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8 11.08.2023 CAFÉ CON TECLAS ELLAS.pa SARITA ESSES [email protected]@cafeconteclas No recuerdo qué hizo ni cómo terminó el asunto. Había regañadoamihijoconlaseveridadqueameritabaelmomentoynoselotomómuybien. “Ahoraportuculpavoyarompermi cuarto”,medijocondemasiada indignaciónparaloscuatroañitosquetenía. Nolehicecaso. “Ahora por tu culpa voy a botarmis juguetes”. Tampoco lehicecaso. Yasí, fueenumerandotodas las represalias que iba a tomar en su vano intento por medir qué tan lejos podía llegar y cuántosbotonespodíaapretar. Ya a lo último, cuando me dijo que “ahora por tu culpa me voy a poner zapatos de bebé”, no aguanté más la risa y ahí quedóestahistoria. Mi hijo ya es un adulto serio y respetable. Ojalá pudiera decir lomismo de todoel grupodemográficomayordeedad. El equivalente actual a hacer una pataleta es “te vamos a cancelar”, de manera general, y “te voy aunfollowear ”, a nivel individual. Como sociedad, hemos perdido la capacidad de analizar, debatir y dialogar. La toleranciaaopinionescontrariasa lapropia es casi nula. Si sumamos estos factores a la proliferación de las redes sociales y a los altos niveles de agresividad que manifiestan muchos, podemos entender por qué hay tantas personas que no se atreven a expresar lo que piensan o sientenrespectoaXoYtema. Las acciones tienen repercusiones, y quien se conducedeformaindebida debe enfrentar las consecuencias. Sin embargo, eso es algomuy diferente a la cultura de la cancelación, que consiste en boicotear y anular personas o entidades con opiniones o posturas que chocan con la de uno. En otras palabras, una turba digital enardecidase levantaparatratardefulminarte. Esto va a sorprender a muchísimas personas, pero hay 1.3 billones de cuentas activas en Instagram. Si alguien ve contenido en una cuenta que no le guste, hay otras 1,299,999,999 que puede seguir. Y no hace falta anunciarlo. Las redessocialesnosonaeropuertos. Unadiferenciadeideologíaspuedeser unabrecha infranqueableparamuchos, y meincluyo.Cadavezmecuestamásmanteneramistadoconsumirel contenidode personas que no comparten mis mismos valores,peroestoyclaraenqueesonodemerita las cualidades que puedan poseer o las buenas acciones que se les atribuyan. Enlos10añosquellevoescribiendoestacolumna,puedocontarenunamanolas vecesenquehesidocontroversial -ycreo que me sobrarían dedos-. Pero después de la debacle que suscitó una columna que compartí en mis redes sociales hace algunosmeses, me percaté de este fenómeno en primera persona. Alguien que me había incluido en una lista de cuentas con contenido positivo, echó para atrás variosmesesymeeliminódel carrusel de fotosensuspublicaciones. Me quedé pensando, ¿mi opinión personal enun temaanula retroactivamente mis buenas acciones, el aporte que supuestamente hago a la sociedad y mi capacidad de ser una ciudadana que inspire? Alguienmásmanifestóqueyano ibaa irami cafetería. ¿Esunarepresalia? Me acordé de aquella vez en que compartí una noticia deDonald Trump enmis historias,yunalectoramecomentó: “Qué decepción que estás con Trump. Te voy a dejar de seguir”. Mínimo soy la jefa de campaña de Trump para generar esa reacción. Elquenomequiereleer,quenomelea. Quien no quiera ir a mi cafetería, que no vaya. Pero, ¿cuál es el objetivo de decírmelo? ¿Hacerme cambiar de opinión? ¿Castigarme? Las personas no somos entes unidimensionales. Intentar cancelar la totalidaddealguien,porunpedazodeloquees orepresenta,meparece infantil.Comomi hijo, cuandoteníacuatroaños. Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad de su autora. LA HOGUERA DE NUESTROS TIEMPOS MEJOR CONOCIDA COMO ‘CANCEL CULTURE ’.

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