Por un momento pareciera que se nos escapa que si queremos formular políticas públicas eficientes requerimos de una sólida base de datos estadísticos y evidencia cuantitativa. En el contexto actual, el estado panameño carece del personal técnico requerido para llevar a cabo procesos de evaluación y monitoreo internos de manera satisfactoria, necesitamos de estas mediciones comparativas externas que nos permitan evaluar el punto de partida del gobierno actual en el espacio educativo. Entendamos que las cifras oscuras o inexistentes, solo benefician a aquellos que no están acostumbrados a rendir cuentas. Como dice el refrán popular, lo que no se mide no se entiende, y lo que no se entiende, no se puede mejora r. Por un momento pareciera que se nos escapa que si queremos formular políticas públicas eficientes requerimos de una sólida base de datos estadísticos y evidencia cuantitativa. EL AUTOR es miembro de la Fundación Libertad

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