27 P. Al poco de establecerse en Panamá ya estaba trabajando en la Embajada de España como canciller. Cuéntenos en qué consistía su trabajo en aquellos años. R. La situación no era fácil para un emigrante español recién llegado, pues desde el año 1945 Panamá y España tenían interrumpidas sus relaciones diplomáticas. Esa situación anómala duró seis años. Trabajé un tiempo como contable en la Nestlé. En ese periodo, los españoles que teníamos que hacer trámites y documentos teníamos que ir a Colón, donde nos atendía muy bien el vicecónsul honorario de España Pedro Calonge. Al cabo de los años, su hija María del Carmen Calonge, le sucedió como vicecónsul en Colón también durante mucho tiempo. Ir a Colón era muy agradable, había un tren de madera que salía de la estación en el centro de la ciudad y una vez en Colón aprovechaba para visitar a muchos amigos españoles. Cuando se retomaron las relaciones y reabrió la Embajada de España, la secretaria del embajador recién llegado, la señora Emilia Fábrega, le habló de mí a Rafael de Los Casares, conde de Rábago, pues el embajador buscaba a un español con estudios que supiera contabilidad para desempeñar el puesto de vicecanciller de la Embajada. El canciller, es decir, el encargado de temas administrativos, contables y de personal, era entonces Avedillo Zúñiga; cuando se marchó, pude ocupar su plaza. En el Palacio de España, como hoy en día, estaba la Embajada, pero en aquella época también estaba allí instalada la Cámara Oficial Española de Comercio en Panamá (CAESPAN), algo que data de la época de la Exposición, cuando el gobierno de Belisario Porras cedió a España un terreno para construir un pabellón de exposiciones y muestras comerciales que luego acogió también la sede de la Embajada. Por la tarde, cuando la Embajada cerraba al público, funcionaba la Cámara, de la que fui secretario general, y allí atendíamos a los empresarios españoles y a los panameños que buscaban contactos en España. Este año la CAESPAN cumple su centenario y estoy orgulloso de haber contribuido a esta historia de éxito. P. Su trabajo en la Embajada le ha permitido conocer a muchos españoles. ¿Cómo eran los primeros españoles que trató? R. Desde mi primer día en la Embajada, mi divisa fue el servicio público para los españoles, mi afán era ayudar a los compatriotas en todo lo posible. A mediados de los años 1950 llegaban muchos trabajadores españoles, la mayoría gallegos de Pontevedra, dedicados a la construcción, y de Orense, centrados en el comercio y las mueblerías. Estos últimos fueron muy conocidos pues fueron los introductores de la venta a crédito. A este tipo de vendedores les llamaban popularmente “vendecuadros”. Había emigrantes que venían con muchas ganas de trabajar, pero apenas tenían instrucción, los había incluso analfabetos. Organizamos un grupo y por las tardes, en horas libres, les enseñábamos escritura y aritmética en el colegio de La Salle. Parece increíble pero actualmente, cada mes, todavía me reúno para comer con un grupo de aquellos jóvenes emigrantes que fueron mis alumnos en el colegio. El emigrante español fue muy bien acogido en Panamá porque era trabajador, serio y responsable, y no se metía en líos. Otra parte muy gratificante de mi trabajo consistió en ocuparme de las becas que el Instituto de Cultura Hispánica facilitaba a los estudiantes panameños para estudiar en España. Ayudé a muchos jóvenes panameños que fueron a estudiar en universidades españolas y que luego han tenido gran relieve en Panamá. Y el trabajo en la CAESPAN me permitió conocer a muchos empresarios y profesionales españoles que hacían negocios e inversiones en Panamá. Gracias a estas ocupaciones viajé a culturales y ferias comerciales en muchos países de Hispanoamérica. Guardo un gran recuerdo de todos los embajadores de España, funcionarios y compañeros de trabajo panameños y españoles con los que compartí tantos años en la Embajada. Don Atilano saludando al rey Felipe VI en Panamá
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