09 los masters, los vinilos de metal y los test-pressing. Pero el disco también supone diseño, ilustración, fotografía, reproducción y fotomecánica. En cada estantería está esa historia, y en algunos rincones están los relatos de lo que hacía, vivía y sentía cada músico cuando cantó y tocó sus canciones famosas o poco conocidas. Y Panamá, como no, tiene mucho que mostrar allí. Alejandra es de familia española y panameña, por lo que siempre suenan por ahí las teclas de Lucho Azcárraga, Avelino Muñoz o Danilo Pérez; las notas de Armando Boza, Bush o Víctor Paz; las voces de Sylvia de Grasse, Meñique, Azuquita o Rubén Blades; o los calypsos de Lord Cobra, Lord Byron o The Beachers. Y es de todos conocido que su tío es Carlos Eleta Almarán, el autor de ese clásico romántico que es "Historia de un amor". Panameña, pues, de alma, corazón y vida, como diría la canción. "Parafraseando a Antonio Machado diría que mi infancia son recuerdos de boleros para cortarse las venas y divas de poderoso cardado", cuenta Alejandra."Mi juventud es aquella casa convertida en estudio de radio con decenas de locutores que pululaban por los pasillos dispuestos a rescatar joyas de la música latina y a atreverse con nuevos ritmos. Y mi historia es la de un amor, como el bolero que escribió mi tío Carlos". En 2009, motivada por lo que el músico brasileño Carlinhos Brown había hecho en Candeal, comunidad de Salvador de Bahía; pero al mismo tiempo impulsada por esa vocación de ayuda, fundó La Escuelita del Ritmo en Portobelo. Su idea era canalizar en la música todo el talento musical infantil y juvenil que corría por las calles. ¿Por qué Portobelo? Bueno, había una vieja relación afectiva con el puerto inspirada en la labor que su prima, la reconocida fotógrafa panameña Sandra Eleta, había desarrollado allí. Pero también un amor instantáneo por unos chicos maravillosos carentes de mayores oportunidades. La misma magia que despertó en Ismael Rivera el Cristo Negro, le despertaron en Alejandra aquellos niños entusiastas y esa comunidad que se disfrazaba de diablos y congos. La Escuelita del Ritmo es justamente lo que dice su nombre, una escuela de ritmo y como éste, algo tan lúdico como de aprendizaje. No es una academia de traje largo y corbata, sino la canalización de emociones armónicas. Los chicos aprenden a tocar instrumentos y con ello ayudan en la preservación de la ancestral cultura afrocaribeña que los rodea. Portobelo es Nación Congo, conserva el alma de su pasado, y se viste de color y máscara en sus festividades. En la Escuelita, cuyo programa de estudios es gratuito, se han formado desde sus inicios más de 2.200 jóvenes músicos, algunos de los cuales han tenido la oportunidad de hacer pasantías en Berklee School of Music en Boston. Sin embargo, su espíritu va más allá y hoy tiene varios proyectos en marcha:
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