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6A LaPrensa Panamá, viernes 18 de octubre de 2024 Opinión Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión deLa Prensase expresa únicamente en el Hoy por Hoy. Los artículos de opinión y las caricaturas son responsabilidad exclusiva de los autores. La opinión deLa Prensase expresa únicamente en el Hoy por Hoy. [email protected] Las colaboraciones para la sección de Opinión deben incluir la identificación del autor. Los artículos no deben exceder 650 palabras. No se publican colaboraciones que hayan aparecido en otros medios y La Prensase reserva el derecho de seleccionar, editar y publicar. No devolvemos el material. Fundado en 1980 Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa Presidente fundador Roberto Eisenmann Jr. Director emérito Guillermo Sánchez Borbón † Presidente Ejecutiva y Directora Editorial Annette Planells Gerente Comercial Sudy S. de Chassin Esta es una publicación de Corporación La Prensa, S.A. ©. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción, sin la autorización escrita de su titular. ISSN 2953-3252: La Prensa ISSN L 1605-069X: prensa.com Aviso sobre el uso de Inteligencia Artificial Este periódico emplea inteligencia artificial (IA) para asistir en la edición de contenidos y mejorar la experiencia de lectura. Garantizamos que todo contenido publicado es creado y rigurosamente revisado por nuestro equipo editorial antes de su difusión. Utilizamos la IA como herramienta de apoyo para asegurar la precisión y calidad de la información que entregamos a nuestros lectores. Subdirectora y Editora de la Unidad de Investigación Mónica Palm Editora Digital Yolanda Sandoval Editor del Impreso Juan Luis Batista Coraje moral en la práctica médica Medicina Pedro Ernesto Vargas [email protected] El médico tiene obligaciones morales en el ejercicio de su profesión, como también durante su formación profesional, obligaciones que, de no fortalecerlas durante sus primeros años de formación, sucumben a otros intereses y urgencias. Bajo ese argumento esencial, él o ella, hacen de la desobediencia una virtud, de la desobediencia inteligente. Nos dice Ira Chaleff: (1) nosotros debemos cumplir órdenes, pero solamente si son razonables, apropiadas, constructivas; (2) tenemos el derecho a desobedecer órdenes que son inmorales o arbitrarias, que producen dolor o daños a otros; (3) la desobediencia inteligente recaba el origen y propósito de la orden, el ejercicio apropiado de autoridad y la legitimidad y competencia de quien da una orden; (4) la autoridad puede ser confrontada cuando sea necesario, particularmente cuando revela conflictos éticos y morales. Hay un sinnúmero de situaciones irracionales que, su práctica frecuente, pasa por alto la lesión ética que producen y requiere confrontarlas con carácter y coraje. El coraje moral en la práctica médica es un comportamiento que se enseña en la escuela de Medicina y es “hacer lo correcto o no hacer lo incorrecto, a pesar del riesgo de tener consecuencias adversas o negativas para uno mismo o a expensas del propio interés”. Recientes estudios de la neurobiología -no ajenos a la controversia académica- revelan que, además de comportamientos aprendidos, el coraje moral, como la desobediencia inteligente -la antípoda postura de la obediencia debida - constituyen una combinación de comportamientos aprendidos y la herencia de rasgos específicos: “crianza y naturaleza” (“nurture and nature”). Esto hipotetiza la aceptación de mecanismos epigenéticos, esa forma de modificación de la expresión genética por puntuales situaciones o elementos del medio ambiente, en los procesos morales de la toma de decisiones. Dan Ariely nos recuerda que “no importa cuán inteligente o qué bien intencionada la persona es, ella es capaz de actuar irracionalmente dadas las circunstancias para ello”. Frente la presión de una madre porque el pediatra altere las respuestas a un estricto formato sobre riesgos de un desenlace cardiaco fatal durante prácticas de un deporte que le apasiona a su hijo y del que puede ser eximido por sus síntomas, el médico accede a modificarlo por la amenaza de ir a otro médico. El médico accede para no perder al paciente a pesar de que conoce el riesgo de una muerte súbita, que debe señalarse. El familiar de un dermatólogo le pide a este una receta de un psicoestimulante para su hijo porque ella quiere ahorrarse la consulta al psiquiatra, quien sería el especialista autorizado para evaluar y recetarlo. El médico reconoce que él no maneja esta condición, que esta no es su especialidad, que el niño debe ser estrechamente evaluado por el psiquiatra, pero quiere ayudar a su familiar y le firma la receta. Estos son solamente dos ejemplos de situaciones que se nos presentan como urgentes por resolver, serios dilemas como muchos otros que tenemos que afrontar con coraje moral y decir: no lo puedo hacer porque no lo debo hacer. ¿Por qué actuamos irracionalmente y tomamos decisiones incorrectas? ¿Por qué nos permitimos que otros nos pongan en conflictos con actos no éticos o por qué permitimos que actos no éticos en el ejercicio de la medicina ocurran frente a nosotros y los callemos? ¿Por qué no hacemos consideración al daño que produciría a la salud de otros, una decisión incorrecta? Ariely nos responde que cuando las decisiones tienen que tomarse apuradamente o las circunstancias colocan al individuo en un lugar incómodo, inesperado o conflictivo, la opción tomada suele ser la incorrecta, bajo pobres juicios y razonamientos; que no es lo mismo al tomar una decisión “en frío”, con más tiempo para desgranarla, pensarla y evaluarla, o con menos urgencia de resolverla. No es infrecuente crear diagnósticos espurios a solicitud de los beneficiarios de pólizas para que las aseguradoras cubran sus gastos no incurridos o, incluso, inflados. Algunos médicos creen que hacerlo una vez para complacer al paciente será solo una vez, cuando lo obvio es que se seguirán repitiendo estas prácticas. ¿Cuántas veces no se dan, por ejemplo, firma y salario de contratos de trabajo por 8 horas de trabajo, mientras solo se cumple con una fracción de ellas, se opera en otro hospital durante las horas de cirugía de la institución donde se está nombrado como cirujano, o aceptar un trabajo remunerado en otra institución, en los mismos horarios y no cumplir con uno, con el otro o con ninguno y sus colegas lo conocen, pero callan. Estos son ejemplos de situaciones que no traen consigo urgencia para tomar una decisión sino opción por lo no ético. “Pocos hombres están dispuestos a atreverse a la desaprobación de sus compañeros, la censura de sus colegas, la ira de su sociedad. Moral, el coraje es un bien más escaso que la valentía en la batalla o la gran inteligencia. Sin embargo, es lo esencial, cualidad vital de quienes buscan cambiar un mundo que cede más dolorosamente al cambio”, como pronunciara Robert F. Kennedy, en un discurso a militares en Cape Town, Sudáfrica, en 1996. Los educadores o mentores de la Medicina, “deben continuar demostrando y resaltando ejemplos de coraje moral en la práctica de la medicina y apoyar a sus alumnos para que hagan lo correcto y dejen de hacer lo incorrecto, a pesar de las potenciales consecuencias negativas personales”. Como señala la doctora Caldicott, “la racionalización o el interés propio pueden ser utilizados para justificar conductas impropias”, y hay que enseñar el serio riesgo de esta ocurrencia no ética, para lo cual se requiere una mezcla de inteligencia emocional y de inteligencia ética. El coraje moral en la práctica médica es un comportamiento que se enseña en la escuela de Medicina y es “hacer lo correcto o no hacer lo incorrecto, a pesar del riesgo de tener consecuencias adversas o negativas para uno mismo o a expensas del propio interés”. EL AUTOR es médico Un antes, un ahora y un después de la educación nacional Punto de vista René Pardo [email protected] Comparto mi percepción sobre el tema de la educación en Panamá, aunque antes quisiera aclarar que nunca me ha parecido apropiado ni cierto aquel adagio que sostiene que “antes todo era mejor”. Sin embargo, pareciera que en tiempos pasados predominaba, o al menos se practicaba más, el sentido común. En décadas anteriores, en nuestro país, la educación se sentía, se vivía y se respiraba como uno de los grandes valores sociales, acompañada de otros como el respeto, la decencia, la responsabilidad y el buen gusto en el vestir, en el hablar y en el amor por la patria. Era, por así decirlo, la moda o el comportamiento social generalizado. Todo empezaba en casa y continuaba en el aula, y viceversa, a pesar de los pocos recursos y de una prácticamente total ausencia de tecnología y oportunidades de acceso. Quienes administraban y brindaban el servicio educativo, tanto público como privado, eran pilares de la sociedad, conscientes de su papel y de la importancia de la educación para el cambio social. La calidad del egresado no solo era loable, sino extraordinaria, respondiendo a los propósitos personales, sociales y económicos del país. Lamentablemente, siento que hoy en día la educación ha perdido mucho de lo que fue en ese entonces. Paradójicamente, con todos los avances científicos, la abundancia de recursos tecnológicos y un acceso casi ilimitado al conocimiento, la calidad del sistema educativo ha disminuido, tanto en términos de los que ingresan como de los que egresan. Esto, a pesar de que los recursos presupuestarios asignados al sector han crecido de manera sustancial desde la década de los 90, alcanzando en la actualidad (2024) una cifra récord de 5,735 millones de dólares. Sin embargo, este aumento presupuestario no se refleja en una mejora visible en la calidad educativa. Esto podría atribuirse a los efectos de la llamada “Década Perdida”en Latinoamérica, cuyas secuelas todavía afectan a nuestra sociedad, generando una confusión de valores que aún no logramos corregir. Si hiciéramos una comparación entre las décadas anteriores a 1980 y las posteriores, podríamos observar una pendiente positiva en cuanto a la relación entre presupuesto y calidad educativa en las primeras, y lo contrario en las últimas. A partir de la década de 1990, el presupuesto ha crecido vertiginosamente, pero los resultados en términos de calidad educativa han sido decepcionantes, especialmente en comparación con otros países latinoamericanos que, con menos inversión, obtienen mejores resultados. De cara al futuro, creo que es necesario que el presupuesto para la educación supere el 7% del PIB nacional. Sin embargo, es fundamental que se establezcan mecanismos claros para evaluar la calidad y los resultados esperados en cada nivel educativo. Es necesario definir los saberes básicos nacionales, fortalecer las instancias de seguimiento y evaluación en el Ministerio de Educación, y modernizar la administración del servicio, comprometiéndonos a mejorar la docencia. Como mencioné antes, esta es solo mi opinión. No pretendo en esta nota buscar responsables, sino plantear la necesidad de investigar de inmediato para que nuestro sistema educativo recupere su valor social y productivo. A partir de la década de 1990, el presupuesto ha crecido vertiginosamente, pero los resultados en términos de calidad educativa han sido decepcionantes, especialmente en comparación con otros países latinoamericanos que, con menos inversión, obtienen mejores resultados. EL AUTOR es abogado, urbanista y docente Docentes y jefas de familia: la carga oculta de las mujeres Educación Mariana León [email protected] En Panamá, mujeres jefas de hogar constituyen cerca del 30% de la población docente escolar, según datos del Censo Nacional de Población, conducido en 2023. Esto revela una realidad que ha sido desatendida por mucho tiempo: la doble carga que enfrentan las mujeres en la docencia. Además de desempeñar un rol crucial en la formación de las futuras generaciones, estas mujeres asumen la responsabilidad económica y familiar de sus hogares. En comparación, solo el 14% de la población activamente ocupada son jefas de hogar. Esto destaca que la carga financiera y de cuidado del hogar recae con mayor intensidad sobre las mujeres que ejercen como docentes. A esto se añade que las docentes que son jefas de hogar a menudo dirigen hogares complejos. El 68% de ellas reporta vivir sin cónyuge o pareja, pero conviven con hijos, hijastros y, en más del 40% de los casos, con miembros de su familia extendida, como nietos, bisnietos, padres, hermanos, sobrinos, suegros, y otros familiares. El hecho de que tantas mujeres docentes sean jefas de familia constituye un reflejo de las dinámicas sociales y culturales que continúan asignando a las mujeres la mayor parte de las responsabilidades familiares. Estas cargas tienen repercusiones directas en su bienestar personal y profesional. Así, por ejemplo, las mujeres jefas de hogar enfrentan mayores obstáculos para acceder a oportunidades de formación continua o ascender a posiciones de liderazgo dentro del sistema educativo. Una prueba clara de esto es que, mientras las mujeres representan el 74% de la población docente en las escuelas, solo ocupan el 67% de los puestos de dirección y administración de servicios educativos. Es urgente diseñar políticas que reconozcan y atiendan esta realidad. Esto demanda facilitar el acceso a servicios de cuidado infantil, ofrecer educación financiera y crear oportunidades de desarrollo profesional dirigidas a mujeres docentes, para marcar una diferencia significativa. Si aspiramos a un sistema educativo más equitativo e inclusivo, debemos empezar por apoyar a quienes ya están haciendo un doble esfuerzo, dentro y fuera del aula. LA AUTORA es investigadora de Quality Leadership University y el Centro de Investigación Educativa de Panama, e integrante de Ciencia en Panamá.

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