6 21.03.2025 POR LA SOMBRITA ELLAS.pa Hace unos días llevé a mi hija al centro de salud para vacunarse. Casi estábamos en la puerta cuando recordé las mascarillas. ¡Caramba! Bueno, quizás algún vendedor ambulante anduviera por allí para comprarlas, pensé. Qué va. No había vendedores, pero dentro del centro nadie llevaba mascarilla. Con la pandemia de Covid-19 nos resistimos con todas nuestras fuerzas al uso del tapabocas al principio. Sin embargo, después no podíamos vivir sin ellos. Aprendimos nuevas palabras y costumbres: distanciamiento, cuarentena, virtualidad, presencialidad y trabajo remoto. Parecía que algunas cosas habían llegado para quedarse, pero no. No podía creer cuando mi amiga Lineth me recordó hace una semana que ya pasaron cinco años desde el inicio de la pandemia. ¿Qué aprendimos? ¿Qué cambió? ¿Mejoramos? ¿Empeoramos? Esa es una reflexión para hacerla, primero, de manera individual. Llegó un momento en que el trabajo remoto parecía el futuro: adiós oficinas, tacones y corbatas. Pero también llegó hola a estar siempre conectados u ‘on call’. Y aunque muchos continúan trabajando de esta manera, una gran cantidad de empresas obligaron a sus empleados a volver a la oficina. Uso la palabra “obligar” porque las ventajas de trabajar desde casa son muchas: estás cerca de tus hijos, evitas los tranques, comes comida hecha en casa y reduces gastos en transporte, comida y vestido. Si me preguntan a mí, deberíamos trabajar híbrido (palabrita que nos dejó el Covid-19): unos días en la oficina y otros en casa, pero con reglas claras sobre la desconexión. Días atrás alguien me pidió que fuera personalmente a firmar un contrato. Algo raro, porque he tenido que aprender a firmar cosas de manera digital. ¿Ustedes también? La primera vez saqué una foto de mi firma y la pegué en un documento de Word, por supuesto se notaban todos los bordes. Ahora uso la aplicación DocuSign, ¡uy! Muy profesional, pero siempre estoy buscando otra prueba gratis porque me resisto a agregar otra suscripción digital a las chorrocientas que ya tengo. También se incorporaron a mi vida las entrevistas por Zoom; algunos incluso prefieren enviarme declaraciones por notas de voz en WhatsApp. Tomé un posgrado de manera virtual, e incluso he dictado cursos en ese formato. Sin embargo, llegamos a un punto en que nos saturamos, y algunos entrevistados me dicen: “Veámonos, por favor”. Hay ventajas en los eventos presenciales, con cuerpo y mente presente, bueno… siempre que logremos despegarnos del celular. En la iglesia, al menos a la que yo asisto, el momento de darse la paz sigue siendo “de lejitos”. Aquella costumbre de darse la mano o casi abrazarse desapareció. Aunque algunas catequistas insisten en volver a lo de antes, los feligreses no se convencen. Hay días en que ni siquiera recuerdo el Covid-19, pero definitivamente pasó y nos marcó. A veces voy a una oficina y todavía veo letreros sobre el Covid o esas rayas en el piso que indican el distanciamiento. Nadie las quitó, y en el fondo está bien que sigan allí para recordarnos lo vivido. por ROXANA MUÑOZ @roxana_munoz_07 A CINCO AÑOS DE LA PANDEMIA DEL COVID-19 NO TODO CAMBIÓ COMO CREÍAMOS, PERO SÍ TENEMOS MARCAS. LA PAZ, PERO DE LEJITOS
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