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prensa_2024_08_10

6A LaPrensa Panamá, sábado 10 de agosto de 2024 Reflexión de una visita al santuario del Critso Negro en Portobelo. El deseo de encontrar fe y felicidad en un entorno marcado por la jungla y el mtiicsismo. AntonioOrtuño ESPECIALPARALAPRENSA [email protected] No soy religioso,pero vineaPanamáypere - griné al santuario del Cristo Negro de Portobelo. Losmotivos sonalavezmis - teriososy clarísimos.Estaba comprometido a recorrer el país delPacífico alAtlántico y de vuelta,pero elegí Porto - belo como destino,un tanto por capricho, y otro tanto animadoporCelso,miguíay conductor de la ruta, origi - nariode la provinciade Co - lónygrancreyenteenlosmi - lagros. En Portobelo, me dijo, hay restos de fortifica - ciones virreinalesdesde las que se resistieron las incur - siones delos malditospira - tasbritánicos,yseencuentra ademásunCristodemadera negra muyvenerado, sobre - viviente de unnaufragio, al que lasolas delCaribe lleva - ron a la costa (en otras ver - siones, la imagen llegó por error, confundida con un San Pedro queterminó en la isla deTaboga, perome que - do con laexplicación mági - ca). La camioneta avanza por la ciudaddePanamá, queno veíahaceunosseisañosyhoy mepareceunamezcladeella misma conDubái, sobresa - turada por las sombars de rascacielos cada día más exóticos, gigantescos y turbios. Existen al menos tres maneras dellegar porcarre - tera a Portobelo desde la ca - pital.Haydisponibleunaru - ta forestal, unacarretera an - tigua y una moderna autopista, la ruta corta, que fue, desde luego, la que yoelegí. Por citaral IndioSolari, soy un fundamentalista delaire acondicionado, y siempre elegiré las comodidadessi puedo tenerlas.Huyodel ca - lor. Lavitalidadyelpoderdela junglapanameña sonabru - madores, y los alrededores dela autopistaseven losufi - cientemente forestales para mí. Claro, me asombro por - que las carreteras alrededor de Guadalajara, mi lejana ciudad, sonáridasyetsánro - deadas de arbustos, espinos y matorrales generalmente pardos, y sólo condescien - den al verde durante unas pocas semanas,tras las llu - vias. En cambio, el verdor panameño parece defender la ideadeque lavidanoesal - goqueunodebaganarsecon pena, sinouna fuerzaincon - testable, que nopide permi - so sinoavasalla. Hay árboles hasta el pie mismode la au - topista. Debieron talarmi - llones, peroya estánde vuel - ta, consus ostentososmati - cesesmeralda. Si los humanosdesapare - ciéramos todos, ideaque de - bo reconocer queme atrae más cada vez,estoy seguro deque lajungla devoraríala ciudad de Panamá, y sus to - rres gigantescas se cubrirían hastael tope deárbolesy lia - nas, como fortalezas posta - pocalípticas, y seríanlas rui - nasmáshermosasdelplaneta:acero,cristal,mamposte - ríayvegetación.Quélástima quenopodré verlas. Qué ganas de que mi fantasma se alojara en unbarco hundido y siguiera a una foca, como sucede con el narardor de Galápagos, de Kurt Vonne - gut, y la foca se paseara un buen rato por ahí antes de Arriba: La población dePortobelo, Colón. Alexander Arosemena. Abajo: El CristoNegro dePortobelomueve cada año, el 21 de octubre, a una multitud de peregrinos. Cortesía/MaydéeRomero volver al mar en buscade su almuerzodepescadocrudo. Como para refrendar la percepción de que en Pana - má lanaturaleza esimpara - ble, enciertopunto,más allá de la zona de Sabanitas, se abate sobre la camioneta una fiera tormentaque nos machaca exactamente por un kilómetro yluego se ago - ta, demanera repentina.De losárbolesbrotanmariposas de un azultan intenso como el de la playera de un equipo defútbol. Celso me explica que son endémicasdel áreay que,en algunas épocas delaño, re - volotean por miles,en apre - tadasformaciones. Altomar una curva, notamos,entre el caserío, un perro enorme conunpelajedecolornaran - jaintenso, tanintensoqueen México seguramente ya se - ría candidato a la presiden - cia de la República.Mi guía aclaraque losperrosdecolor deslumbrante no son pro - pios de Panamá y que aj más vio uno antes de esta maña - na.Mepreguntoquéclasede loco pintó a un perro, y por qué el animalse ve, sinem - bargo,tanapacible,comoreciénsalidodelaestética. Hay más perrosfelices en la entrada del santuariodel Cristo Negro; reposan enla resolana delmediodía. Na - die los molesta. Celso aclara que faltan meses para las fiestas, que nose realizarán sino en octubre. Entonces, multitudes de peregrinos arribarán porel caminolo - cal, una ramificación ser - penteanteque baja de laau - topista, y se congregarán en la explanada y el templo, y Celsoy lossuyosmarcharán desde Sabanitas, comoha - cen cada año, y tardarán sietehorasencompletarlaruta. Pero otros,cuenta, llegarán desdelaCiudaddePanamáy podrán demorarse más de undíaenrecorrer loscienkilómetrosqueseparanPacífi - co y Atlántico através de es - tascarreteras. Hoy pareceque nohay ni un almaen elsantuario. Mis pasoshacenecoeneltemplo vacío. Apenas dos personas rezan, agazapadas yen voz baja, en distintas zonas de la sillería. El Cristo Negro es muchomayordeloqueespe - raba,unatallapesada,angu - losa, cubierta deropajes co - loridos.No tengoideadepor qué no se hundiócomouna piedra en las aguasde la ba - hía si deverdad procede de un naufragio. Supongo que eso será parte del milagro. Me dicen quees porque la madera flota, pero Google matiza que esodepende, y ciertasclases, comoel ébano oel granadillo,sonmásden - sasqueelaguaysevanal fon - do.Nadieme sabedarrazón del material precisoen que setallóelCristoNegro. Hay unos cartelonesen las paredes que les proponen plegarias a losfieles para re - citar ante la imagen. Yo no fui educado en creencia religiosa alguna yno sé reza,rno quiero leer porque las ora - ciones propuestas me pare - cen conjurosprefabricados, poco solemnes.No tengo fe. Ojalá pudiera, ojalá mena - ciera una fe familiar como la de Celso y los suyos, y pere - grinara hacia alguna parte, cada año, con mis mayores. Pero están muertos todos, y nielloscreíanniyocreo.Aun así, tengo ganas de pedirle algo al Cristo Negro mila - groso. Cosas queno deban rogársele a Dios,que hasta yo sé que no se le ruegan. Quisiera pedirle, por ejem - plo,queelequipodefútbolal que apoyael amigo que me invitóa escribiresta crónica pierdalafinaldel torneome - xicano. Perono lo pido;el Hijo de Dios no es elgeniode la lám - para, después detodo, y su - pongo que tendrásus pará - metros. Pido ser feliz, que es undeseotanbásicoquecon - cederlo no deberíacostarle tanto. Al salir de la iglesia, veo unos puestecitos de re - cuerdos y compro una miniatura de yeso del Cristo Negro. El vendedorme indicaquelocoloqueenmicasay pidaypidasiemprequepue - da “porque él da”. “Pero no creo”, le replico. “Usted há - gamecasoypida”, insisteél. Volvemosalaautopitsaro - deadadeselva, alacamione - taconaireacondicionadoya lacapital.Sinosoyfelizenvida, espero al menos queel Cristo me conceda que los humanos nos licuemosen la tierra, y queden solamente edificios y jungla, solo mariposasazul eléctricoy perros serenosy felicescomiéndose nuestrosrestos. Noseréreli - gioso, perohasta yo séque el Apocalipsis no es amenaza, sinopromesa. El apocalipsisdel CristoNegro Crónica

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