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5B LaPrensa Panamá, martes 22 de agosto de 2023 Vivir Tu opinión nos interesa [email protected] FARÁNDULA Bosé sufre asalto en su casa El cantante español Miguel Bosé confirmó ayer lunes que fue víctima de un violento asalto en su casa en Ciudad de México, donde un grupo de 10 individuos armados lo retuvieron a él y a sus hijos por más de dos horas. ADEMÁS Biblioteca García Márquez, la ‘mejor del mundo’ 6B Sobre la identidad nacional En homenaje a la recién fallecida antropóloga Brittmarie Janson Pérez (1938-2023) reproducimos en esta edición un extracto del prólogo de Alfredo Castillero Calvo al libro de la investigadora ‘Panamá protesta, 1968-1989’, publicado en 1993. Brittmarie Janson Pérez. Cor tesía Justo Arosemena. Cor tesía IN MEMORIAM Alfredo Castillero Calvo ESPECIAL PARA LA PRENSA [email protected] Décadas de historias influenciadas por el materialismo histórico nos han acostumbrado a mirar el mundo del pensamiento, las ideologías, la cultura, las creencias, las mentalidades, como parte de un tercer nivel de la experiencia histórica. Es un enfoque en el que la cultura, o las percepciones de cada sociedad, sobre sí misma y el universo que la rodea, constituyen una proyección y son la consecuencia de las estructuras materiales, las cuales son, en última instancia, soporte y base de toda realidad social. Lo económico y las relaciones sociales son, de esta manera, previos a toda expresión cultural, y son aquellas bases las que determinan la realidad espiritual de la sociedad, y esta sería consecuentemente un subproducto de aquellas. Sin embargo, muchos de los estudios históricos recientes (y de hecho muchos de los buenos estudios de antaño) nos han mostrado que el orden de causalidad de la realidad histórica puede ser simétricamente opuesto. Lejos de ser el mundo de las mentalidades, o de las creencias e ideologías, un tercer nivel de la experiencia histórica, ellas son en sí mismas un factor determinante de la realidad social. Invirtiendo el orden de causalidad, las representaciones mentales de las sociedades son los fundamentos de esa misma realidad; no son posteriores a lo económico y lo social, o sus derivados, sino que estos son el campo donde las expresiones culturales se manifiestan, haciendo de ellas lo que son, moldeando desde arriba –y no desde abajo·la realidad material. El conjunto de ideas que conforman la conciencia colectiva puede ser, pues, y no lo contrario, el verdadero factor de cambio de la realidad material, imponiéndose con sus aprehensiones o ilusiones a esa realidad, que se le subordina y somete. Mientras estudia los siglos XVI al XVIII –un periodo dominado por el clima espiritual del Barroco·, el historiador podría naufragar fácilmente, sin probablemente entender nada, por querer limitar su estudio a las relaciones sociales y de producción, afanándose –inútilmente· por encontrar indicios de la lucha de clases, e ignorando el papel decisivo que en esas mismas relaciones sociales, como agentes conductores, desempeñaban asuntos como la interpretación de los signos, los emblemas, el gesto y, por supuesto, la profunda influencia de la religiosidad, es decir, factores pertenecientes al mundo de las mentalidades. La tecnología del poder, la administración de los recursos económicos, las técnicas del universo Barroco nunca podrán comprenderse al margen del clima espiritual de la época, puesto que eran el resultado directo de esa realidad espiritual. El libro de Brittmarie Janson Pérez es un admirable estudio de la cultura política panameña. Se trata, por lo tanto, de un estudio sobre mentalidades, en este caso de la mentalidad política. Es decir, de lo que el panameño cree sobre lo que mejor le conviene manifestar su protesta, lograr sus fines como sociedad, imponer su voluntad colectiva. Las sociedades se definen mejor por lo que creen o por lo que aspiran que por lo que tienen. También, como ha dicho Octavio Paz, se definen más por lo que creen que por lo que piensan. Algunos estudiosos, legítimamente, tratan de seguir el proceso del “pensamiento panameño”, en temas como, por ejemplo, la nacionalidad, a través de una corriente intelectual de algún pensador conspicuo, o acaso de algún partido político con contenido “ideológico”. O tratan de encontrar las claves de su desarrollo histórico a través de sus cambiantes estructuras materiales. Sin embargo, la realidad histórica es elusiva y a menudo se nos oculta porque se esconde bajo muchos velos que nos impiden descubrirla. Debe buscarse, por supuesto, por todas partes porque la realidad social es múltiple y compleja, y es por tanto material como espiritual. Pero se nos oculta sobre todo porque no sabemos reconocer lo obvio, identificar lo que muchas veces salta a la vista que por estar demasiado cerca de los ojos no podemos ver. Son esas cosas que por demasiado sabida ignoramos y que por ignorarse acabamos olvidando. El mundo de las creencias, de los mitos, de las percepciones colectivas, ese mundo que se nos oculta a la comprensión intelectual por demasiado conocido o por ser obvio, es probablemente el velo que más eficazmente nos impide descubrir la realidad histórica porque es en ese mundo donde se encuentran las claves más luminosas para comprender las sociedades. Janson Pérez exhuma los múltiples esqueletos que teníamos ocultos en los closets de nuestra memoria colectiva. Aunque no es uno de sus propósitos entrar en la discusión del ser panameño, de la panameñidad, el libro está exornado de pistas para su estudio. El Panamá de hoy es hijo del Panamá decimonónico, que a su vez es hijo del Panamá hispánico. No cae en el error en que han caído muchos de los que han tratado angustiosamente de encontrar las claves de nuestra identidad nacional en o a partir de 1903. La autora ha comprendido certeramente que las raíces se remontan mucho más atrás. La historia panameña es fruto de muchas rupturas, de bruscas interrupciones, de retrocesos y estancamientos, pero también es el resultado de dilatadas continuidades, esas continuidades que han permanecido en el suelo histórico y que constituyen la conciencia colectiva, que han sobrevivido a todas las tormentas y que siguen allí y aún seguirán existiendo, solapadamente, como al acecho. Es esa realidad espiritual, ese trasfondo de creencias de la conciencia colectiva, que ha permanecido, pase lo que pase, cambiando muy lentamente, a un ritmo infinitamente más lento que el de las tecnologías, o de las coyunturas económicas, el que guarda los secretos de la identidad nacional. La sociedad panameña actual siente una angustiosa necesidad por afirmar su identidad. Siente que no tiene identidad y por eso la busca porfiadamente. Irónicamente, desde afuera cualquiera puede reconocer “lo panameño”, e identificarnos como tales, pero nosotros todavía no sabemos reconocernos. Pero esto es así porque la sociedad panameña no quiere ser ella misma, sino otra. Quiere, o necesita, inventarse otra identidad. No mira, o no quiere mirar hacia el pasado, hacia atrás, para encontrarse a sí misma. El pasado que percibe es la suma de recuerdos fragmentarios, sincopados, jalonados por eventos exógenos: las ferias, la piratería, el comercio externo, los situados, la trata esclavista, los poderes políticos cuyo centro quedaba muy lejos, y por supuesto las intervenciones. No se percibe como la historia de una sociedad que protagoniza la escena, sino de hombres y mujeres que sirvieron de testigos y espectadores, o fueron acaso víctimas, de una trama que se escribía desde afuera y ejecutaban otros. Inquietante situación: ser espectadores de su propia historia. Una historia que no ha sido hecha ni escrita por panameños. Es decir, un pasado que no le pertenece, que no es suyo. No es extraño que no quiera reconocerse en esos antepasados. Angustiosa contradicción: querer buscar las raíces, y a la vez no querer reconocerse en ellas. Tal vez sea esa la causa de la búsqueda afanosa por un proyecto nacional. Para una sociedad sin sentido de historicidad, sin capacidad de remisión a las raíces, la carencia del pasado solo deja espacio para el presente o para lo que vendrá después. Pero un proyecto es un plan para el futuro, no es una perspectiva que se proyecta hacia atrás. Otra contradicción adicional: proyectar hacia el futuro, sin un sustento en el pasado, sin una referencia a los orígenes, a lo que se es y ha sido, es decir sin el blindaje seguro y confiable de una propia identidad previa. Es un salto al vacío. Como si fuese una sombra borrosa que se desvanece porque la oscuridad del trasfondo le impide dibujar su contorno. Mientras no sepamos lo que somos, qué hemos sido, como un paso previo indispensable, semejantes a otros Prometeos encadenados a nuestro propio destino, nunca sabremos qué queremos ser, cuál debe ser nuestro proyecto futuro.

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