Embajada_Espana

14 Pero, aparte de una atractiva oferta de trabajo para un joven en los albores de la adultez, ¿qué habría encontrado Santos Jorge en la ciudad de Panamá como para interrumpir su plan original de irse a Lima, ciudad importante donde seguramente podría continuar educándose mientras tocaba y componía? Ciertamente, la idea de ser maestro de capilla a tan cortos años sería llamativo, pero si las condiciones circundantes no eran favorables o si las mismas no ofrecían oportunidades de crecimiento, el plan perdería valor. La narrativa tradicional usualmente asegura que la historia musical panameña inicia con la llegada del francés Jean Dubarry para hacerse cargo de la recién fundada Banda de Música de la Guardia del Estado Soberano en 1867. Posteriormente, con la llegada de músicos cubanos como Lucio Bonell, Lino Boza y Máximo Arrates Boza y el surgimiento del flautista Arturo Dubarry (hijo de Jean), se da un crecimiento del nivel de los músicos de la ciudad capital a través de conciertos públicos usualmente en las calles y el constante estreno de obras musicales compuestas por los músicos mencionados. Es en este momento de la narrativa cuando usualmente se inserta a Santos Jorge como director de banda y, luego, como autor del Himno Nacional. No obstante, la historia de la música istmeña es más antigua, rica, diversa, y cuenta con interesantes protagonistas. Entender este pasado es clave para comprender la motivación de Santos Jorge para hacer de la escala el destino final de su viaje—y de su vida. MÚSICA Y PANAMÁ EN EL SIGLO XIX Si bien el acervo documental sobre la actividad artística en el Panamá colombiano es fragmentario, existen suficientes fuentes primarias como para pintar un panorama sobre la diversidad, conexión global y desarrollo artístico, particularmente en la música. Entre estas fuentes, tenemos crónicas de viajeros y residentes, cartas, reseñas periodísticas, anuncios publicitarios, programas de mano, registros parroquiales, documentos gubernamentales y mapas, solo por mencionar algunos. Un elemento que resalta en casi todas las fuentes es que en Panamá se bailaba. Se bailaba con frecuencia y diversidad. La danza social era parte de todas las celebraciones y ninguna celebración, por más insignificante, era desaprovechada. La música, lógicamente, venía de grupos en vivo que incluían alguna combinación de piano, guitarra, violín, flauta o contrabajo, además de otros instrumentos. Sabemos por cronistas que el repertorio de una noche de baile en la ciudad de Panamá no difería mucho de aquellas en otros centros urbanos del Caribe, de la América hispanoparlante o incluso de los registros que tenemos de danzas de salón en los Estados Unidos o Europa. Panamá estaba conectado a través de redes de negocios y las danzas encontraban su camino a las salas de la élite istmeña a través de las manos de los músicos profesionales nacidos en el arrabal de Santa Ana. Estos músicos, además de tocar las mismas danzas de salón que sonaban en Nueva York o en Londres, también tocaban en servicios religiosos, bailes populares, circos y ceremonias protocolares, bandas militares, entre otros. No podemos dejar de mencionar que, tras la independencia en 1821, muchos son los eventos que contribuyen al fortalecimiento de esas redes de comunicación regional y global, entre ellos la apertura de Santos Jorge

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