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prensa_2024_07_08

5B LaPrensa Panamá, lunes 8 de julio de 2024 Vivir Tu opinión nos interesa [email protected] ASALTO Marlon Wayans se burla de robo El actor Marlon Wayans comentó sobre el robo en su casa el pasado fin de semana. En un video en Instagram, el comediante agradeció a quienes se preocuparon por su bienestar y comentó con burla que los ladrones no obtuvieron mucho ya que no tiene muchas posesiones físicas valiosas. Los gigantes del bosque en el este de Panamá La importancia de la participación y el consentimiento de la comunidaden todos los aspectos de la investigación de los bosques tropicales en zonas indígenas es fundamental. "Las fotos no hacen justicia al tamaño de estos enormes árboles". Cortesía/Analicia López Un helecho conocido por los emberá al que recientemente se le ha dado un nombre científico. Cortesía/Analicia López. El equipo se trasladó de lanchas a motor a piraguas motorizadas. Cortesía/Analicia López CONTENIDO EXTRA Escanea el código QR y mira más fotos. Servicio Especial del STRI [email protected] En el proyecto de vigilancia forestal Bacurú Droa participan seis comunidades a lo largo del río Las Balsas, muy cerca de la frontera de Panamá con Colombia. En una de sus últimas visitas al proyecto, la investigadora asociada y profesora de la Universidad McGill Catherine Potvin invitó a Analicia López, videógrafa guna, a documentar las experiencias de los participantes de la comunidad. “Mi relato es más bien un diario de viaje”, dijo. Una rampa de cemento desciende desde un aparcamiento abarrotado hasta el lodo salobre del Río Iglesias de Panamá, una de la docena de afluentes que fluyen hacia una vasta unión costera de aguas donde el Río Tuira baila con las mareas del Océano Pacífico. Nuestro pequeño grupo de residentes, científicos y comunicadores viajará río arriba hasta Manené, un pueblo indígena emberá en las profundidades de la provincia de Darién, cerca de la frontera con Colombia, sede de un proyecto único de vigilancia forestal dirigido por la comunidad y basado en visiones del mundo tanto locales como científicas. Miembros del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) nos ayudan a meter nuestro equipo en bolsas y a cargar las lanchas. Cuando por fin partimos, el tiempo se ralentiza. Con el zumbido incesante de los motores abriendo el agua verde oscura como banda sonora, el guardia de proa vigila que no haya enganches, sonríe y sujeta su ametralladora: su expresión dice: excursión de un día, no hay de qué preocuparse. Al fundirnos con el río Balsas, otro afluente más, las orillas cubiertas de manglares del gran río Tuira ceden paso a frondosos tramos de costa interrumpidos por una ocasional columna de humo procedente de una casa sobre pilotes, cubierta con lonas de plástico azul y ropa secándose. Los perros trotan hasta la orilla del río para olfatear y ladrar, caminando con cuidado alrededor de las bañeras de plástico. Y mientras seguimos río arriba hacia Colombia, el distrito de Chepigana queda a nuestra derecha, y la Comarca Emberá-Wounaan, un territorio indígena creado por ley en 1983, se desliza a nuestra izquierda. Me siento adelante con Homalía Flaco, una maestra que regresa de ciudad de Panamá a Manené, una de las seis comunidades que flanquean el río Balsas. Homalía dice que julio es el mes de las mariposas. Este río también es su autopista: Phoebis sennae, morfos azules, polillas de Urania iridiscentes. ‘Después del Amazonas, nada como esto’ Horas río arriba, llegamos a un viejo muelle de madera que zigzaguea por un lodazal donde cambiaremos las lanchas a motor por tres de las piraguas más grandes que he visto en mi vida, cada una tallada en un único y enorme tronco de árbol. Catherine Potvin, profesora de la Universidad McGill e investigadora asociada del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales (STRI), sonríe al ver quién está aquí para recibirnos: Leonardo Casama, el cacique de la región. Mientras los hombres emberá equilibran el equipaje en los cayucos, rodeamos el edificio para resguardarnos del sol del mediodía y Catherine nos cuenta más cosas sobre el lugar al que nos dirigimos. “Verán, después del Amazonas, nada como esto”, nos explica. “Este es el núcleo de la segunda mayor extensión de selva tropical intacta de América”. El punto clave de biodiversidad Tumbes-Chocó-Magdalena se extiende a lo largo de la vertiente oriental del Pacífico panameño hasta el valle colombiano del Magdalena y bordea la costa ecuatoriana del Pacífico antes de adentrarse en el extremo noroccidental de Perú. Alberga más de 9,000 especies vegetales, de las que al menos 2,700 no se encuentran en ningún otro lugar del planeta. También hay especies amenazadas de anfibios, mamíferos y peces endémicos. A pesar de esta asombrosa biodiversidad, Catherine comenta: “No hay muchas opciones para que la gente se gane la vida”. Aquí, a pesar de que la única brecha en la carretera panamericana entre Alaska y Tierra de Fuego impide la fácil extracción del bosque, esta región se ha convertido en una vía de paso para inmigrantes ilegales; en el 2023, la cifra récord de medio millón de niños, mujeres y hombres procedentes de puntos tan distantes como Somalia atravesaron el tapón del Darién. Esta tierra de nadie entre Colombia y Panamá, casi 100 kilómetros de selvas empinadas y pantanosas, alberga amenazas naturales y humanas, lo que hace que el viaje sea traicionero para los migrantes. Los residentes agachan la cabeza, pero hay pocas formas legítimas de incorporarse a la economía monetaria, aparte de vender plátanos, fabricar cestas tradicionales o tallados de madera, convertirse en educador o alistarse en la policía. Catherine, quien vino por primera vez río arriba hace décadas para conocer al abuelo jaibaná (curandero tradicional emberá) de uno de sus alumnos, espera crear otra alternativa sostenible. Ella y su marido, un profesor de entomología de la Universidad de Panamá llamado Héctor Barrios, reunieron fondos de investigación en los últimos años para emplear a 53 residentes de las comunidades de río Balsas en el censo de la biodiversidad de los bosques circundantes. Con el apoyo de los líderes comunitarios y las autoridades tradicionales emberá, establecieron una parcela permanente de vigilancia forestal. Catherine está trabajando para que ésta sea la primera parcela de vigilancia forestal comunitaria del Observatorio Global de los Bosques de la Tierra (ForestGEO) del Smithsonian, una red internacional que abarca 29 países. Espera mantener empleados a los miembros de las comunidades de Las Balsas y atraer a investigadores nacionales e internacionales fascinados por los bosques tropicales antiguos y el delicado equilibrio entre la naturaleza y la humanidad. “Hace mucho tiempo, hablaba con Manuel Ortega, un anciano de la comunidad de Manené que en los años 90 se dedicó a la cartografía comunitaria con el geógrafo de la Universidad de Kansas Peter Herlihy, sobre la posibilidad de traer estudiantes canadienses para que “des - cubrieran” los bosques de aquí, y él me dijo ‘¿descubrir qué? Ya sabemos lo que hay aquí”, explica Catherine. «Y es cierto, lo saben... así que estamos adoptando otro enfoque: estamos trabajando con gente de la comunidad que ya conoce las plantas y los animales para aprender juntos, y nos encantaría que éste pudiera ser el primer sitio de estudio de la dinámica forestal de ForestGEO que sea realmente un proyecto comunitario, culturalmente informado”. Por el camino, Catherine aprendió mucho sobre el respeto mutuo: la única forma de que este proyecto tenga éxito es que tanto las autoridades indígenas locales como las regionales sean consultadas y estén de acuerdo con cada paso del camino. Y por eso estamos aquí en este viaje, para pedir permiso para crear una página web y una exposición sobre el proyecto del censo forestal y para enseñar informática a los técnicos del proyecto de la comunidad. Para Catherine esto es fundamental. Ella y su equipo explicarán a las autoridades tribales que los técnicos dominan prácticas, que van desde medir la altura y el diámetro de los árboles con una cinta métrica hasta tomar posiciones geográficas con GPS, pasando por escanear árboles con la tecnología LiDAR. Pero para que realmente se apropien del proyecto de investigación, tienen que familiarizarse con las computadoras, la gestión de bases de datos y la cartografía. Cuando los cayucos están cargados, dejamos atrás la sombra y seguimos río arriba. Manené Los Emberá tienen un dicho: “No desayunes huevos cuando planees ir a la selva o atraerás serpientes”. Como nuestra agenda nos mantendrá en el pueblo, nos despertamos en nuestras carpas y hamacas con olor a huevos revueltos, hojaldres, café y chocolate caliente hechos por cocineras que viven a varias casas de distancia. En los arbustos del rancho donde desayunamos, Darién señala una tangara llanera, un chochín hormiguero del Pacífico y un ermitaño de pecho rufo a Brais Marchena, un estudiante panameño que impartirá el taller de informática. Después de desayunar, nos dirigimos a la casa de reuniones de la comunidad mientras la gente va llegando poco a poco para debatir la nueva propuesta de Catherine: primero los técnicos locales del proyecto y, finalmente, las autoridades. Mientras esperamos, Catherine pregunta a Gilardo Papelito, botánico tradicional, cómo enseña a sus alumnos emberá qué planta es cada una. Está fascinada porque la mayoría de los nombres emberá de las plantas corresponden a nuestros nombres latinos de las especies, aunque hay excepciones en ambos sentidos: algunas especies no tienen nombres emberá y otras plantas tienen nombres emberá, pero los científicos no las consideran especies distintas. Hablando de nombres, Catherine parece conocer a todos; las mujeres la llaman para que suba a su casa a conocer a un nuevo bebé, y ella se reúne con ellas en un porche que da a la zona común... y le enseñan fotos de sus otros hijos, que han crecido y han formado sus familias en el tiempo transcurrido desde que Catherine llegó aquí.

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