Embajada_Espana
18 mayores, aquel billete de barco cuya ruta completa podrían recitar, el estribillo de una vieja canción aprendida de memoria, una foto que el tiempo puso amarilla sin borrar su sonrisa, un pequeño secreto, la cajita de fragancias, un dolor que no encontró olvido, un poema… Así pues, nuestras travesías circulares se conjugan también en presente, apelando por igual al pasado y al futuro; ejes indisociables de dos mundos que se entremezclan disolviendo fronteras. Y, por encima de los obvios aportes al devenir político, económico, social y cultural de nuestros respectivos países, una de las contribuciones más importantes de los migrantes a nuestra sociedad es que, con sus geografías y tiempos no lineales, cuestionan los paradigmas sobre los cuales edificamos buena parte del pensamiento y práctica social; en el asunto que nos ocupa encarnados en los muros mentales entre el ayer y el hoy, el acá y el allá, el nosotros y los otros. La existencia de los migrantes interpela, como ninguna otra, esa falsa segregación para mostrar lo que es la vida como tal: un flujo que transcurre y rebasa tiempos, espacios y señas de identidad encerradas en un único lugar. Una antigua cicatriz por la que se cuela un trozo de tierra nueva. Un flujo siempre de a mitades, de territorios desbordados, de tiempos y otredades que se conectan. Así, los migrantes -junto a ese enorme ejército de padres, madres, hijos, amistades y pueblos enteros que acaban embarcándose de un modo u otro en la aventura-, van diluyendo viejos conceptos y creando una comunidad de identidades ensanchadas a punta de arduos recorridos interiores que dan sentido, sustancia y pluralidad al proyecto humano. Tenemos que reivindicar esta Iberoamérica migrante construida desde abajo, desde las familias, las comunidades, los amores, las abuelas, los nietos. Y hacerlo de manera completa porque, en este gran relato, lo habitual es que las creaciones y sufrimientos de las mujeres se hayan visto sistemáticamente silenciados. A veces de forma deliberada para no concederles el protagonismo que merecen. Otras por descuido o, quizás, porque nuestros ojos han acabado por hacerse ciegos al pequeño milagro que permite el fluir diario de la vida gracias a una mano que mece, una sazón que alimenta, un traje que abriga, una voz que aglutina. Y no pocas veces también porque las propias mujeres se han convertido en las mejores maestras del ‘quitarse importancia’, enterrando aún más sus méritos y demandas, el lugar legítimo que les corresponde en una historia que, sin ellas, es apenas media historia. Pero ahí están ellas, desplegando unas biografías más o menos ilustres, más o menos desgraciadas. Entre las emigrantes españolas, unas fueron pioneras y obtuvieron reconocimiento en su época (pocas, en realidad). Otras dejaron una fuerte impronta como benefactoras sociales, aunque ya casi nadie se acuerde de ellas. Algunas nos regalaron versos inolvidables. La mayoría trabajó sin descanso en bodegas y campos, en tiendas y asociaciones, gastando sus esperanzas, labrando el futuro. Y cuántas no sirvieron en casas, sucumbieron en redes de prostitución o amamantaron hijos ajenos para que los propios pudieran tener alimento. Igual, por cierto, que lo que hacen hoy -aunque en dirección contraria- los millones de mujeres migrantes que pueblan nuestro planeta cargadas con similar coraje e invisibilidad. Fueron mujeres las que protagonizaron la “Huelga de las Escobas” en 1907 contra los elevados alquileres de los conventillos bonaerenses, bajo el lema de barrer la injusticia. Quienes levantaron la Asociación “Hijas de Galicia” en Cuba, impresionante red de protección sanitaria y social de la que se beneficiaron ciudadanas de ambas riberas. Las que transgredieron normas, como Titina, primera mujer en montar en bicicleta provocando un escándalo colosal. Alguna colgó los hábitos de monja para convertirse, como Rafaela Sierra en Costa Rica, en investigadora contra el cáncer. También hubo notables exponentes culturales, como Juana de Ibarbourou, Margarita Xirgu o María Teresa León. Una de ellas, Clara González, hija de emigrante asturiano e indígena Ngäbe, se convirtió en la primera abogada panameña, primera doctora en Derecho de Latinoamérica, primera jueza del Tribunal Tutelar de Menores y uno de los máximos referentes del sufragismo y la lucha feminista en nuestro país. Menos reconocido es, sin embargo, el papel de las migrantes españolas como sostenedoras de hogares nutridos con sus cuidados y afectos. Arquitectas, asimismo, de vínculos cotidianos con la comunidad de acogida sin perder la conexión con los sabores, colores y sonidos de origen. Y guardianas de una herencia cultural escondida en pequeños archivos familiares que ellas ayudan a enriquecer y transformar en una silenciosa fábrica de identidades híbridas, hechas de raíz y desarraigo. Termino donde empecé. Es momento, más bien, urge renovar los puentes entre Europa -España- y América Latina y adoptar una visión actualizada e innovadora del legado de la migración. Aprovechemos la fuerza humilde de nuestros éxodos de ida y vuelta. Recuperemos nuestra memoria compartida como fuente de energía para el futuro. Desempolvemos cartas de viaje que nos serán muy valiosas para navegar por océanos inciertos. Y atrevámonos a hacerlo en femenino, único modo de encontrarnos realmente como habitantes de un mismo mar y descubrir, juntas y juntos, nuevos horizontes de vida más justa, próspera y sostenible para todos.
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