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5B LaPrensa Panamá, 11 de agosto de 2024 Vivir Tu opinión nos interesa [email protected] REVIVEN HISTORIAS 30 años de la película ‘Toy Story’ Los creadores de 'Toy Story' presentaron a Disney tres proyectos que no tuvieron éxito antes de llevar a la acción la historia en los muñecos Woody y Buzz Lightyear. “Una era sobre ‘Jim and the Giant Peach', otra sobre 'Bob the Dinosaur' y la tercera era una rara idea a medio cocinar sobre un muñeco de ventrílocuo y Tin Toy teniendo un viaje por carretera juntos. El salto al noriegato En el poder, Noriega daría la estocada final al tan pregonado “repliegue a los cuarteles”que allanaría el camino para el retorno a la democracia. El 12 de agosto de 1983 el coronel Noriega relevó al general Paredes como comandante de la Guardia Nacional. Archivo HISTORIA Fernando Berguido ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] La mañana del viernes 12 de agosto de 1983, en la esplanada de Fuerte Amador, tuvo lugar la ceremonia que daría inicio al último capítulo de la dictadura militar. El comandante jefe de la Guardia Nacional, general Rubén Darío Paredes, estaba siendo reemplazado por el coronel Manuel Antonio Noriega. En la tarima principal estaba también, entre ambos oficiales, Ricardo de la Espriella, el entonces presidente de la República y que no tardaría mucho tiempo en ser depuesto por el hombre al que esa mañana aplaudía. Sin imaginárselo, a los panameños les aguardaba el lustro más borrascoso del que haya registro y el desenlace más sangriento, doloroso y humillante de su historia. En esa ceremonia el general Paredes se separaba de su cargo como cabeza de la Guardia Nacional, pero no lo hacía para jubilarse, sino porque tenía la intención de correr para presidente de la República en las elecciones de mayo de 1984. Es así como surge la figura de Manuel Antonio Noriega, el hasta entonces temido jefe del G-2. La salida de Paredes lo convertía en el nuevo comandante en jefe de las fuerzas armadas panameñas. Fue en ese acto, con la tropa formada en posición de saludo militar, cuando Noriega caminó al centro del escenario y le dijo a Paredes el tan recordado y premonitorio “Buen salto Ru b é n”, seguido por el abrazo que sellaría la traición en ciernes. Así, Noriega entró a velas tendidas al inmenso mar del poder. Había llegado su momento. La ilusión del cambio El año 1983, que había iniciado con buenos augurios, no terminaría bien. Paredes, junto al presidente de la Espriella, habían impulsado unas reformas profundas a la Constitución Nacional en cuya redacción participaron los partidos políticos de la oposición. Las mismas fueron luego aprobadas mediante un referendo nacional y proveían el marco jurídico que permitiría la elección de un gobierno democrático. Serían las primeras elecciones libres desde la entronización de la dictadura militar en 1968. Gracias a los cambios constitucionales, se volvería a elegir por el voto directo de todos los ciudadanos al presidente de la República. El período presidencial se redujo de 6 a 5 años. De igual forma, se elegirían legisladores (hoy diputados) a la Asamblea Legislativa mediante la división del país en circuitos electorales acordes con la población y representatividad de las provincias y comarcas del país. Estos comicios estaban llamados a ocupar un lugar destacado en la historia política panameña. Se esperaba que sirvieran como el puente para el tránsito de la dictadura a la democracia. En otras palabras, se trataba de la última oportunidad para una transición pacífica. El nuevo hombre fuerte Una semana después del acto en Fuerte Amador, el coronel Noriega fue ascendido a general. A los pocos días, el Estado Mayor envió al Consejo de Gabinete un proyecto de ley con la instrucción de que lo aprobaran y enviaran al Órgano Legislativo. Había prisa pues al nuevo hombre fuerte se le antojaba reformar todo el aparato militar y de seguridad del Estado para que la nueva estructura quedara bien alineada bajo su mando. Panamá, que desde 1904 había eliminado el ejército y que se manejó durante su vida republicana con un cuerpo de policía, contaría ahora con un ejército bajo la denominación de Fuerzas de Defensa de Panamá. Quedó así “legalizada” la militarización del país. Hasta entonces, la fuerza pública, aquella Policía Nacional que luego cambió de nombre por el de Guardia Nacional, estuvo siempre sometida al poder civil, a pesar de los excesos que se dieron. La designación de sus comandantes, los ascensos y bajas de la oficialidad, el presupuesto y las compras eran manejados por el Órgano Ejecutivo. Ya no sería así. Con la nueva ley, se establecía un escalafón y una estructura absolutamente castrense. Se unificaban los cuerpos de policía y se le adicionaban las fuerzas aérea y naval, todo bajo un solo mando. Como si fuera poco, se le transfería al nuevo ejército una serie de instituciones civiles como el Departamento de Migración, el de Aduanas, el de Tránsito y Transporte Terrestre, el control sobre la importación, venta y tenencia de armas de fuego de los civiles y se apropiaba del antiguo Departamento Nacional de Investigaciones (Deni)) encargado de las pesquisas judiciales. Una concentración de funciones descomunal. La ley le otorgaba enorme autonomía al comandante de las Fuerzas de Defensa, tanto a la hora de hacer los nombramientos de oficiales como a la de otorgar grados, ascensos y bajas. También estaba autorizado para establecer el presupuesto y llevar a cabo contrataciones públicas a su discreción. La traición cuartelaria Ante la inminencia de la cita electoral de 1984, brotaron las flores del mal por doquier. Al general Paredes, quien se había separado de su cargo con la confianza de que sería el candidato oficial de la contienda, lo dejaron en la estacada. Noriega y su Estado Mayor decidieron que el PRD llevara como candidato a un civil con buena imagen en el extranjero e impecables conexiones internacionales, en especial con Estados Unidos. Además, a Noriega tampoco le interesaba que un general que había sido su jefe llegara al Palacio de las Garzas. Entre agosto y diciembre de 1983, el PRD, en coalición con dos de los partidos “tra - dicionales y oligárquicos”, esos que el proceso revolucionario había jurado combatir luego del golpe de Estado, el Partido Republicano y el Partido Liberal, postuló al exministro de Planificación y Política Económica, y en ese entonces vicepresidente del Banco Mundial, Nicolás Ardito Barletta, como candidato a la presidencia. Le acompañarían en su coalición, como vicepresidentes, Eric Arturo Delvalle (republicano) y Roderick Esquivel (liberal). Las aspiraciones del exgeneral Paredes acabaron apañadas por un minúsculo partido, el Partido Nacionalista Popular, que lo postuló en solitario. El robo electoral Del lado antimilitar se conformó la Alianza de Oposición Democrática (Ado), una coalición formada por casi todos los partidos políticos “civilistas”. El veterano Arnulfo Arias, de 83 años, fue quien encabezó la nómina presidencial, con Carlos Rodríguez, un exitoso empresario de su entera confianza, cuyos vínculos cimentó en Miami cuando ambos compartieron el exilio, y Ricardo Arias Calderón, el presidente del Partido Demócrata Cristiano, como primer y segundo vicepresidentes, respectivamente. Un segundo candidato opositor, Carlos Iván Zúñiga, fue postulado a la presidencia por otro partido pequeño, el Partido Acción Popular (Papo). A escasos tres meses de las elecciones, de la Espriella, quien había reemplazado a Aristides Royo como presidente de la República luego de que los militares lo depusieran con el famoso “gar - gantazo”, corrió igual suerte. Jorge Illueca, un connotado defensor de la soberanía nacional y abogado internacionalista de prestigio, aceptó servir como presidente por los meses que restaban al período presidencial, enterrando con su complicidad el espantoso proceder que se avecinaba. La noche de la elección, cuando la cuenta de los votos indicaba que el candidato del gobierno no había ganado, y que el triunfo favorecía a Arnulfo Arias, se ordenó la suspensión del conteo. El escrutinio no se reanudaría hasta tres días después, durante los cuales se fraguó el fraude. El 16 de mayo de 1984, el Tribunal Electoral declaró que Nicolás Ardito Barletta había ganado a Arnulfo Arias por 1,713 votos. Según las cifras “oficiales ”, la nómina de Nicolás Ardito Barletta obtuvo el 46.9% y la de Arnulfo Arias el 46.7%. El fraude fue burdo, tanto así que la trampa era demostrable. En cada uno de los centros de votación del país había representantes de todos los partidos políticos que participaban, y estos representantes guardaban copia de las actas donde constaba el resultado de la votación de cada mesa. La suma total de todas ellas, por simple aritmética, daría el resultado. Cada intento de la oposición de exigir un conteo público, que incluyera todas las actas y que permitiera verificar con transparencia el resultado, fue bloqueado por el gobierno. Mirar para otro lado Hubo protestas estudiantiles, manifestaciones públicas, reclamos de fraude a nivel nacional e internacional. Al final, cayeron en saco roto. El control de los militares sobre el gobierno civil, sobre todas las instituciones de control y salvaguarda, desde el propio Tribunal Electoral, la Contraloría, el Ministerio Público y la administración de justicia, así como los canales de televisión y la radio, salvo un par de emisoras, era absoluto. Tan descarado fue el fraude cometido, que el resultado “oficial ” anunciado no contó ni siquiera con la conformidad del presidente del Tribunal Electoral. El Dr. Cesar Quintero, el más insigne y reputado constitucionalista vivo, que había sido designado por el presidente de la Espriella como garantía de imparcialidad e integridad del torneo electoral, descalificó con su salvamento de voto la proclamación de Ardito Barletta, que los otros dos magistrados, Yolanda Pulice de Rodríguez y Rolando Murgas, se empeñaron en consumar. Poco después, Quintero renunció. Que los militares se robaron las elecciones, se sabía. El cómo lo hicieron, el dónde se consumó el fraude y quiénes lo ejecutaron se conocería después por una confesión que haría temblar al país, la del coronel Roberto Díaz Herrera. Fuera de Panamá, al inicio, la comunidad internacional reaccionó cautelosa ante las acusaciones de fraude. Sin embargo, los gobiernos extranjeros terminaron mirando para otro lado y reconociendo a Nicolás Ardito Barletta como vencedor. En Washington, el futuro presidente generaba optimismo, lo conocían y, además, era amigo del entonces secretario de Estado, George Schultz. El 11 de octubre de 1984, Ardito Barletta tomó posesión como presidente de Panamá para el período constitucional 1984 – 1989. A su toma de posesión asistiría el propio Schultz. Su presidencia, sin embargo, no llegaría ni al primer año. El último tirano El período que comenzó con esa ceremonia, hace precisamente 41 años, y que mantuvo en vilo al país durante cinco años y medio, vería su fin con el dictador refugiado en la Nunciatura Apostólica el 24 de diciembre de 1989. Durante el mismo, Noriega impuso a cinco presidentes y depuso a tres. Enel “noriegato ” no solo se robaron elecciones, o se pusieron y quitaron presidentes. El ultimo tirano ordenó la decapitación de uno de sus más vocales opositores, puso el país al servicio de los carteles de la droga, reprimió ferozmente a los miles de panameños que salieron pacíficamente a reclamar justicia, primero por el homicidio de Hugo Spadafora, luego por el fraude de 1984, por las escandalosas confesiones de Díaz Herrera, y por el derecho a la libertad de expresión y prensa, todas cercenadas por el régimen, y finalmente para que se respetara la contundente derrota que el pueblo le propinó en las urnas a los militares y al PRD, y que terminó con la anulación de las elecciones de 1989. Noriega, para completar el rosario de sus maldades, ordenó el fusilamiento de oficiales de su propio ejército, que se habían rendido y entregado sus armas, luego de destrozarles el rostro y quebrarle las costillas, algo jamás acontecido en la historia republicana. *Extracto del libro ‘El colapso de Panamá: la historia de la invasión y del fin de la dictad u ra ’ que publicará Penguin Random House con ocasión del 35 aniversario de la invasión estadounidense.

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