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6B LaPrensa Panamá, sábado 13 de abril de 2024 Sergio Ramírez: ‘El caballo dorado’ La invitación al lector es simplemente a embarcarseen la historia, para explorar un mundo de ficción fantástica. LITERATURA Pedro Crenes [email protected] La orquesta La Terrífica cantaba, allá por los ochenta, Cómo da vueltas la vida, y en un momento de la canción compuesta por Hansel Martínez, se escucha una frase que siempre me acompaña: “Y aunque trabajo he pasado, casi casi yo he logrado seguir en el carrusel”, y que me ha venido a la mente mientras leía El caballo dorado, la última novela del nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942), una obra hermosa, brillante y sorprendente, una lección de literatura y vida, con una estructura circular, que persigue el cervantino propósito de llevarnos de viaje dentro de muchos viajes. Quizás sea esta una de las novelas más ambiciosas del autorde Castigo divino, “la invención sin límite”, en sus propias palabras, en la cual Sergio Ramírez ha volcado toda su capacidad de reflexión imaginativa para convertirla en un carrusel literario, tomando esa estructura de aquellos que él mismo reconoce haber visto montar y desmontar tantas veces en su infancia, y que sirve de motivo poético, no solo para la mencionada estructura, sino como metáfora de la existencia y de la realidad de Nicaragua. La propuesta para el lector no es otra que la de subirse al artefacto —cómplice con el autor y con el compromiso que la ficción requiere del que lee—, para adentrarse en un universo de novela fantástica, con atmosfera de cuento de princesas en blanco y negro deslavazado, para transitar luego por páramos de picaresca, de policial, de aventuras, de romance y de tragedia, salpicada muchas veces la travesía por un humor anticlimático que nos salva del desaliento cuando el carrusel vuelve a completar una vuelta. Cuando sus lectores esperábamos quizás una mirada urgente desde la ficción sobre las circunstancias que atraviesa su país y la región centroamericana, el Cervantes nicaragüense se sale por la tangente de su oficio de escritor para darnos una lección de inconformidad intencional: no se duerme en los laureles, no se queda cómodo en la tradición del policial, sino que decide colocar su mirada en un ángulo distinto y enriquecedor para su obra y sus lectores, que van a disfrutar en El caballo dorado de un Sergio Ramírez dueñísimo de su oficio, en un estado de forma imaginativa y verbal que desafía a las convenciones acomodaticias de muchos escritores. Hay un elemento que destaco por encima de los brillantes personajes, los escenarios ricamente construidos, los equívocos intencionados que enriquecen las tramas y subtramas, la rotunda documentación que se percibe detrás de cada página, reelaborada con las herramientas de la ficción para su acomodo narrativo. Más allá de tan inteligente imaginación está el manejo del idioma. Hay en las esquinas y los grandes claros de esta novela un ritmo, una rotación armónica del fraseo, una claridad y precisión en la colocación de las palabras, un compromiso con la lengua y con la belleza que arrastra, que nos traslada, que nos hace subir y bajar al son de una musiquilla que traquetea y acompaña nuestra mirada desde Siret, donde empieza todo, hasta la Managua de 1917, donde el carrusel novelístico se detiene (llega, más bien), para situarnos en una geografía que nos parece más familiar, pero que conserva, bajo la mirada creativa de Sergio Ramírez, el mismo fragor aventurero, pícaro y tragicómico de los Cárpatos del principio de la novela. Baja uno del carrusel y mira hacia atrás, y se fija en la belleza de los caballos inmóviles, en la cara festiva de los que ahora se montan en ellos para disfrutar de lo que recién se ha vivido, y no se puede evitar el deseo de volver a subir para disfrutar, en una segunda lectura, del brillo musical y festivo de una de las novelas más completas y hermosas que se pueden leer en estos días. Sergio Ramírez, en esta salida magistral de su registro, confirma lo que ya llevamos disfrutando desde hace años: un estilo, que no es otra cosa que el particular asombro con el que un escritor construye su mirada del mundo y la transforma en historias. Portada de libro de Sergio Ramírez. Cor tesía Literatura Vivir

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